Era un día como tantos otros, con la ínfima diferencia que era martes trece, aunque eso no suponía ninguna catástrofe para mí, ya que yo nunca había creído en la mala suerte. Me desperté y miré la hora en el reloj de mi mesilla de noche, eran las seis y media de la mañana. Suspirando, me levanté, me vestí y me aseé. Preparé un café y empecé a beberlo mientras metía mi ordenador portátil en mi maletín de trabajo. A la hora habitual, cogí el maletín y las llaves del coche, monté en el automóvil y conduje al trabajo.
El día transcurrió con total normalidad, con los habituales gruñidos de mi jefe y las constantes risas de mis compañeros. Volví a casa sobre las cinco y media de la tarde, encendí la televisión, me tumbé en el sofá y empecé a ver el telediario. El presentador avisaba que una peligrosa criminal se había escapado de la cárcel, estaba condenada a casi cien años de prisión por el asesinato y desmembramiento de múltiples hombres. Me estremecí imperceptiblemente y apagué la televisión. En ese momento, oí un ruido, como si alguien estuviese intentando forzar la puerta. Muy asustado, me levanté de un salto y, armado con un cuchillo de cocina, me dirigí hacia donde había oído el ruido. Allí no encontré nada sospechoso. Volví al salón y me disponía a leer un libro cuando me entró sed. Fui a la cocina a por agua y la encontré cubierta de un líquido espeso y caliente: sangre. Grité y, al instante, entró en la cocina una mujer de unos treinta años, con las manos cubiertas de sangre. Tenía el pelo alborotado, sucio y enredado. Los ojos le brillaban con locura y tenía una mueca en la cara que parecía una sonrisa sádica. Su ropa estaba manchada y rota por todas partes, pero no parecía importarle. Alcé el cuchillo que aún llevaba en la mano y ella me lo arrebató de un manotazo. Negó con la cabeza y dijo:
-No es nada agradable que te reciban así.
Yo intenté escapar, pero se puso delante de la puerta, mi única escapatoria. Sonriendo, comentó:
-Hace un día precioso para cometer mi asesinato número trece, ¿no crees?
Temblando de miedo, rogué:
-No, por favor, no me mates.
Ella contestó:
-Oh, sí, me encanta cuando suplicáis por vuestra vida. No me canso de oírlo.
Sacó un cuchillo y empezó a pasárselo de una mano a otra, como si estuviera aburrida. Me miró y me propuso:
-Si me ruegas, puede que tu muerte no sea demasiado dolorosa.
Hice lo que me había dicho: me puse de rodillas y empecé a decir "por favor".
-No veo que te estés esforzando mucho, ¿acaso no aprecias tu vida?-dijo molesta y me acercó el cuchillo al cuello. Yo estaba más asustado que nunca en mi vida y empecé a rezar. Ella se puso tensa de repente y murmuró:
-No, no le reces a Él, rézame a mí.
Como no pensaba rezar a una asesina, negué con la cabeza, lo que fue mi perdición. Con cara de demente, me cortó un brazo. Yo chillé de dolor y, al ver mi brazo en el suelo, casi me desmayé. Ella empezó a reírse. Cegado por el dolor, cogí el cuchillo que me había tirado al suelo e intenté clavárselo. Lo esquivó y me lo volvió a arrebatar. Conmocionado, vi como acercaba el cuchillo a mi cuello y supe que iba a morir.
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Martes 13
Short StoryEste es un relato corto que presenté en un concurso de mi instituto. Espero que os guste.