Pesadillas de verano

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Desde pequeño me daban miedo las alturas. Nunca antes había podido experimentar esta situación. Mi madre me prohibió rotundamente a los 3 años salir al balcón. Cuando mis amigos iban al parque de atracciones de la ciudad, yo me quedaba jugando en la plaza con las palomas. También cuando tengo que viajar por trabajo, intento evitar el avión y tirar más hacia el tren o el coche.

Hoy era el día, que por primera vez me sentía un pájaro, una paloma. A mis cincuenta y seis años, y ya con la vida más que resulta, estaba intentando colocar bien la antena parabólica, que por culpa de la tormenta que anoche azotó la zona se había movido y eso me impedía ver el partido de futbol de la jornada que estaba a punto de empezar. Estaba solo en mi casa. Vivo en el segundo piso del número treinta y seis de la calle Silvestre de la ciudad de Cartagena.

De repente una ráfaga de aire frio hizo balancear el taburete sobre el cual me había elevado. En ese momento mi acrofobia desapareció, aun que intenté no mirar hacia abajo. Alguien llamaba mi atención. Era mi esposa Jacinta, que seguro se había olvidado las llaves. Me giré porque iba a abrir la puerta a mi querida, pero inesperadamente, ella estaba presente, junto a la puerta del balcón. Quería preguntarle cómo había entrada si no tenía llaves, pero antes que pudiese hacerlo, su bello rostro recién operado se transformó en algo muy espeluznante. Me recordaba a la cara del demonio que salía en una película que vi con mi hijo, cuando él aún estaba. El cuerpo poseído de Jacinta invocó unas palabras en latín, o eso creo. Me recordaban a una oración que siempre recita el cura de la parroquia a la que voy todos los domingos a tomar la eucaristía, antes de dar la misa. Entonces de las entrañas del cielo nació una impresionante nube rojiza. Parecía que fuese a llover fuego. Desesperado ante tal situación el miedo me llevó a hacer algo de improviso. No quería ver más a esa criatura demoníaca que continuaba pronunciando las mismas palabras en voz alta. Tenía pánico a ser devorado por Satanás. Antes que ser asesinado, preferí tirarme por el balcón. Fue una decisión inútil, igualmente iba a irme al otro mundo can todos mi huesos hechos añicos. La distancia hasta el suelo era bastante corta. Solo 8 metros me separaban de mi fin. Sentí como el aire corría entre los pocos pelos que me quedaban en la cabellera. Iba a morir sin haber pedido antes perdón a Dios por todos los pecados que me removían la conciencia desde hace muchísimos años. Mi muerte era el regalo que Dios me hacía.

Entonces empecé a pensar y a recordar cosas sobre mi vida y la de los que rodean. Visioné a mi hijo Marc, cuando estaba dando sus primeros pasos. Jacinta y yo estábamos muy ilusionados. Yo tenía unos treinta años y Jacinta casi cuarenta. Nos conocimos en una fiesta del pueblo en el que veraneábamos de jóvenes. Nos enamoramos y nos casamos al poco tiempo. A Marc lo engendramos cinco años después de la noche de bodas. Yo no podía estar mucho en casa con él, porque trabajaba hasta doce horas al día. Una noche de otoño, cuando Marc tenía catorce años, le llevé al cine a ver “Ouija”, una película que estaba ansioso por ver. Su madre se quedó en casa cuidando del hijo de la vecina del tercero. Con nosotros vino un compañero del trabajo, bueno, más que un compañero era mi amante. Nadie sabía nada. Le dije a Marc que a Enrique también le gustaban las películas de miedo y era por eso que venía. A mí, sinceramente, no me gustaban las películas de miedo. Pero parecía que entre Marc y Enrique había buena relación. Después de ver el film, los tres fuimos a cenar a un bar. Enrique y yo fuimos al baño a lavarnos las manos, entre comillas. Mi hijo al ver que tardábamos tanto fue al servicio, a ver si nos había pasado algo. La escena fue trágica. Marc abrió la puerta y me descubrió besando a Enrique. No sé porque hacía eso, sinceramente me atraen locamente las mujeres. Marc desconcertado cerró la puerta y salió corriendo. Lo estuve buscando toda la noche. Al día siguiente, un abuelo le encontró muerto, colgado de un árbol del parque. Fue culpa mía.

Ya me quedaba menos para morir aplastado contra el suelo. Mi vida pasó por mis ojos; desde cuando fui por primera vez al colegio, pasando por mi primer beso, hasta que otra vez se paró la imagen. No recordaba que era. Parecía el exterior de una casa de campo. Estaba muy oscuro. Había un hombre en la puerta de la casa. Dentro de la casa había luz. Una mujer salió e invitó a pasar al hombre. No tengo ni idea quienes podían ser. El hombre y la mujer subieron rápidamente al dormitorio y se desnudaron. La señora se tumbó en la cama y el hombre empezó a jugar con sus cuerpos. Podía escuchar los gemidos placenteros de los dos. En medio de la oscuridad de la noche, la luz de los faros de un coche se acercaba a la casa. Podía reconocer ese coche. Ese era mi Audi A4 y el hombre que iba dentro era yo. Ahora ya recuerdo la escena. Los amantes seguían divirtiéndose, cuando de repente irrumpí en la sala. Venía de una conferencia en Torrevieja. La cara de placer de mi mujer me rompió el corazón. Mientras Jacinta se excusaba, Antonio, que era el nombre su amante, un compañero del gimnasio, solo hacía que sonreír. Seguro que pensaba que yo era un mal dotado en el sexo y que no complacía a mi mujer. Antonio, no tenía como volver al pueblo, y yo en son de paz me ofrecí para llevarle. Antonio nunca más volvió a ver la luz del sol. Nunca lo supo nadie, aunque Jacinta dijera que no sabía nada, yo podía ver en su interior un fuerte arrepentimiento. Ella me conocía muy bien. Yo lo quiero todo para mi, nunca comparto nada. Mis pecados no es lo que no me deja vivir, es el remordimiento, es la culpabilidad, lo que hiere mi cuerpo.

Prácticamente los hechos más relevantes de mi vida, básicamente desgracias, pasaron a gran velocidad por mi mente. Pero justo antes de impactar contra la sucia acera de la calle Silvestre, me desperté palpitando fuertemente por culpa de la horrenda pesadilla.

Y es por eso que a partir de hoy, domingo veinticuatro de octubre del dos mil treinta, voy a escribir un diario con mis sueños y pesadillas, porque la complejidad de ellos me fascina mucho. Una puntualización; no tengo esposa, nunca he vivido en Cartagena, y no tengo cincuenta y seis años, tengo catorce.

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