Apoyo

1.5K 131 47
                                    

Caminé con cuidado por el camino de piedra cargando a Dante en un brazo mientras llevaba a Catrina de la mano. Mi madre me seguía el paso llevando a Liam. A pesar de estar usando lentes de Sol las lágrimas brillaban en mis mejillas. Las personas que me acompañaban por detrás del cajón iban en silencio, todos vestidos de negro. Finalmente llegamos al agujero en la tierra y la lápida de piedra.

Kentin Thomas O'Connor - Murió con honor

Mi padre, Gaeil, Castiel y Thomas dejaron el cajón vacío en el soporte y se separaron. No sabía quién estaba sufriendo más, si Thomas, Gaeil o yo, pero mi querido cuñado fruncía el puño con fuerzas, incapaz de creer lo que estaba viviendo en este momento. Los cuatro hombres se alejaron y el sacerdote se acercó para dar una última bendición.

El Ejército no había recibido el cuerpo de Kentin ni el de muchos otros soldados. ISIS se había quedado con los cristianos y católicos para escarmentar a los no musulmanes. Declaramos la muerte de mi esposo y organizamos ese funeral, con un cajón vacío pero con el corazón lleno de dolor. Cuando el cajón tocó fondo, le pasé a Dante a mi cuñado y me acerqué al montoncito de tierra que habían preparado, tomé la palita y junté con ella un poco, y entre sollozos la tiré con cuidado al fondo del agujero.

Había terminado. Pero ahora ¿cómo iba a seguir con mi vida? ¿Cómo iba a poder continuar sin Kentin? Mi corazón estaba partido en mil pedazos, viuda, con tres hijos y con muchas deudas que pagar. El mundo parecía demasiado grande para mí, era una hormiguita en este gigantesco e imponente escenario.

Ya no tenía ni fuerzas para levantarme de la cama, cumplía con lo mínimo y necesario para con mis hijos y luego me encerraba en mi dormitorio con Dante a llorar y oler la ropa de Kentin. Por las noches se colaba un frío glaciar en mi pecho que no me dejaba dormir ni respirar. Con cada latido de mi corazón sentía un dolor punzante, era inevitable llorar a cada minuto por la muerte de mi esposo; a pesar de lo mucho que intentaba disimular delante de mis hijos, era imposible, pues veía en ellos, en especial en Liam, la viva imagen de Kentin.

No dejé que mis hijos fueran a sus últimos días de colegio, ni tampoco al acto de ceremonia de final de curso. El colegio había terminado para ellos. Mi madre, sabiendo que no estaba en condiciones de nada, había venido a vivir momentáneamente con nosotros. Aunque yo sabía más que nadie que esa ayuda no iba a durar para siempre.

-Tienes que levantarte de esa cama, Annie -dijo mientras entraba a mi habitación para abrir las ventanas y dejar que entre aire y Sol-. No puedes estancar tu vida aquí. Aún eres joven, y tienes tres hijos que cuidar.

Sin embargo, lejos de hacerle caso, continúe en mi aislamiento. Sólo salía durante las noches al bar de Gaeil, para trabajar y despejarme un poco. Pero apenas ingresaba a casa, nuevamente el fantasma de mi esposo me recibía, acechando desde cada rincón oscuro, recordándome que allí seguía.

Dos días antes de Navidad mi madre puso un alto a todo esto.

-Adelante, pasen -escuché que decía la voz de mi madre desde el pie de la escalera-. No quiere comer, sólo se pasa el día en esa cama hasta que es hora de ir a tu bar.

-Yo la haré salir de allí -dijo la voz de Gaeil, ¿qué hacía mi cuñado aquí?

Las pisadas en la escalera se intensificaron y luego alguien abrió la puerta de mi dormitorio. Pasaron mi madre, Gaeil, Castiel, Ámber y... Lysandro.

-Annie. Basta. Arriba -dijo la voz de Gaeil. Yo lo ignoré y me arropé aún más con las sábanas.

-Annie, vamos, arriba. -Ámber parecía afligida por su tono de voz.

-¡Deja de comportarte tan patéticamente, carajo! ¡Tienes tres hijos que cuidar! ¡Necesitan de su madre! -gritó Castiel.

-Vete a la mierda -murmuré.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora