El joven hijo del Inframundo caminaba envuelto en un manto de silencio, apenas punteado por el suave ruido que hacían las suelas de sus zapatos al rozar el concreto de las calzadas de aquel camposanto.
La pintura blanca de las tumbas refulgía al reflejar la luz solar, con tal potencia que habrían acentuado el infernal calor propio de la hora. Lo habrían hecho, de no ser porque el poder del chico absorbía el mismo.
Podía sentir suaves jalones provenientes de algunas tumbas, unos suaves y gentiles, y otros violentos, pero, para todos iba el mismo trato: indiferencia.
En otro momento se habría sentado a conversar durante un rato con los que tiraban violentamente, para aliviar su peso, para añadir otra historia a su colección; pero, hoy se dirigía a un sepulcro en particular, visitaba el cementerio por negocios.
En su vida, había conocido a muy pocos espíritus que pudieran negarse a obedecerlo, o que se resistieran, aún por un lapso breve, a sus poderes.
Bien, el Viejo Arue era uno de ellos. El fantasma de un ahogado, el más antiguo del terreno, quien incluso podía ordenar pequeñas cosas a otras almas.
El poder de aquel espíritu le provocaba curiosidad y respeto a partes iguales, con una leve pizca de recelo tiñendo su juicio sobre este. Era un aliado útil, no obstante. Pocos eran los detalles que se escapaban de él, quien conocía todo sobre las familias y ánimas de la localidad... Y encontraba gente, viva o muerta, sobre todo a aquellos en o cerca del mar.
Clavó sus ojos oscuros en el hosco prisma de piedra caliza y argamasa que era la tumba, para luego detenerse frente a la misma y cerrar los ojos, visualizando una puerta y a su mano tocarla un par de veces, con firmeza.
Aquel hombre tenía su respeto, por lo que no lo obligaría a salir si no quería; mas no hizo esperar al joven y se materializó poco a poco, desde abajo. Sus extremidades inferiores estaban desnudas, excepto por los jirones de lo que había sido un pantalón. Su torso era moreno, desnudo, y con algunas lapas pegadas a su piel. Su cabello estaba húmedo, e hilillos de agua salada recorrían permanentemente su cuerpo, hacia abajo, mojando por momentos el suelo donde estaba el hombre. Siempre tenía los ojos cerrados.
Al Hades le había chocado su aspecto la primera vez que se le había aparecido, cuando era un niño. Su madre lo llevaba de vez en cuando, a él y a su hermana, a visitar a sus abuelos y corretear entre las tumbas. Arue se había solidificado frente a él mientras se escondía detrás de su nicho, y el infante había corrido hasta su madre, abrazándola con fuerza, asustado, escuchando su propio corazón dar cañonazos en sus oídos.
Ahora, estaba acostumbrado al mismo, y era casi reconfortante, tierra conocida, una cuerda para sujetarse en el inmenso vacío en que se veía siempre.
-¿Lo de costumbre?-Su voz era áspera y fuerte, y pronunciaba las palabras de forma extraña. El menor asintió, sacando de su bolsillo una moneda dorada, vieja, y lanzándola contra el cuerpo ajeno. La misma desapareció al contactar la morena piel y el ánima volvió a hablar: -Tiene su encanto que me visites con tanta frecuencia, pero comienzas a aburrirme, ¿sabes? No soy el único Atormentado con información útil.
Aquello le irritó. Emitió un bufido antes de responder.
-Eres el único -inició, con la pereza de quien repite lo mismo una y otra vez-, que no me pide cosas absurdas a cambio. -Compuso una mueca burlesca al tiempo en que imitaba: -"¿Me sacarás de aquí?", "Asegúrame una audiencia con tu padre", "Quiero ver los Elíseos", "Deja que me alimente de tu alma".
La risotada ajena no se hizo esperar, llenando de murmullos el lugar, dando inicio a una cacofonía de voces que nada debían hacer en aquella conversación. El adolescente dejó caer la máscara socarrona de antes, volviendo a un semblante impertérrito. Chasqueó los dedos y los murmullos se acallaron.
-Me gustaría saber lo que sucedió con el que pidió tu energía vital...-Nada bueno, Arue, -cortó aquella curiosidad antes de que hiciera preguntas. No era algo que le gustara mencionar.
-En fin, no. Nadie sabe sobre tu preciadísimo sireno. No hay rumores, ni avistamientos nuevos. Solo lo que ya sabes.
Suspiró y agachó la mirada, para después mirar al fantasma. -Entonces cuéntame algo de igual valor. Esa moneda en particular fue difícil de conseguir.
La figura parpadeó, llevándose una mano a la barbilla, con torpeza.
- Se cuece algo importante relacionado con las Puertas. He escuchado que se han visto golpeadas por una gran fuerza en diferentes ubicaciones.
Una sombra de alarma cruzó sus ojos.
-¡¿Las puertas?! ¿Qué esperabas para escupirlo? Sabes que eso sería un maldito desastre -su tono de voz se iba elevando con cada palabra, haciendo titilar y retroceder a la figura-. ¡Tú, más que nadie, entiendes que la muerte tiene un orden!Cuando terminó, respiraba con agitación y sus puños estaban cerrados. Su sombra estaba desfigurada, con zarcillos aquí y allá, como ominosos tentáculos.
-No estás enfadado conmigo.
El fantasma empujó cuando su poder comenzó a retroceder. Admirable. Eso y la consciencia de que su afirmación era verdadera, hicieron que guardara la calma.
-No, tienes razón. Estoy enojado con otras personas y tú solo me has fastidiado. -Suspiró antes de continuar. -Me disculpo por mi proceder.
Con el vacío que procedía a sus ataques de ira cerró los ojos. Sintió el desvanecimiento del alma, como si una mano débil dejara de pujar contra un muro. Inspiró profundamente y comenzó a oscurecerse, antes de que su sombra lo engullera, de repente, como si el suelo bajo él se hubiera abierto una profunda boca.Excepto que no era agua. Excepto que otra persona solo habría encontrado suelo: plano, duro y frío.

ESTÁS LEYENDO
Viajero del Érebo.
FantasyUn compilado de "one-shots" sobre Nico Di'Angelo. Cada uno casi por completo independiente del anterior, o del siguiente.