~Encuentro~

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24 de marzo, 20.30 hs.

La cosas no pasaron para nada como lo había previsto. Y eso que tenía un plan perfecto. A las 14.15 en punto, crucé el portal del Parque de las Alondras con la agenda apretada bajo el brazo izquierdo. Di un vistazo rápido a mí alrededor: nadie. Me acerqué con precaución al estanque. Nunca se sabe, por si uno de los dos protagonistas había llegado con anticipación, como yo; pero no, el banco estaba vacío.

Examiné cuidadosamente los alrededores para elegir el mejor escondite. Ninguna duda, era ese gran arbusto, ahí, del otro lado del sendero, entre dos árboles grandes. Escondido atrás de ese arbusto tenía una muy buena visión del banco, del camino que lleva hasta él y del estanque. Impecable. Y, golpe de suerte, no llovía.

Empecé a esperar: cinco minutos, diez minutos, quince minutos, veinte minutos. Dicho así no parece, pero es exageradamente largo, peor que una clase de matemática, estar totalmente solo plantado en medio del pasto y, además, hace doler las piernas.

A las 14.50, una chica llegó hasta el final del sendero. Mi corazón empezó a latir más rápido.

- ¿Será ella?- murmuré.

No le saqué los ojos de encima a medida que se acercaba. ¿Quién era?¿Qué parecía?¿Era del colegio?¿Iba a detenerse junto al banco o lo único que hacía era pasar y, en ese caso, no era la que yo esperaba?

Cuando la reconocí, dejé escapar un suspiro de decepción. ¡Laura! ¿Qué andaba haciendo ella ahí? ¡Cómo si fuera el momento! ¡Como si no tuviera otro lugar que no fuera el Parque de las Alondras para dar un paseo el miércoles a la tarde! Está bien, lo único que necesito es dejar que pase y esperar a la única, a la verdadera... Pero ¿qué está haciendo? ¡Faltaba más, qué descarada! Se sienta en el banco. Está loca esta chica, no sabe que ese banco está reservado a partir de las 15 y que son las...¡14.55! ¡Es terrible, la otra chica va a llegar, el chico también, van a ver el banco ocupado, van a dar media vuelta, quizá se vayan a otra parte, los voy a perder o se van a desencontrar y todo por culpa de una chica que no abrió la boca desde que empezó el año!No, no lo puedo creer.

A toda velocidad, intenté imaginar estratagemas para hacerla salir corriendo. Gritar: "¡Fuego, fuego!". No, inverosímil, no hay ningún rastro ni olor a humo. ¿Tirarle piedritas? Estoy en el pasto, ¿de dónde voy a sacar piedritas? Salir de mi escondite y proponerle tranquilamente: "Hola, qué tal Laura, ¿no quieres venir a dar una vuelta conmigo?", lo cual la alejaría del lugar de la cita. ¡Estúpido! Yo también me alejaría del lugar de la cita, no tendría ninguna posibilidad de ver a quienes espero y, además, estaría obligado a darle conversación a esa chica. ¡Idiota!

Pasa el tiempo, pasa el tiempo. Pasa demasiado rápido ahora. El tiempo nunca hace lo que se espera de él. ¿Qué estará tramando Laura? Sigue sentada en el banco, en el centro, como para dar a entender claramente que no tiene ganas de que alguien más se siente en él, y mira el estanque sin moverse. Maldición.

Desesperado, lanzo miradas hacia el lado del sendero. Ella va a llegar y él también. Nadie. El parque está vacío, como si Laura y yo fuéramos los únicos que lo frecuentamos hoy.

Hay que decir que no hace mucho calor. Yo estaría mucho mejor delante de la tele; los miércoles a la tarde tengo derecho a mirarla una vez que termino de hacer mis deberes pero, justamente, hoy ni siquiera los empecé.

Nada. No pasa nada. Laura está sentada sin moverse y no llega nadie. Son las 15.05, 06,07...

¿Qué hago? Estornudo

- ¡Achííís!

No lo sentí llegar, salió de golpe, no pude aguantarme. No me sorprende tampoco, el pasto está húmedo y mis zapatillas no son para nada impermeables; los resfríos empiezan en los pies, mi hermana siempre lo dice.

Laura se dio vuelta. Husmeó los alrededores con una mirada curiosa. ¡Cuidado, ya empieza de vuelta!

- ¡Achííís!

Los estornudos suelen venir de a dos.

- ¡Achííís!

O de a tres.

Laura se levantó, se acercó a mi arbusto. Ahí ya no podía hacer nada más, tenía que salir.

Me miró salir de mi escondite con curiosidad.

Yo dije:

- Eh, qué tal.

Ella no contestó.

Traté de darme vuelta con la mayor naturalidad posible mientras murmuraba:

- Bueno, me tengo que ir.

Y justo en ese momento, la agenda se me soltó y cayó al piso.

¡Es que, a fuerza de estar inmóvil, me había olvidado completamente de que tenía esa cosa bajo el brazo!

Nos quedamos así los dos unos segundos, plantados unos a cada lado del pequeño rectángulo verde oscuro con su ribete dorado. Después Laura se acercó con sus dos brazos, clavó su mirada en la mía y preguntó:

- ¿Lo leíste?

- Sí, por supuesto- le contesté espontáneamente.

En una décima de segundo me imaginé que iba a abrirlo, a hojearlo con curiosidad, a girar hacia mí, a exclamar: "¡Oh! ¿Viste? ¡Todos esos mensajitos son lo máximo!", y a preguntarme: "¿Sabes de quién es? No creo que sea tuya...". Me sentí halagado por la idea de que ella podría, aunque fuera por un breve instante, pensar que era mía.

La décima de segundo siguiente, me di cuenta de que acababa de cometer una tontería gigante, ya que la verdad era una enceguecedora e increíble: por muy inverosímil que me pudiera parecer, y contra todas las probabilidades, esa agenda era la de Laura.

Tenía delante de mi a la chica en la que pensaba desde hacía cuatro semanas, a la que había imaginado tan popular, aquella a quien llamaba afectuosamente La Nina, que demostraba tan buen gusto en la elección de sus fotos, de sus poemas...

Me apuré a rectificarme:

- No, claro que no; ni la abrí, te lo aseguro.

Laura tenía la agenda contra su corazón, como un objeto que había compartido mucho tiempo la vida de alguien y que casi formaba parte de la persona, y me miraba de una manera extraña. Estaba furiosa, de eso no había dudas.

- ¡¡¡Pero cómo pudiste!!!- empezó-. ¡Hace semanas que la busco!

Intenté defenderme:

- La encontré, no sabía de quién era, te lo juro.

- ¡Eso no es una justificación! Una agenda es algo personal, no se lee.

Creía que iba a ponerse a llorar; su voz temblaba, sus ojos brillaban- son lindos sus ojos, nunca me había dado cuenta-, su cuerpo parecía tenso, doblado sobre la agenda que yo me había atrevido a abrir. ¡Ay, ay, ay!

¿Qué debía hacer? ¿Qué debía decir? ¿Y por qué no llegaba el otro, con el que se había citado, para distender un poco la situación? Y enseguida me dije que continuaba estando totalmente equivocado, que no debía haber ningún otro, que ella se había citad con... no lo sabía y no tenía suficiente imaginación para descubrirlo.

-¡Te odio!- murmuró-. Y a los demás también. Los odio a todos.

Me dio la espalda y se alejó con pasos rápidos, con la cabeza baja, y siempre con su agenda apretada contra el corazón. Después de algunos metros se puso a correr y yo me quedé ahí, con los brazos colgando y los pies congelados.
Cuando volví a casa, me preparé una taza de chocolate caliente y después me planté delante de la tele con la excusa de que mis deberes ya estaban hechos. No entendía nada de lo que veía, sin embargo, no era más complicado que de costumbre.
Después de la cena subí directamente a mi cuarto. Agarré un cuaderno nuevo, uno grande cuadriculado y de tapa roja que hubiera tenido que guardar para la clase de Ciencias Naturale, y empecé a escribir. Hubiera podido hacerlo en mi agenda... Ni loco.
La agenda es para el colegio, alguien podría meter sus narices ahí dentro y lo que tengo para decir me incumbe solo a mí. Es más, voy a tener que encontrar un lugar seguro para poner este cuaderno. Tal vez entre mi colchón y el elástico de la cama? Sí, está bien. Y además, ahora tengo que empezar a hacer mis tareas.
Y Laura, qué estará haciendo en este momento? Mañana nos vamos a ver. Qué pasara?

El misterio de la agendaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora