Realidad: Parte 1

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¿Cómo empezar a escribir esta historia? En realidad, la verdadera duda es: ¿Cómo empezar estando tan cerca del final? ¿Qué es mi vida? Una mierda. Bueno, pero no siempre fue así. Por empezar, soy Federico, un chico de dieciséis años, educado, responsable, aplicado e ingenioso. Nunca me faltó nada, ni a mí ni a mi hermano menor, Joaquín. Mis papás hacían su mayor esfuerzo por darnos todo. Empecé el jardín en un colegio en el centro de Córdoba, y allí cursé hasta el quinto grado de primaria. En ese lugar, desde el principio, tuve buenos amigos. Me llevaba muy bien con la mayoría. En ese momento, pensé que toda mi vida iba a ser así, que viviría rodeado de personas para ayudarme. Tiempo después, todo cambió. Mi abuela, que vivía en un pueblo al sur de entre ríos, falleció y nos legó su casa. Cómo no teníamos casa propia, mis papás decidieron que nos mudaríamos ahí, una mala decisión.

Al mudarnos, entré en una escuela que quedaba bastante lejos de mi nueva casa y, por diferentes motivos, debía ir caminando, aunque sea hasta que pueda comprarme una bicicleta. Los primeros días, pensé que todo sería igual que en mi antiguo colegio, pero no fue así. El primer recreo que estuve ahí, fui a la biblioteca, en lugar de estar sentado solo en algún rincón, y ahí conocí al bibliotecario. Su nombre era Pedro, tenía más o menos unos treinta y cinco años y vivía con su esposa y su hija. También me contó que hacía unos meses, se había enterado que sufría de cáncer de pulmón, a causa de su adicción al cigarrillo. Desde ese día, todos los recreos hablaba con él, siempre tenía algo para contar. En fin, a causa de las visitas a mi amigo, mis compañeros de clase empezaron a molestarme diciendo que yo era gay y que estaba enamorado del bibliotecario. Al principio, no me molestaba, sabía que debía ignorar sus comentarios, que lo hacían solo para reírse de mí. Con el paso del tiempo, las bromas fueron metiéndose en mi carpeta, con dibujos de penes y frases que desearía no recordar. También ignoré eso. Cada cosa que escribían o decían, las hablaba con Pedro y él siempre me aconsejaba que no les diera importancia, que las personas siempre inventan defectos en los demás porque no quieren admitir los propios.

Un día, al salir de la escuela, estaba por ir a mi casa, pero al llegar a la esquina me sorprendió, por la espalda, una trompada y un empujón, con el que terminé en el suelo con mis cosas desparramadas a mi alrededor. Enseguida reaccioné y vi que quien me había golpeado era Daniel, uno de los que siempre me decía cosas. Me levanté y le pregunté por qué me había pegado, y me dijo:

-Lo hago porque en esta escuela no aceptamos maricones.

-Y entonces, ¿Qué hacés vos acá?- se escuchó decir a Pedro, enojado, desde el interior de su auto-. Subí Fede, que te llevo a tu casa, antes de que estos ignorantes te sigan pegando.

-Sí, dale Fede, subite al auto, que tu novio te lleva hasta tu casa –dijo Daniel, en tono burlón, mientras yo levantaba mis cosas del suelo y me subía en el asiento del acompañante.

Durante todo el trayecto hasta mi casa me la pasé recriminando a mi amigo porque, aunque sabía que lo que había hecho estuvo bien, sentía que todos mis años de secundaria me iban a joder con respecto a mi supuesta homosexualidad. Él se disculpó pero yo no lo escuchaba. Estaba concentrado, pensando cómo serían las cosas al día siguiente, así que, en silencio y sin saludar, me bajé del auto dando un portazo.

Antes de dormir, acostado, empecé a pensar en lo que había pasado y me di cuenta de que Pedro tenía razón. Si él no hubiera aparecido, tal vez estaría más golpeado de lo que ya estaba, así que decidí que, al otro día apenas lo vea, le pediría perdón por mi actitud y le agradecería lo que había hecho.

Pero, al día siguiente, cuando fui en el primer recreo a la biblioteca, noté que estaba cerrada. Y cuando fui a dirección, para saber que le había pasado, me dijeron que su esposa avisó que tuvo una recaída, y que tuvieron que internarlo. Después de clases, fui al hospital de la ciudad, donde se encontraba. Llegué en horario de visitas, así que pregunté el número de habitación y me dirigí hasta allí. Apenas abrí la puerta, reconocí a la esposa sentada a su lado, mientras él estaba acostado, durmiendo. Le conté a la mujer quien era yo y me dijo que, en ese momento, Pedro se encontraba sedado. Igual, le pregunté si podía dejarnos solos que debía decirle algo muy importante. Ella asintió y salió. Me senté en una silla al lado de la cama, donde antes estaba la mujer, y tomé la mano de Pedro. Llorando, empecé a pedir perdón por mis palabras. Esperaba, tal vez, que despierte para aceptar mis disculpas pero, en lugar de eso, su corazón se paró. Desesperado, empecé a gritar, llamando a los doctores. La esposa de Pedro, me sacó de la habitación. Nos sentamos un rato, hasta que llegó el doctor con la mala noticia. Abracé a la mujer, y empezamos a llorar desconsoladamente.

Entonces ayer, después de dos días de duelo, entierro y dolor, volví a la escuela. Entré al aula e ignorando la mirada de todos, en silencio, me senté en mi lugar. Durante el primer recreo, Daniel y sus amigos empezaron a gritarme cosas realmente dolorosas, que solo gente sin corazón diría, sobre la muerte de Pedro. Me levanté del banco donde estaba y, enojado, sin pensarlo, agarré un fierro, que vi en el suelo, y empecé a golpear a Daniel, hasta dejarlo inconsciente. Los preceptores vinieron a sacarme. A él se lo llevaron en ambulancia y a mí, después de una larga charla con el psicólogo de la escuela, me advirtieron que la próxima vez me suspenderían. Después de caminar los dos kilómetros de la escuela a mi casa, entré y noté que mis padres no estaban, pero en el living había una bicicleta nueva con una nota que decía: "A veces la vida es un camino largo, mejor será recorrerlo en bicicleta. Te amamos, tus papás.". Esa sorpresa fue lo único que me hizo sonreír y olvidarme de todo lo que había pasado.

Esta mañana, fui a la escuela en mi bicicleta nueva. Daniel no asistió a clases, fue una jornada tranquila. A la salida, apenas me subí a la bicicleta para volver a casa, vi una cara conocida que corría hacia mí. De un empujón, el hermano de Daniel, me tiró al suelo y empezó a golpearme, culpándome sobre el traumatismo cerebral que le había causado a su hermano. Desesperadamente traté de defenderme como pude hasta que vinieron otra vez los preceptores a separarnos. Esta vez, me suspendieron. Fui a buscar mi bicicleta para irme a casa, pero la encontré absolutamente destruida, abollada y con las ruedas sin rayos. En una parte del cuadro de la bicicleta, rayado, al parecer con una llave, se encontraba escrito: "Esto es por nuestro amigo, asesino hijo de puta".

Caminaba con la bicicleta a rastras, llorando y, cuando llegué a casa, al ver que ni mis padres ni mi hermano estaban, me encerré solo en mi habitación. Pero si encerrás a una bestia cuando está enojada siempre se va a poner peor de lo que está. Entonces, me senté en mi cama y empecé a pensar en todo lo que pasó en tan pocos días ¿Era posible que mi vida sea tanta mierda junta? Pedro era el único que podía entenderme y ayudarme pero ya no estaba. La soledad se había apoderado de mi vida. Creí que había solucionado mis problemas golpeando a quien me lastimaba, pero solo logré ser como él. Me convertí en una persona que odiaba. La golpiza que recibí hoy, me hizo entender que estaba destruido y que tal vez, debía destruirme del todo. No quería que todo el mundo me diga asesino, como mis compañeros lo habían hecho. Entonces, no aguanté más. Busqué la Glock que papá guardaba para defensa personal, escribí una carta de despedida para mis papás y mi hermano, la dejé frente a mí en el suelo y ahora estoy acá, con la punta de la pistola apoyada en mi sien, dispuesto a jalar el gatillo...


CONTINUARÁ..

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⏰ Última actualización: Nov 06, 2015 ⏰

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