Capítulo 4

16.3K 952 12
                                    

No se me ocurrió una mejor persona para ayudarme en la complicada tarea de elegir una fórmula que mi hermano. Ese pequeño mocoso estudiaba pediatría. Aunque claramente ya no era pequeño, sólo mocoso. De cualquier forma, lo llamé en ese preciso momento.

—¿Qué quieres? —fue su respuesta, tras un par de pitidos.

—Necesito de tu ayuda, ahora.

—¿Por qué? ¿Se escaparon tus babuinos voladores?

A pesar de que me comparaba con la bruja mala del oeste, yo sabía que había cariño debajo de cada una de sus palabras. Me invadieron nervios inesperados. Hacía tiempo que no hablábamos.

—Supongo que la respuesta es no —respondí. —Pero, Salvador, en serio necesito tu ayuda. Estoy en el supermercado de cerca de mi casa, te explico todo cuando llegues. Pasillo 8.

Colgué antes de que protestara. Suspiré, ideando mentalmente la forma de explicarle todo. Mientras esperaba a que llegara mi hermano me dispuse a examinar las opciones frente a mí, tratando de que mi instinto maternal me ayudara a entender aunque sea un poco sobre fórmulas. Para cuando el esperado estudiante llegó, no había entendido nada.

—¿Qué ocurre? —inquirió. —¿Tienes problemas comprando tus alimentos hermanita?

Su cabello negro y espeso, junto con su barba de pocos días y esos lentes de pasta negros le daban un aspecto entre intelectual y ñoño. Quizás el punto justo en el medio. Ese era mi hermano.

—Muy gracioso —repuse, rodando los ojos. —No es para mí, es para ella.

Señalé el carrito. Mi hermano se acercó y pude ver la sorpresa dibujarse en su rostro al vislumbrar a la bebé en la caja.

—¡Wow! ¡Compraste un bebé! No sabía que vendían de esos aquí. He estado buscando ese modelo por años.

Su humor bobo comenzaba a irritarme, pero aún me causaba algo de gracia.

—No tonto, lo adopté —dije a modo de explicación, como si con esa sola frase bastara.

—¿Me ocultaste todo un proceso de adopción, hermanita? Cuando escuché que me llamaste "Salvador" y no "Chavo" supe que era algo serio, pero no esperaba esto.

Metí mis manos en los bolsillos de mi abrigo para controlar la leve ansiedad que me invadía.

—No fue exactamente un proceso de adopción... Alguien la dejó en mi puerta.

Chavo examinaba la situación en silencio, pero moviéndose demasiado. Me miraba a mí, miraba a la bebé, le daba una vuelta al carrito, se acomodaba los lentes y se acariciaba la barbilla. Tras un par de minutos de contemplación, finalmente dijo:

—Así que supongo que buscas una fórmula para ella.

Sonreí y asentí. Supuse que se estaba guardando sus preguntas. Introdujo las manos en la caja y extrajo a la bebé. Con cuidado de no despertarla, la examinó. Revisó sus manos, sus pies, su cabeza, y trató de escuchar su corazoncito pegando el oído a su pecho. Después procedió a colocarla en la caja de nuevo.

—Parece saludable —afirmó. —Al parecer tiene un par de meses.

Se dirigió al estante y tomó uno de los botes de aluminio que anunciaba ser la leche de fórmula número uno en México. Me la entregó.

—Te recomiendo esta. Tiene todo lo que ella necesita. Además, es bastante accesible.

Asentí emocionada, pero la emoción se desvaneció al ver el precio.

—¿A esto le llamas accesible? —cuestioné.

—No me mires a mí. Tú eres la que eligió jugar a la casita.

Chavo me acompañó por el supermercado en busca en otras cosas necesarias, como pañales y baberos, aconsejándome sobre las mejores opciones. Bromeamos y reímos como si la brecha entre nosotros ya hubiera desaparecido. Recordé por qué lo había estado extrañando todo este tiempo. Cuando éramos niños, éramos inseparables. Todo lo hacíamos juntos, nos acompañábamos en cada aventura y éramos cómplices de cada travesura. Yo cuidaba de él lo mejor que podía y él se aseguraba de que no creciera demasiado rápido. Con los años, nuestra conexión comenzó a dañarse. Tratamos de cuidarla con llamadas rutinarias, pero no volvimos a ser tan cercanos como lo fuimos alguna vez.

Después de un rato terminamos con las compras. Chavo y yo caminamos hasta mi auto, donde traté de invitarlo a mi departamento para beber algo. Él rechazó la oferta bajo la excusa de que tenía que estudiar para un examen importante. Me pareció sincero.

—Hermanita, —dijo con un semblante consternado —¿qué vas a hacer?

—¿Sobre qué?

Él señaló con la mirada la caja entre mis brazos. Bajé la mirada hasta la bebé. Se había mantenido dormida todo este rato, por lo que seguramente estaba por despertar.

—No lo sé —respondí. —Quienesquiera que sean los padres, no les interesa.

—Eso no lo sabes.

El rostro de mi hermano denotaba preocupación profunda, pero además de eso había algo más en su mirada, como si estuviera decidiendo si debería regañarme o compadecerse de mi necedad.

—Necesitas llevarla con las autoridades —dijo finalmente. —Eso sería lo correcto.

Las rodillas me temblaban, entre el frío y el golpe de realidad que Chavo trataba de darme.

—Si hago eso, la ingresarán en el sistema y ahí se quedará toda su vida. ¿Tienes idea de cuántos niños son adoptados en este país al año? Menos de una docena.

Chavo mantuvo su expresión.

—Esta niña llegó a mi puerta por una razón, —continué —estoy convencida. Y si no, no me importa. De una forma u otra, tengo la oportunidad de darle una mejor vida, una con amor y una familia de verdad, para siempre. ¿No crees que merece eso?

Mi hermano no parecía estar de acuerdo. De pronto me di cuenta de cuánto había crecido. Ya no era el niño soñador al que le contaba historias para dormir, ni el adolescente rebelde al que llevé a su primer concierto. Estaba convirtiéndose en todo un adulto.

—Carla, no sabes en lo que podrías estarte metiendo. Estás tomando un gran riesgo. Y esta niña no puede tener una vida "con amor y una familia de verdad" en la ilegalidad. ¿Estás consciente de que ni siquiera la puedes registrar como tu hija? Sin mencionar que no estás calificada para cuidar de ella.

Traté de protestar, pero me silenció con un ademán.

—Deja de vivir en una fantasía. Esta es la realidad. Y las consecuencias son reales.

Le sostuve la mirada, por mucho que me costara.

—Tú no eres su mamá —agregó él. —Métete eso en la cabeza.

Y después se marchó.

Mi Bebé | [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora