Capítulo 2

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Al frente se podía divisar tierra, de ahí que las voces llenas de felicidad procedentes de la tripulación exclamaran advirtiendo de esta. Se podría decir que era el único que no se alegraba de avistar la ciudad, en cuanto bajase del barco no volvería.

—Parece que el final ha llegado. —Defacdus posó su enguantada mano en mi hombro.

—Parece que sí. —Mi pelo azotado por la brisa del viento daba un toque casi melancólico a este momento.

—Sea lo que sea que te haga, no te derrumbes. Eres el único sobreviviente, no hagas que tu estirpe llegue a la extinción. —Apoyé una mano en la húmeda madera del borde del navío, para después apartar un corto mechón azabache de mi cara

—Senaat, acompáñame. —Sin rechistar obedecí las órdenes del hombre.

El ajetreado ambiente del barco me resultaba confuso, había tripulantes por doquier; Moviéndose por todos lados, lo cual, entorpecía el camino. Los pasos del capitán me condujeron por las escaleras hasta llegar al castillo de proa.

—¿Qué querías? —Pregunté al observar cómo sus pasos se detuvieron.

—Esto. —Se volvió hacia mí y extendió su mano.

Un collar que creía perdido se encontraba ante mis narices. Los rubíes que hacían de llamas brillaban por el reflejo del sol y por la cercanía de su amo, yo. El circular amuleto bañado en plata me traía malas experiencias. En los rubíes pude vislumbrar el fuego que se llevó mi hogar, el primero que tuve.

—Siento no haberte dado esto antes, quería encontrar el momento oportuno. Pero, se me hizo un poco tarde. —Extendí la mano recogiendo el objeto, consiguiendo que el frío que lo bañaba se convirtiera en un calor abrasador.

—No has de disculparte, si hubieses elegido la opción de dármelo hace cinco años, no estaría aquí. Habría recordado todo lo ocurrido en mi vida los días de antaño y, eso no habría beneficiado mi estado en aquellos tiempos. Habría muerto cual gato en el mar, desorientado y perdido. Confuso por la mala suerte que poseía y que abordaría este barco por mí culpa. —El hombre suspiró y clavó su vista en un ave que sobrevolaba nuestro barco.

—Si tienes una oportunidad, por pequeña o peligrosa que sea de conseguir la libertad. Aprovéchala. Que seas especial no indica que no puedas ser feliz.

—Soy feliz, pero, justo cuando ese sentimiento llega a mí, me lo arrebatan. —Bajé la mirada hasta contemplar mi torso, desnudo y brillante por el sudor con el que me había obsequiado el forzoso trabajo.

Mis pantalones manchados por la sangre que recorría mi espalda me daban un aspecto penoso. El capitán me examinó con sus marrones ojos, los cuáles, resaltaban con su pelo rubio manchado por unas escasas canas.

—Será mejor que te cambies de ropa. —Asentí con la cabeza y me encaminé hacia las habitaciones de los esclavos.

Las hamacas de cuerda, las cuáles nos servían de cama, se extendían por el lugar. Recorrí el pequeño laberinto de lechos y cajas, en las que almacenábamos nuestras propiedades, buscando mis pertenencias.

Saqué una camisa de tela, unos pantalones holgados y una capa, todos del mismo color, negro. Me las equipé y me colgué el amuleto en el cuello. No sin antes haber limpiado mis heridas.

No pude dejar escapar una sonrisa al ver mi aspecto, ahora decente.

"Nunca pensaría que volvería a cambiar de vida." —Pensé.

Salí de la triste estancia y aprecié la cercanía que había entre el barco y el puerto. Deposité mis pasos hacia el final del buque, en donde se encontraba Davímeus.

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⏰ Última actualización: Mar 20, 2016 ⏰

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