Los sueños y la realidad.

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- David, despierta.
Esas palabras resonaron en mi mente como era de costumbre los días de escuela. Pero hoy... ¡No podía ser! ¡Esa mañana acababa el verano!
Mi madre me zarandeaba levemente mientras me repetía la misma frase:''David, vas a perder el autobús. ''
Como si hablásemos de un zombie me logré mover hasta la mesa donde un rico vaso de leche y unas tostadas con mermelada de fresa me estarían esperando. Mi padre ya se había ido a su trabajo como agricultor de olivos. Cogí el mando y como si fuese una pistola, disparé contra la televisión. Hablaban de bodas de famosos, la estafa de un futbolista sobre su compañero de selección o de política. Volví a apagar la televisión porque no me había dado cuenta de que ya era la hora. El autobús hizo sonar el claxon.
- Adiós, mamá. - dije mientras subía raudo las escaleras de mi casa que conectaban con un portón de madera, que a su vez comunicaba con la calle.
El autobús esperaba. Era de color blanco y rojo, no de amarillo y negro como muchos pensarían. Al subirme, Roberto me saludó. Era el conductor del autobús y todos se llevaban bien con él. Solo montaban mi amigo Miguel y mi otro amigo Juanma porque la salida del autobús era muy cercana a mi casa, y aún más a las de los otros, obviamente. A cada lado del autobús habían dos sillas y al final, cinco. Todo eran ventanas y a cada pocos metros habían martillos de seguridad. Yo estaba sentado con Miguel que era mi mejor amigo. Éramos tan buenos amigos que no nos parecíamos nada. Yo era rubio, alto y delgado, con ojos azules y de complexión normal. Miguel era también rubio pero de un color más oscuro, parecido al castaño claro. Además, era un poco bajo y con ojos marrones, de complexión fuerte y de un peso parecido al mío. Tampoco teníamos una forma de ser diferente, él era el más gracioso de la clase mientras yo era más reservado. También era más sociable y yo más tímido. Él era muy bromista y no se preocupaba por nada y yo, me considero un poco responsable para mi edad. En definitiva, éramos totalmente diferentes.
- Oye, David. ¿Hoy toca con el bobo?- preguntó Miguel, haciendo referencia a su maestro de gimnasia.
Bobo lo apodaron porque, siendo sincero, es un poco demasiado despistado, imprudente y cascarrabias, aunque en el fondo( muy fondo) sabían que era muy majo.
- Sí que toca. Y toca fútbol. Seguramente jugará José Luis,( que aunque era simpático y tal, era muy bruto.)
- Os acordáis cuando empujó a Manuel en la fila, ¡parecíamos fichas del dominó, cayendo una encima de la otra!- se rió Juanma, que estaba una silla delante, mirándonos a nosotros.
Todos nos reímos. Roberto preguntó que pasaba por ahí detrás y nos reímos aún más. Poco a poco, el autobús se fue llenando de gente, hasta terminar hasta la bola. Algunos tiraban avioncitos de papel, otros bolas y otros puntas de lápices. A Miguel le golpeó una bola en la cara y se puso a discutir y a refunfuñar con su lanzador. Poco tiempo después, estábamos en el Instituto de Educación Obligatoria Secundaria ''San Silvestre ''.
Todos descendimos del autobús.
- ¡Adiós, chicos! No os comporteis mal o mañana iréis andando. - se despidió Roberto. Álvaro ya estaba en la puerta. Vivía tan cerca que no necesitaba el autobús. Entramos a la clase. Todo transcurrió normal en esas aburridas clases de mates e historia. Pero después tocaba gimnasia... Fútbol.
Cuando nos separaron en dos sendos equipos, los rivales eran nuestros enemigos. Yo era el delantero, y Miguel iba conmigo. Los dos sabíamos lo que iba a hacer el otro de antemano, por lo que tras el saque y un par de pases, marqué el primer gol.
El bobo felicitó la jugada. José Luis iba en el otro equipo y se estaba enfadando. Disparó desde el medio del campo, pero se encontró a Álvaro, el portero de mi equipo. Tras el saque del portero, llegó el segundo a manos de Miguel. Diez minutos después, íbamos 5-0. Miguel chutó. Fue al palo. José Luis cogió el balón y después, disparó hacia el cuerpo de mi compañero Manuel. El balón salió fuera. Juanma, del equipo rival, le reprochó la acción anterior a José Luis, que reía descaradamente. Manuel se levantó a duras penas. Le ayudé, el disparo le había dado en la barriga pero podía seguir. A los veinte minutos todos habíamos recibidos los fuertes pepinazos de José Luis y Manuel ya se había retirado. Miguel estaba muy mal, pero quería seguir. José Luis volvió a apuntar a mi amigo, con muchísima fuerza, pero lo que pasó es que me puse en medio. Un dolor. Una caída.
Tras caer, volví a abrir los ojos. Era un paisaje verde, y no un campo de fútbol. Cuando intenté levantarme, aún confuso y mareado, y no vi ni a Miguel, ni a José Luis, ni a nadie. La nariz me sangraba fuertemente. Había un charco de sangre en el césped verde. Cerré los ojos. Volví a caer. Al abrirlos, estaba recorriendo un pasillo blanco y luminoso, tumbado en una camilla. Estaba débil, muy débil. La nariz me seguía sangrando. Pero no podía ni mantener los ojos. Volví a estar en ese territorio verde, parecido a un prado, con pocos árboles. Ya no había sangre. Ni me sangraba la nariz, alguien se acercaba. Era mucha gente. Sólo vi figuras verdes acercándose. Giré para correr, pero enseguida caí. Al levantarme, todo lo rápido que pude, y una voz conocida me habló.
- Relájate, David. Estamos aquí.
Eran mis padres.
Estaba en una habitación de hospital. Había un ramo de flores en la mesita. La habitación estaba muy iluminada gracias a las ventanas que habían en la pared a la que miraba. Vi que tenía una venda en la cabeza y un par de rasguños insignificantes en los codos y brazos. La cama era cómoda pero me dolía mucho la espalda.
- ¿Qué me ha pasado? - pregunté tocándome la venda.
- Te dieron un balonazo en la cabeza y te desmayaste. Te han puesto la venda y un líquido que dicen cura las heridas cerebrales.- explicó mi padre, poniéndome la mano en mis pies.
El doctor apareció de la puerta que había detrás de mí.
- Vaya, ya se ha despertado. Será mejor que se vayan. Necesita descansar. La medicina que esta tomando consume mucha energía. Mis padres obedecieron y al poco tiempo me dormí. Sentí una gran ráfaga de viento. Estaba en una casa de madera. Alguien abrió la puerta que había frente a mí.
- Hola, chico.
Me sobresalté de la cama. Volví a estar en el hospital. Me eché las manos en la frente, la pequeña parte que no estaba cubierta por la gasa. Estaba sudando. Tal vez será la medicina de la que habló el doctor. Me levanté aún nervioso por el sueño. Miré a la ventana. Sólo pude ver a unos niños jugando en el parque. Me daban envidia. Pero me alivió ver que estábamos de nuevo en la realidad. El doctor asomó por la puerta. Me giré.
- ¿Qué tal vas?- me preguntó.
Asentí con la cabeza.
- Alguien quiere verte.- dijo mientras se iba.
De la puerta se asomó la cara de Miguel, tenía unos cuantos moretones en la cara y la mano vendada.
- Hola, David. ¿Qué tal vas?
- Bien- le mentí. Estaba confuso y mareado.-. ¿ Y tú?
- No deberías haberte puesto en medio. Ahora no estarías aquí- me reprochó mirándome a los ojos con una expresión de frialdad.
No podía engañarle. Debía contarle lo que sentí por un momento antes de salvarle.
- Cuando vi a José Luis disparar el balón solo pude hacer eso. Había algo que me empujaba.
Miguel se rió en mi cara.
- No te hagas el dramático.
No dije nada. Llevaba razón. Pero sentí en ese instante que debía intervenir entre el balón y Miguel. No sabía porque. Mi vista se nubló. Me senté en la cama, al lado de Miguel, y caí como una marioneta. Me desperté de nuevo en el prado del primer sueño. Todo parecía relajado. Pero vi una horda de animales gigantes y verdes acercándose en embestida. Cada vez estaban más cerca. No podía levantarme. Cerré los ojos cuando estaban a unos 3 metros de mi. Al abrirlos, todos los animales están muertos, más de cien flechas habían volado sobre sus cuerpos de dos metros y poco. Me di cuenta de que llevaban taparrabos y eran de figura humanoide. Me tropecé con una piedra y volví a caer. Estaba en el hospital con el doctor y una enfermera.
- Quizás esa medicina le haga mucho daño. Tal vez haya que cambiársela, doctor.- dijo la enfermera.
- Tranquilízate. Su cerebro se está mejorando con la encefalina. Por eso se desmaya tanto. Tiene reacciones positivas. Pero habrá que dejar que descanse.
Pase varios días en el hospital descansando. No volví a tener sueños extraños. Me dieron el alta. Sólo debía tomarme una pastilla al día para cicatrizar las heridas. Volví a los estudios. La gente no paraba de preocuparse por mí en la clase. Incluso José Luis, que ya se había arrepentido por su acción de hacía casi tres semanas. Me quité la venda de la cabeza y volvió a ser todo normal. Continuaron los exámenes. Continuó mi vida. Pasaron las semanas. Y de repente... Volví a estar en ese prado. Veía los cadáveres de aquellos animales/monstruos, atravesados con centenares de flechas. De las cimas de las montañas se veían figuras humanas. Y me despertaba. Siempre era igual. El sueño se repetía una y otra noche hasta que llegó el invierno. En España, por lo menos en mi pueblo, no hay nunca nieve, solo en la cima de la montaña que asentaba la población, el Caballo. No podía seguir así, soñando con una especie de asesinato, de una montería. No me imaginaba otra cosa. Los animales murieron y las personas asomaban entre las riscas cercanas al prado. Aquellas personas deberían ser malas y los animales salvajes. Tenía que contárselo a alguien y ese era mi único y mejor confidente. Una mañana, en el recreo, me aparté del resto de compañeros y le expliqué lo que me sucedía y de lo que trataba el sueño.
- Si no recuerdo mal cuando ingresaste en el hospital a principios de curso, ya te sucedía.
- Siempre todos eran iguales, menos uno, que era en una pequeña habitación de madera. Escuchaba una dulce voz diciéndome:"Hola, David".
Miguel se lo empezaba a creer y mis sueños continuaron. Durante otras varias semanas más.
Ese día tocaba historia, con la profesora más malvada de la historia del instituto San Silvestre: Victoria. Aunque ese día traía una buena noticia.
- El día sábado 30 de enero iremos a la ciudad de Madrid, a ver una función teatral sobre la paz y la vida de Ghandi. Luego estaremos todo el fin de semana en la Warner Bros y en los monumentos. Y... Recordad: los que se porten mal o no vayan a tiempo, no podrán ir. El autobús partirá a las 9 de la mañana para llegar a las 11. Llevad ropa y dinero.
Durante todo el día no se habló de otra cosa en la clase y recreos:
- Veremos el mejor estadio del mundo... ¡El Santiago Bernabeú! - gritó ilusionado Álvaro.
- ¡El mejor estadio es el Calderón, so cabezahueca!- protestó Sergio, un buen amigo nuestro aunque de otro curso.
Se empezó a crear un debate sobre cual era el mejor estadio, y después sobre lo bueno y lo malo de Madrid. Miguel me tocó el hombro. Estaba preocupado. Se le notaba el la cara.
- Acompáñame a hablar con la maestra Victoria. Tengo que darle esto.- me enseñó una cartera, donde ponía "Doña Victoria" con rotulador negro.
- ¿Y por qué estás nervioso? - pregunté
-¿Es que no lo entiendes? ¡Se trata de Victoria! Pensará que se lo he robado. Y no me dejará ir a Madrid. Si se lo llevas tú, que sacas buenas notas...
-¡¡NOOOO!! - grité- No vas a conseguir meterme en un lío. Yo también quiero ir a Madrid.
- ¡Pero yo te ayudé cuando no te quedaba papel higiénico y tuve que ir a pedir a la clase de los mayores!
- ¡Y yo casi me muero salvándote el pellejo!- protesté.
Se quedó en silencio. Hizo una mueca de miedo. Luego suspiró:
- ¿Me vas a dejar solo ahora que vamos a ir a la capital de España?- preguntó
Al final lo consiguió. Tuve que acompañarle. Atravesamos todos los pasillos hasta llegar al de los despachos.
- No sé porque te ayudo. -refunfuñé.
-Cállate, ya no hay elección - dijo Miguel acelerando el paso. Estaban a 20 metros del despacho de doña Victoria. Sólo noté una cosa rara en el camino. La biblioteca estaba abierta. Nunca lo estaba. La puerta estaba entornada. Por curiosidad me asomé. Miguel se paró bruscamente.
- ¿Qué hará esto abierto?- pensó en voz alta- Vamos, David. No hay tiempo.
Yo no le escuchaba. Las estanterías estaban repletas de libros polvorientos, pero bien colocados. La mesa de la bibliotecaria estaba igual que hacía 5 años, cuando la cerraron.
Ni siquiera me acuerdo porque la cerraron. Estaba inmerso en mi curiosidad. Abrí la puerta del todo.
- David, nos van a pillar. Te estás jugando... Mejor dicho, nos estamos jugando ir a la Warner Bros.
- ¿Desde cuando te preocupa que nos pillen?
- Desde que el castigo es no ir a Madrid.
No le hice caso. De pequeño, me acuerdo venir aquí a por libros de fantasía. Eran mis preferidos.
Pasé el dedo por la mesa, y acabó blanquecino de tanto polvo. Las cortinas estaban entreabiertas, como cuando se cerró.
- Vamos, David.- volvió a insistir, sin mayor éxito.
Recorrí cada pasillo, viendo las amarillas páginas de los libros. Miguel iba detrás mía, mucho menos avivado. De repente, vi un libro tirado en el suelo. No tenía nada de polvo( todo lo contrario a los demás), lo que me llamó la atención, aún más. Cogí el libro y busqué su sitio en la estantería pero no había ningún hueco. Entonces leí la portada: "EL LIBRO DE LOS SUEÑOS".
En la portada había una imagen estremecedora, un prado, el prado de mis sueños...

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By: Damoley

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⏰ Última actualización: Nov 07, 2015 ⏰

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