46. Una locura

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-Yo creo que sí...

Empalidecí de golpe y mi pulso se paró. Sabía de nosotros. Ahora sólo quedaba esperar a que se lo dijese al rey y...

-No le contaré nada a Odín... a menos que me pregunte, en ese caso no tengo otra opción -dijo como leyendo mi mente, eso me restauró el pulso-. Únicamente tened cuidado -me susurró.

-Gracias, Heimdall -le dije aliviada-, de verdad.

Fui donde estaba Cara, ya impaciente. Ambas caminamos hasta llegar a una zona de establos, allí ella se despidió y me dijo que se iba a ver a alguien.

Yo me acerqué a las puertas y entré. Todo era magnífico, colorido y estaba impecable. Había caballos de todo tipo: marrones, grises, blancos... Lo malo era que no podía hablar con ellos. Supongo que los caballos de Asgard no estaban conectados con mi padre.

Miré a mi alrededor y vi uno apartado. Era un caballo alto y fuerte, de pelo largo y negro. Tenía ocho patas, algo que no me escandalizó... no más de lo normal. Me fijé en el nombre de la puerta. Estaba escrito en un idioma extraño que no logré descifrar.

Entré. El caballo relinchó y movió su cabeza, intenté tranquilizarlo y logré acariciar su cuello despacio.

-Eres muy bonito... y alto -el caballo relinchó en respuesta- ¡Vaya! Así que me entiendes -sonreí divertida mientras le acariciaba en silencio.

-Es poco común que te deje hacer eso -me sobresaltó una voz divertida y afilada, rompiendo la calma.

-¡Deja de hacer eso! -le reclamé por asustarme mientras seguía acariciando el cuello del caballo-. ¿Por qué es extraño? -pregunté de vuelta.

-Sleipnir es muy desconfiado y cabezota, no se fía de nadie salvo de mí y el rey -dijo Loki, a lo que recibió un cabezazo suyo en respuesta.

-Entonces se parece a su dueño -me reí un poco y le volví a mirar tranquila mientras le tocaba, sentía que Loki me miraba y me ponía incómoda-. ¿Qué miras? -pregunté enarcando una ceja.

-A tí -dijo simple. Se me aceleró el pulso cuando se acercó.

-Nos pueden ver. Heimdall... ya lo sabe -no se acercó más.

* * * *

Llegué a casa sobre las cinco y me preparé. Había quedado con Steve... solos. Suspiré recordando la jugarreta de mi amiga para dejarnos a solas, no tenía remedio. Me puse una camiseta blanca, vaqueros largos y una chaqueta a juego con mis zapatillas.

Salí por la puerta del apartamento en dirección a Central Park.
Llegué a una zona con hierba y vi a Steve, que me esperaba con un mantel en el suelo.

-Hola.

-¡Hola! -me senté, al menos intentaría pasármelo bien.

-Espero que te gusten los croissants -dijo con un horrible acento francés, yo me reí.

-Me encantan -me comí uno y lo saboreé-. ¡Qué rico...! -susurré.

-Me alegro que te gusten -miró al suelo, ¿pasaba algo?-. Aura, te quería preguntar... -le miré, parecía nervioso- Tú... ¿estás... con alguien? -tragué seco ante eso y pensé que si tan sólo no estuviésemos ambos solos...

-Define con alguien -me hice la loca, no sabía qué decirle.

-Ya sabes... Citas y...

-No, yo... -me quedé un momento pensativa- No -negué finalmente y fruncí el ceño-. ¿A qué viene esto? -pregunté incómoda levantándome del suelo y moviendo inquieta mis pies.

-Da igual, ha sido una tontería -se levantó y se puso frente a mí, me miró directamente a los ojos-. En realidad... -se frotó el cuello- Quería decirte... -me seguía mirando a los ojos y se empezaba a acercar muy despacio.

Al fondo, oculto entre los árboles, vi un resplandor verde. Puede que fuera una locura, pero... tenía la sensación de que...

-Steve -susurré, él me miró-, tengo que hacer una cosa. Vuelvo ahora, ¿vale? -se alejó un poco y asintió, creo que con algo de tristeza.

Le dejé allí mientras me acercaba a los árboles y miraba que no hubiera nadie. Esa bolita... Había algo extraño en ella... Acerqué mi mano despacio y la toqué con mis yemas. En el momento en que mis dedos la rozaron, mi vista se nubló y yo cerré los ojos fuertemente e intentando gritar, me faltaba aire.

Al abrirlos, estaba en un lugar distinto al parque. Era una especie de bosque con árboles a mi alrededor. La luz del sol era amarillenta y parecía que todo estaba bañado en oro, mi boca se abrió.

Noté frío en los brazos y miré mi cuerpo. Ya no llevaba mi ropa, sino un sencillo y bonito vestido gris oscuro con la espalda descubierta que había aparecido de la nada.

Puse la vista hacia delante y me fijé en que esa bolita verde seguía ahí, ahora de una mezcla más azulada. Y se movía... como si me incitase a andar. Eso me produjo curiosidad.

Tenía dos opciones: podía regresar con Steve... o seguir adelante.

Estaba loca, sin duda, pero me aventuré y corrí detrás de la bola, que flotaba dejando un rastro verde.

Atravesé esa especie de bosque hasta llegar a un puente de piedra adornado con flores. Me detuve a mirar mi reflejo en el agua, dos peces naranjas y blancos saltaron a la superficie y me salpicaron. Reí divertida y me apresuré, si no, perdía a mi guía.

Corrí a través de un pasadizo oscuro y me tuve que agachar algunas veces porque el techo de la cueva era muy bajo. Llegué a un ensanchamiento siguiendo la estela verde y la cueva se hizo más grande. En el techo había lucecitas azules y en el suelo un río subterráneo. Rocé las luces del techo y empezaron a volar por la caverna. Formé una sonrisa divertida e impresionada.

Continué corriendo detrás de esa bola hasta el final de la cueva y luego por un camino de tierra que sólo tenía árboles y plantas añiles a los lados. Me dolían los pies.

Al fin, llegué a una zona de enredaderas añiles que caían como en cascada y allí la bola se detuvo. Fui a tocarla de nuevo, extrañada, pero desapareció. Estiré mi mano, quería saber qué había tras esas lianas.

Al atravesarlas, mi boca se abrió. Él estaba ahí con el paisaje más bonito que jamás habían visto mis ojos.

Entre mundos. La nueva era de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora