Tres etapas distintas tuve que pasar para darme cuenta de lo fácil que era amar, y lo difícil, pero necesario, que era desistir.
La primera etapa fue bastante extraña. Se sintió como el leve rocío de la mañana en tus ventanas, que no notas realmente hasta que te paras a ver los vidrios.
Simplemente yo no le quería, y aún así podía decir que me agradaba bastante. No era mi amigo, jamás me acordaba de él. Nada más me parecía que hacía mis días un poco más entretenidos de vez en cuando, y supe semanas posteriores a conocerle, que si alguien me gustara, tal vez sería su mejor amigo, o quizás sería él.
Segundo momento crucial: ocurrió meses luego de aquel pensamiento. Noté que él era más alto que yo; (curiosamente lo hice hasta ese entonces) y asimismo noté que le gustaba ir de aquí para allá, brincando siempre, inquieto sobre sus pies. Vi que era espontáneo, popular, que era seguro de sí mismo y amante de una sarcástica conversación. Como todo buen adolescente decía sus patanadas, y por ser hombre de rostro lindo, varias mujeres estaban tras de él.
Ese sujeto, tan típico de un ensueño, comenzó a atraerme. Por la forma en que bromeaba conmigo, la química que simulaba entre nosotros... Por sus risas, su cercanía, por ser uno de los pocos amigos que yo recién hacía en aquel momento de la vida, que no me había tratado como yo quise, exactamente.
Lo negué, lo escondí, disfracé mi atracción con bromas y falsos coqueteos. ¿Pero qué me hizo creer que iba a ser eterno dicho estado? A los días de confesarme a mí misma que él me gustaba, exploté y se lo comenté a él. Y el resultado fue catastrófico. Me dijo que todo estaba bien, pero no, ¡eso era mentira!
De pronto me ignoró, me despreció, contó a medio mundo sobre mi confesión, ¿y por qué no decirlo? Actuó como un niño. Hizo caras, lanzó indirectas groseras, se alejó de mí, casualmente se volvió unido a su primera exnovia. Y a mí me tocó tragarme sus malos gestos con dolor. Pero él no sabe que odio tragar sin masticar primero, y que por eso también lloré, a causa de él.
Así que en fin, quizás fueron tres semanas las que transcurrieron de tal modo. No soporté más el hecho de que todo quedara tan mal entre nosotros, y decidí dejar mi orgullo por un lado. Dado a que yo también había empezado a ignorarle y tratarle mal, tuve que acercarme tímidamente cierta tarde a sentarme a su lado, lista para comenzar a explicar.
Su rostro es inolvidable; me vio con desprecio y sorpresa.
-¿Ya no vas a ignorarme?- dijo él, con un tono de voz que ciertamente se me antojó seco. Poco amistoso. Levemente resentido.
-¡Yo empecé a ignorarte porque tú estabas portándote grosero conmigo! ¡Me ignoraste, te alejaste, tiraste indirectas al aire que obviamente iban para mí! Me hiciste sentir mal, así que por eso te traté como tú me trataste. Y lo siento. Pero yo no trato mal a la gente sin razón. -
Y para colmo, como contraste de su tono, el mío emergió de mi garganta bastante más dulce y victimizado de lo usual. Es que en verdad, nunca nos hemos parecido. Sin embargo parece ser que algo de él conecta con algo de mí, dispuesto a hacer sintonía con mis pensamientos y comportamientos.
-Yo no hice eso. -
-Sí lo hiciste. -
-Pues no me acuerdo. -
-Pero yo sí. -
-Entonces perdón. -
Y vaya que ha sido la única disculpa que me ha pedido en el tiempo de conocernos. Aunque en realidad me deba unas dos, o tres. De todos modos no las necesito porque lo quiero, y como somos amigos se las he dejado pasar.
Pero bueno, eso sólo fue el segundo paso. Y si yo creía ingenuamente que aquella etapa había sido difícil, la tercera definitivamente iba a ser mucho peor. Asimismo mejor. Iba a ser bastante de ambas, a la vez.
Una fecha exacta no tengo en mente. Fue algo que despertó poco a poco, después de mi cumpleaños, que es en el séptimo mes del año. Yo era muy unida a él de nuevo para ese entonces, y como nos estábamos volviendo amigos, conocí partes ocultas y diferentes de él.
Fueron tantas cosas nuevas las que sentí, que semanas posteriores al inicio de las vacaciones, una noche, pasadas las once con once minutos... Yo volví a declarármele a Christian. El muchacho que había llegado a ser el segundo sujeto al que en mi corta vida, yo he llegado a amar de verdad.
Y mi confesión nuevamente le incomodó.
Tercera etapa. La última y más difícil de todas. Heme aquí escribiendo que me he puesto como propósito superar este amor antes del fin de año. Incluso si no quiero separarme de él, voy a buscar el modo de no amarle. Porque amarle es como martillar el vaso de lo que es mi alma; y con cada golpeteo de su frialdad hacia mí, el cristal se va rompiendo, y el agua, mis lágrimas, van amenazando más con salir. Y duele, duele como nada más me ha dolido. Mi probable obsesión y necesidad de su afecto, el cual nunca me da, hacen que de pronto mis ganas de vivir se apaguen, y que lo único bueno en el universo, para mí, sea él.
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Si vivo un romance ajeno, no necesito el mío.
RomanceRo, la chica de labios rojos. Ro, la chica que oculta su nombre bajo dos letras, a pesar de amar las rarezas de los demás. Ro, la niña que está enamorada, pero por no ser correspondida prefiere vivir el romance de los demás. De otro modo, sufre. Pe...