Pandora se miró en el espejo y se aplicó el lápiz labial. Sonrió ante la imagen que veía en éste: sus grandes ojos color miel quedaban resaltados por el rímel negro, su pequeña nariz y pómulos tenían un color rosado gracias a la base, sus cejas eran finas, sus labios gruesos con un tono más claro del natural, sus dientes blancos, su cabello negro como el carbón y su figura alta.
La musculosa color crema y de tela fina contrastaba con su piel bronceada, los pantalones azul oscuro ajustados marcaban sus largas piernas y las sandalias negras al estilo griego le daban un poco más de altura.
—Con sólo mirarte no te vas a ver hermosa —dijo Eris a su espalda, una imagen exacta de ella salvo que estaba usando una camisa negra, una minifalda con pliegues y otro estilo de sandalias—. Estarías mucho más feliz si te casaras con el espejo.
Pandora la miró a través del espejo frunciendo el ceño, apretó con fuerza el peine. —Andá a torturar a los pajaritos —le dijo mientras se retocaba los mechones sueltos de su pelo.
Su gemela negó, meneando la cabeza con pesar.
—Es un desperdicio de tiempo, tantos hombres y tenés que salir con un idiota — Pandora guardó el maquillaje en su estuche y éste en el cajón del baño. Le temblaron un poco las manos, pero lo controló—. No vale la pena, haceme caso —volvió a intentar Eris, pero la dueña de casa la ignoró y fue hacia la cocina–. Ya vas a venir a buscarme.
El departamento era espacioso, sobre todo porque aún faltaban muebles, dejando las paredes blancas resaltar con el suelo de madera opaca. La vista era espectacular, la ubicación estratégica y el alquiler más barato de lo que se esperaría de un lugar así.
Entró en la cocina y terminó de ordenar todos los elementos que había usado para cocinar su plato favorito: pollo con papas en cebolla y mostaza. Colocó dos copas en la mesa junto con una botella de vino blanco y un destapador.
—Mucha energía en algo inútil, demasiada preparación y superficial —dijo Eris en forma de cántico pasando por la entrada.
—No voy a cambiar de opinión —fue lo único que le dijo y dejó caer encima del destapador unas servilletas. Todo estaba bien, todo limpio y ordenado.
Fue hacia la sala donde se sentó a esperar la llegada de Matías, la razón por la cual se había arreglado esa noche. Era un chico que había conocido en su viejo edificio, la había invitado a salir hacía un tiempo. Era divertido, agradable y siempre bueno con ella. Estaba mirando la novela de las 9 cuando sonó el timbre. Emocionada apagó el televisor, se llevó las manos a la cabeza para pasarlas por su pelo y abrió la puerta.
— ¡Hola! —se saludaron a la vez y sonrieron como tontos.
Lo dejó entrar y terminaron sentados en el sillón compartiendo unos besos. Pandora ya no se retorcía las manos, se veía calmada.
—Deberíamos comer antes de que se enfrié —dijo Pandora a la vez que se levantaba y, tomándolo de la mano, lo llevó con ella.
—Lindo departamento —comentó Matías.
—Gracias, es increíble haberlo encontrado.
—No explicaste bien por qué te mudaste.
—Fueron muchas cosas juntas, pero la principal es que ya era hora de un cambio —dijo rápido y le señaló una de las sillas de la cocina para que se sentara.
Ella se acomodó y sirvió los platos para ambos. Agarró el tenedor y pinchando un poco de pollo, se lo ofreció. El invitado aceptó sonriendo y ella mostró su satisfacción relamiéndose los labios.