Carlos

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Salió de su escondite cuando todo estuvo en silencio. La noche había caído hacía mucho y los muertos se habían alejado del lugar. Se secó el sudor de la frente, suspiró y emprendió su camino. En medio de la oscuridad apartaba con las manos los objetos que pudieran causarle daño o que cayeran haciendo ruido atrayendo a los muertos nuevamente hasta él. Por alguna razón éstos se habían alejado de aquella sala, aunque aún se podían notar sus gruñidos en los pasillos, desde la oscuridad, anunciando que seguían ahí.

De memoria emprendió el camino hasta la salida, daba pasos medidos, suaves, lentos para no pisar nada, ni a nadie, que pudiera delatar su posición. En su camino tropezó con una pared y continuó su viaje dejándose guiar por la extensión de ésta. No tardó mucho en hallar una ventana que estaba cubierta por la gruesa tela de una cortina que impedía que el resplandor de la luna alumbrara la sala, con cuidado se colocó detrás de ella y observó a través del cristal hacia la calle. Ubicado desde el noveno piso del edificio y con el brillo de la luna pudo identificar miles de zombis que obstaculizaban la salida.

Un ruido en la sala llamó su atención, pasos torpes, respiración forzada y varios tropezones se sintieron en aquella sala. Los sonidos continuaron por varios minutos para luego callar súbitamente.

Carlos secó el sudor de su frente, respiró profundo y colocó su mano derecha en el mango del cuchillo, con la otra se aferró a la metralleta y colocó su índice en el gatillo. Permaneció inmóvil, con los músculos tensionados, respirando lo más calmado posible.

Los disparos de un fúsil rompieron el silencio de la habitación. Carlos miró por la ventana y encontró que a unas cuadras del edificio, alguien estaba accionando un arma en contra de la horda zombi. Se agregó el grito de una mujer que clamaba repetidamente y con todas sus fuerzas. Carlos pegó la cabeza sobre el cristal pero fuera de las pequeñas ráfagas del fúsil no lograba ver nada más. De repente, como el agua, que mueve su flujo hacia algún cambio de presión que le indica la salida de un recipiente, la horda zombi comenzó a dirigirse hacia el origen de aquel sonido. Los disparos se intensificaron y perdieron el control, los gritos de la mujer persistían hasta que de un momento a otro callaron súbitamente. Así mismo, los disparos del fúsil fueron menos seguidos hasta que por alguna razón no ocurrieron más. Con lágrimas en los ojos Carlos se pegaba del cristal de la ventana tratando de ver más allá pero la luz de la luna no era tan benevolente como para brindarle más que una escasa visión de la masa de muertos vivientes dirigiéndose al final de la calle.

Los pasos nuevamente comenzaron a sonar en la habitación, su sonido se acrecentaba y la respiración cada vez era más audible. Carlos sacó el cuchillo de su funda, tensionó sus músculos, colocó la hoja hacia abajo y se puso en posición de ataque. A medida que se acercaba su ruidosa respiración parecía esconder algo por debajo de ella. La cortina se hundió justo al lado de la cabeza de Carlos y este logró escuchar con claridad aquel sonido gutural que escondía la respiración.

—¡Nooooo! ¡Nooooo!—Repetía en un grito ahogado aquella voz que se escondía detrás de la respiración sufriente de alguien.—¡A-A... Angie!

Carlos permaneció donde estaba, sin moverse, ni decir una palabra.

—Ayúdame, por favor—Dijo la voz. Con una mano llena de sangre abrió la cortina y se colocó al lado de Carlos, con una de sus manos se presionaba una herida en la pierna de donde salía sangre—... no te preocupes, no es una mordida. Me disparé mientras los encerraba. Ayúdame... Por favor—jadeó y sus palabras se hundieron nuevamente entre su respiración, balbuceos es todo cuanto se oía—... mis amigos. Aunque que creo que ya no—más jadeos—... nada de ellos.

—Es imposible salir de aquí por ahora. Debemos esperar la luz del día para poder...—Carlos permanecía alejado, con el cuchillo en la mano y su dedo índice en el gatillo de la ametralladora que apuntaba hacia la cabeza de aquel extraño.

—¡No!—Trató de gritar—Hay... hay que aprovechar que se están comiendo a esas personas... es ahora o no es nunca.

—Sí—Dijo Carlos mirando hacia abajo donde la entrada al edificio estaba casi vacía de zombis—, creo que tienes razón. Tu sangre los atraerá. Debemos vendar la herida.

—Tienes razón. Pero si hacemos eso perderemos tiempo. Escucha no seré una carga para ti. Puedo llegar hasta la calle, luego nos montaremos en el auto que está enfrente y nos iremos de aquí. Tengo un grupo que no está lejos—Terminó la frase en un hondo suspiro y calló por un largo momento—. No te preocupes los muertos están encerrados en un salón al final del piso. No durará mucho así que tenemos que irnos rápido—su voz se apagó de nuevo detrás de su respiración—... una escalera de incendios, saldremos por ahí. Vamos. —O por lo menos eso fue lo que se logró entender antes de que su voz se volviera a apagar entre su respiración.

Carlos encendió una lámpara y con dificultad lograron salir de aquella sala, caminaron por el pasillo hasta la habitación contigua donde se encontraba la salida. El sonido de los muertos venía desde el final del pasillo y se lograba escuchar como golpeaban contra algo, algo que no tardaría mucho en ceder. Carlos abrió la ventana y ayudó al extraño a salir por ella. Colocó una pieza de metal que impedía abrir con facilidad la ventana luego que salieron. «Es hora de bajar» le dijo al extraño. Descendieron con dificultad los pisos de aquella escalera, algunos zombis se asomaban por las ventanas en el momento en que el extraño con su herida sangrante pasaba por ellas. Finalmente llegaron hasta el último piso a solo un paso de la calle. El extraño se sentó en una esquina de la última plataforma.

—Aún hay algunos.— dijo Carlos.

—Sí, no será difícil acabar con ellos. Solo no debemos hacer ruido y por ninguna manera—respiró más profundo que las otras veces, su abdomen descendía y subía con más violencia, mucho más que al principio; estiró su brazo y con el dedo señaló el auto—... está ahí. Las llaves están... dentro.

—Bajarás primero.—Dijo Carlos.

—No, debes ir tú primero y acabar... ¿¡Qué haces!?

—Ya no necesitarás esto.—Carlos lo despojó de su arma y las municiones que cargaba.

—Las necesito—trató de agarrarlas para evitar que Carlos las tomara pero sus movimientos lentos no coordinaban en los lugares adecuados.—por si algo sale mal. Pero ¿¡Qué...—Carlos lo tomó por el torso lo alzó sobre su cabeza y lo lanzó a la calle a unos metros del final de la escalera. Los zombis se abalanzaron sobre él sin el menor reparo y ahogaron sus pobres gritos con facilidad. Carlos aprovechó la distracción, bajó hasta la calle, mató dos de los muertos vivientes, subió al carro, encendió el motor y emprendió su camino de huida. 

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⏰ Última actualización: Nov 02, 2015 ⏰

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