Capitulo 1

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Había un tono apremiante en la voz que, desde la distancia, resonaba en su cabeza e interrumpía su sueño. Irritada, Oriana trató de apartarla de su mente. Pero su sueño se disipaba. El hormigueo que recorría sus manos la trajo a la realidad: se había quedado dormida sobre su mesa de trabajo. « ¡Oh, no!». Levantó la cabeza que había apoyado sobre las manos y comenzó a mover los dedos y frotarse las palmas para que la sangre volviera a circular por ellas. Su corazón latía rápidamente por el sobresaltado despertar, pero se aceleró aún más al percatarse de que, al otro lado de la mesa, un hombre la contemplaba con expresión glacial. Su boca se contraía en un gesto de desaprobación. Ori se puso en pie:

-Disculpe, yo...

-¿...estaba malgastando el tiempo de la empresa, quería decir? Que yo sepa, aún queda una hora para el almuerzo. Por lo que me han dicho, la mayoría del personal trae un sándwich y se lo come en su mesa de trabajo. Pero es obvio que usted tiene ideas más relajadas sobre cómo utilizar su escritorio. ¿No es así, señorita...?

« ¡Qué hombre tan odioso!». Durante unos momentos, a Oriana la invadieron la rabia y la humillación. Respiró profundamente, se recogió el pelo detrás de la oreja, enderezó los hombros y recobró la compostura. ¿Cómo osaba ponerla en entredicho con esa insinuación de que lo habitual era que durmiera sobre su mesa? Y además, ¿quién diablos era él?

-Sepa usted que es la primera vez que me quedo dormida, señor...

-Usted primero.

Con un gesto de impaciencia, el hombre se pasó la mano por el pelo de color castaño. Oriana advirtió que necesitaba urgentemente un corte de pelo y un afeitado. Salvo por eso, había algo en él que hizo que sintiera un nudo en el estómago. El hombre que tenía ante ella nunca pasaba desapercibido, de eso estaba segura. Y no era sólo por su imponente aspecto.

-Sabatini. Oriana Sabatini

-Y dígame: además de estar empleada en esta empresa para, según parece, hacer más bien poco, trabaja usted para Pablo Martinez, ¿no es así?

Oriana tragó saliva con dificultad y notó que las mejillas se le encendían.

-Soy su secretaria, eso es.

-¿Y dónde diantres está? Tenía una reunión con él en la sala de conferencias a las diez y media. Vengo desde Estados Unidos: he salido en el primer vuelo para asegurarme de que llegaba aquí a tiempo, estoy con jet-lag, y necesito urgentemente darme una ducha y comer algo. No hay ni rastro de su jefe. ¿Le importaría decirme dónde puede estar, señorita Sabatini?

Lo que no le importaría decirle al «señor-don-estupendo-soy-mucho-mejor-que-tú» que tenía delante era impronunciable, pero estaba igualmente enfadada con Pablo. ¿Por qué no la había avisado de que iba a tener una reunión a las diez y media con aquel hombre, quienquiera que fuera? La tarde anterior, como siempre antes de marcharse, había consultado concienzudamente la agenda, y a las diez y media no había apuntada ninguna reunión. ¿A qué estaba jugando?

El corazón se le llenó de tristeza. Aquél no era más que otro de los signos del declive de su jefe. Pablo Martinez, que antes fuera un inteligente arquitecto con una prometedora carrera por delante, desde el divorcio se había refugiado más y más en el alcohol buscando consuelo. En los últimos seis meses, Orianahabía sido testigo de su transformación en una triste sombra de lo que había sido. Afortunadamente para su jefe, ella era lista y despierta, y le había sacado de apuros en más de una ocasión haciendo un trabajo que, definitivamente, sobrepasaba las funciones de una mera secretaria. Orianallegó a la conclusión de que Pablo sabía lo de la reunión, pero se había olvidado de avisarla al respecto.

En aquel momento, con la agenda abierta ante ella, contempló el hueco en blanco junto a las diez y media y trató de encontrar la mejor excusa para justificar la ausencia de su jefe. Podía percibir cómo el enfado del hombre frente a ella iba creciendo por momentos. Aquel hermoso Goliat iba a ser muy difícil de convencer.

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⏰ Última actualización: Oct 27, 2015 ⏰

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