Capítulo 4

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Su reloj mental le anunció que ya era hora de despertarse, algo que le sorprendió bastante, eso nunca pasaba. Se sentó en la cama meditando sobre la vida y qué debería desayunar, recordó cuando se vistió de porrista por Penny, recordó que había leche en el refrigerador, cuando se puso el vestido de su madre, las galletas de chocolate en la alacena, el día que cuidó a Anaís con Darwin, el sándwich de la semana pasada que dejó en la mesa, ayer cuando Darwin le había dicho que también le gustaba y se habían besado, la malteada de vainilla que guardó en el refrigerador...

Una sonrisa se dibujó en su rostro, la malteada sonaba bien. Se vistió mirando de reojo en pequeño bulto en la litera inferior, Darwin dormía en posición fetal y su cabello se desordenaba en toda la almohada, era muy adorable. Salió acomodándose el suéter típico de él, inhaló el aroma a mojado debido a la lluvia de la que no se dio cuenta en la noche; se sentía bien consigo mismo, alegre, incluso podría decir con seguridad que podía comer el mundo entero de un solo bocado...comer...entero...comer...beso...Darwin...¡Darwin!

De un momento a otro perdió el equilibrio, su pie se torció y cayó por las escaleras de una manera tan típica, ridícula, dolora y graciosa mientras gritaba y si cara chocaba fuertemente contra los escalones. Cuando su cuerpo quedó tirado casi moribundo en el piso soltó uno de sus gritos de chica, sonó tan agudo que podía reflejar todo el dolor de la caída.

—¡Cariño! ¿estás bien?— su madre corrió a su auxilio.

—Malteada...— sollozo el chico en en suelo.

Fue ayudado por su madre quien lo llevó hasta el comedor y sacó su malteada de la nevera. Se oyeron pasos apresurados en el piso de arriba, su mente apenas pudo distinguirlos de lo adormecida que estaba, no tanto de la caída, más bien por el recuerdo de la noche de ayer.

¿No lo había soñado?

Un golpe en el marco de la puerta hizo que levantara la vista, ahí estaba Darwin con el cabello enmarañado, el suéter negro mal acomodado, jadeando y rojo del esfuerzo.

—¿E-estás bien?— preguntó acercándose a él, le revisó toda la cabeza y el cuello verificando que no hubieran moretones. Al darse cuenta que no había nada suspiró aliviado. —Me asustaste, fíjate bien cuando bajes las escaleras.

Un suspiro se hizo presente y su madre colocó un plato con el desayuno los hizo mirarla. —Pero lindos hermanos que se preocupan el uno por el otro. No muchos hermanos son tan unidos como ustedes mis pequeños angelitos~

El rostro de Darwin se tiñó de los rojos más fuertes y soltó a Gumball como si fuera un leproso, caminó rápidamente hacia el refrigerador y tartamudeó.

—B-bueno Gumball y y-yo somos b-buenos ami-amigos ¿no e-es así G-Gumball?— en ese momento Gumball analizó las posibles reacciones de su madre al decirle que se habían besado y se atraían mutuamente, pero la cara apenada de Darwin le hizo soltar otras palabras.

—Tenemos casi la misma edad y somos hombres, es normal que seamos tan unidos. Además yo le quiero mucho.— sonrió angelicalmente.

Darwin palideció y sintió como su alma abandonaba su cuerpo.

—Pero que lindos niños, si no apresuran llegaran tarde a clases.— les hizo cariñitos a cada uno y subió a su habitación.

Ninguno dijo nada, debido a que comenzaba la temporada de otoño el sol salía cada vez más tarde por lo que esa mañana las calles aún estaban algo oscuras, además al ser muy temprano casi no había gente.

Habían tomado esa costumbre de salir muy temprano cuando Darwin se dio cuenta que se distraían mucho en el camino y dejaron de usar el autobús de la escuela cuando el pequeño le sugirió a Gumball hacer más ejercicio. De esa forma se les había hecho hábito salir tan temprano.

Una palabra: ADOLESCENCIA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora