Iba por una calle oscura y desierta a altas horas de la noche. El maullido de un par de gatos colgaban una tenebrosa sensación en el ambiente mientras avanzaba, y casi a mitad de cuadra, algo se movió a un costado de la calle; miré y un perro rasgando bolsas de basura emergió de la oscura sombra de un árbol.
Seguí mi camino y al llegar casi a la esquina, a mis espaldas percibí una extraña presencia, doble mi rostro a un costado de la calle y mire más atrás de reojo; vi una sombra oscura, de rostro estirado, trapos viejos y rasgados y un escobajo entre las flacas piernas. Corrí lo más rápido posible, y al cruzar la esquina el mundo se estremeció; abrí los ojos y desperte en una de las bancas del paseo bolivar. Frente a mí estaba una decrépita anciana, de ropas viejas, un bastón en una mano y en la otra una caja de caramelos. a mí lado estaba Juan dándome empujones y pidiéndome que comprará dulces. Escarbe en mis bolsillos y solo halle 500 pesos que alcanzaron para un par de aquellas golosinas; devore la mía y volví a cerrar los ojos.