"The best way to avoid a broken heart is pretending you don't have one"
Con precaución subo al autobús que me llevaría a mi trabajo. Ese día me había levantado extremadamente pronto sólo para impresionar un poco más a mi jefe. Me gustaba mi actual oficio; no me daba para comprar una mansión y coches lujosos pero si para pagar mi renta mensual. No obstante, sé que mis padres no están orgullosos de mí, y una parte de mí quiere complacerlos, pero después de todos estos años me he dado cuenta de que a pesar de mi esfuerzo, mis padres nunca se ven saciados. Siento no ser el prototipo de hija perfecta, pero no hay nada que yo pueda hacer.
Me siento en el asiento y saco el libro que llevo intentando terminar por semanas. Aunque es bastante obvio que no voy a ser capaz de concentrarme en la lectura con todo el bullicio que produce la gente un lunes por la mañana.
Jugueteo con los bordes de mi chaqueta, intentando entretenerme hasta que mi parada llegue. Nunca me han gustado las multitudes grandes de gente, y al estar todos comprimidos en un espacio cerrado es mucho peor.
Tengo el leve presentimiento de que alguien me está observando, y probablemente mis suposiciones sean ciertas, ya que hay mucha gente y es muy fácil que haya alguien que se haya fijado en ti. Aunque no en mi caso, ya que no suelo llamar la atención y tampoco es algo que ansíe, para ser sinceros.
De repente, el autobús frena en la parada anterior a la mía, dando paso a una chica de mi edad pelirroja y mascando chicle. Parecía estar de muy mal humor, la razón más probable es que no tenía sitio para sentarse. La pelirroja se percató de que la estaba mirando y se acercó a mí. ¿Tan predecible soy?
Una vez estuvimos cara a cara, se me quedó mirando de manera irritada.
- Muévete, quiero sentarme. - sentenció duramente. Lo que hubiera dicho una persona normal hubiera sido "Perdona, pero yo he llegado primero. Jódete." Pero yo, acostumbrada a dejarme pisar, me limito a morderme la lengua, para contener la lágrimas y obedezco cual perro.
Me quedó de pie, agarrada a la barra que atraviesa el interior del vehículo mientras la pelirroja se retoca el maquillaje. Me intento convencer de que de todas maneras, tampoco importaba, ya que mi parada era la siguiente y me hubiera tenido que mover igualmente.
El conductor aviso por el micrófono que mi parada era la siguiente. En seguida, guardé el libro en la mochila y recogí mi cabello en una alta coleta. Me aferré más a mi chaqueta por la incomodidad que seguía sintiendo por alguien que me estaba mirando, pero cada vez que volteaba, lo único que veía era gente discutiendo por teléfono o durmiendo.
Mi bolso vibró inesperadamente, dándome a saber que había recibido un mensaje. Cuando desbloqueé la pantalla, me salió una notificación diciendo que era de mi padre.
Recibido a las 7:18 a.m
De: Mr Clayton
Elisabeth, tienes que venir a la oficina hoy a la tarde en cuanto termines de trabajar, es decir, a las 8:30 p.m. No te retrases como siempre. Tenemos que hablar sobre tu trabajo, obligaciones y la próxima pasarela que protagonizará tu madre. Supongo que ya sabrás de que va a ir la charla.
Ven maquillada y vestida de manera que tu madre y yo no nos avergoncemos de ti.
Como siempre, me veían tan sólo como una muñeca, alguien sin sentimientos y sin aspiraciones propias. Seguramente, me vayan a soltar el sermón de por qué debería dejar mi trabajo y aceptar la propuesta de becaria en su oficina, pero sé de sobra que ahí sería mucho más presionada que en mi actual oficio. Allí, se limitarían a decir lo poco que sirvo para eso y que nunca deberían haberme ofrecido trabajo.
Si nunca van a estar conformes con lo que hago, ¿Por qué debería cambiar mi postura? Es absurdo a la par que inútil. Sin yo ser consciente, mis ojos se aguaron y una lágrima recorrió mi mejilla. Cuánto me gustaría ser capaz de enfrentar mi miedo y decirle a mi padre que yo no quería ser una mini-él, ni tampoco una modelo que desfilaba por pasarelas, siendo juzgada sólo por el físico y no por la interioridad de mi persona; por no hablar de ser sometida a dietas extremadamente duras que no te dejaban comer la cantidad apta de alimentos que necesita tu cuerpo.
Me solté de la barra y sin que se notara mucho, limpié mi mejilla con la palma de mi mano. Empujé mi cuerpo hacia la entrada del bus y esforzándome por hacer una sonrisa creíble, le pagué al conductor el viaje, murmurando un "gracias" que fue ignorado o no escuchado.
Me encontré en las frías calles de Londres en un segundo. El otoño acababa de llegar y se notaba por lo abrigada que iba la gente y por como la flora iba adoptando tonalidades marrones, naranjas y amarillos.
Inesperadamente, quise voltear mi cabeza al autobús de nuevo, llevándome la sorpresa al ver un chico con una sudadera negra cubriendo toda su cabeza, pero cuando el bus arrancó, pude divisar sus ojos verde eléctrico que me miraban. No a otra persona aleatoria de la calle, si no a mí.
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