Prólogo: Es mi noche para vivir

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Gabriela salió de la tienda con una bolsa llena de lápices de pintura corporal de color gris y algunos más negros y blancos.

Llevaba esperando esa noche todo un año. Más de una vez se había parado a pensar en lo extraño que era todo, pero rápidamente se olvidaba a causa del enorme deseo que sentía de que aquello ocurriera.

Antes de doblar la esquina de su calle, se bajó la falda remangada todo lo que pudo hasta casi llegarle a las rodillas y se abrochó la blusa hasta el último botón.

—Buenas tardes, señor Gutiérrez —saludó excesivamente cortés a su vecino, que la observaba al caminar desde detrás de la cortina.

«Viejo salido de mierda», pensó. Aún así, le gustaba. Sabía que, a pesar de la vestimenta puritana, con su libido conseguía atraer las miradas de todo el mundo, incluso de alguna que otra mujer.

—¡Hola mamá! —saludó desde la puerta al entrar, asegurándose de que su falda no traspasaba los límites permitidos por sus padres.

La madre de Gabriela salió rápidamente de la cocina para evaluar a su hija. Un solo detalle fuera de lo autorizado y tendría que guardar el disfraz de Halloween que venía de comprar para la fiesta de esta noche.

Por suerte para Gabriela, todo estaba bien.

—¿Qué traes? —preguntó su madre acechando con la mirada a la bolsa.

—Sólo pinturas y unos pantalones largos en color gris —. Lo sacó todo para enseñárselo y dejarla tranquila—. ¿Has buscado aquél jersey viejo de papá que me dijiste?

—Sí, lo he dejado encima de tu cama. Mira, hija, ya sé que últimamente hemos sido muy estrictos contigo.

—Demasiado —dijo en tono reprochador Gabriela.

Su madre respiró hondo. Últimamente era muy fácil sacarla de quicio.

—Pero tu padre y yo hemos estado hablando y esta noche te recogeremos de la fiesta algo más tarde de lo que en principio te dijimos. Considéralo una oportunidad para volver a confiar en ti.

Gabriela sonrió, intentado que su expresión fuera lo más dulce posible.

—Gracias mamá. Además, con este disfraz cinco tallas más grande que la mía, ¿quién se va a fijar en mí?

—Esa no es la cuestión, Gabriela. No tabaco, no porros, no alcohol. Y de otras drogas creo que ni siquiera tengo que advertirte, te considero lo suficientemente inteligente como para saber qué elegir y qué no.

—Y, ¿qué hora es esa a la que me recogeréis entonces? —quiso dejar pasar las palabras de su madre.

—A las dos. Papá estará esperándote fuera en el coche justo a esa hora. No tardes más de cinco minutos en salir, ¿de acuerdo?

—Sí, mamá —contestó Gabriela arrastrando las palabras.

«A las dos. Menuda putada, como mucho podré tomar un par de copas. Cualquier otra cosa no daría tiempo a pasarse el efecto.» Gabriela se estaba haciendo a la idea.

Subió a su habitación y cerró la puerta cuidadosamente. A sus padres no les complacía que se encerrara sin saber lo que estaba haciendo dentro, pero quitarle esa poca privacidad era excesivo.

Se arrodilló junto a la cama y sacó la caja en la que tenía guardadas cincuenta y dos cartas que había estado recibiendo de Osmar cada semana desde que lo había conocido hacía justo un año. Cogió la que estaba más arriba, que la había recibido el lunes. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había leído esa carta en seis días. Incluso casi sabía de memoria cada palabra, pero prefería tocar el papel que él había tocado, deleitarse con la maravillosa caligrafía que él tenía.

Permíteme vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora