¡Yo no voy ni loco!

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                    -¡Ni loco!  ¡Yo no voy ni loco! ¿Adónde dijiste? ¿Al Cabo Polonio? -pregunté como para estar seguro de que no estaba alucinando. Pero mi tía volvió a repetir como esos avisos de la tele que te dicen la marca como dos mil quinientas veces y al final se te queda grabado en el cerebro: al Cabo Polonio.

            - Te vas a la casa de mi primo Beto, son solo quince días. Yo no puedo llevarte conmigo, es un viaje de negocios: tengo que ir a reuniones, conferencias... no te puedo llevar, Bruno, no puedo...

                    La voz de la tía seguía resonando en mi cabeza. Ahora ya no me importaba nada, tenía el pasaje en mi mano y no podía creer que ella se deshiciera así de mí, por quince días. Después de que mamá murió la tía Inés me llevó a vivir con ella; mi papá estaba lejos, muy lejos, en Canadá, y lo veía una vez por año, más o menos, porque mis padres estaban separados desde que yo tenía cinco años. Por eso la tía Inés le dijo a papá que lo mejor era que yo me quedara con ella, acá tenía a mis amigos, mi barrio, mis cosas...

                  A veces lo extrañaba y corría al teléfono; luego de charlar un rato con él me olvidaba de todo, mi papá siempre me ponía de buen humor. La tía Inés era igual. Ella decía que el abuelo Joaquín siempre
estaba haciendo chistes y que ellos dos habían heredado su alegría. ¡Pero ahora la traidora me hacía esto! ¡No podía creerlo!

                 Subí corriendo la escalera y me metí en mi cuarto, el único lugar de la casa en el que siempre me sentía a salvo. Miré la foto del portarretratos y le pregunté a mamá por qué se había ido así, sin avisar; ella no respondió, me miraba sonriendo... y yo apenas le llegaba al hombro. Yo también  me reía en aquella foto , a lo mejor era porque tenía idea de lo que iba a pasar después , a lo mejor era porque en ese momento con ocho años no sabía lo que significaba el dolor. Y ahora ella no estaba para evitar que ocurriera aquello.

                Prendí la computadora y empecé a cliquear buscando cualquier cosa que  me entretuviera.

               Al rato de navegar en Internet me sentí mejor y me olvidé de todo, pero entonces subió ella, la traidora tía Inés. Apenas golpeó, pero yo aproveché que tenía puestos mis discman y me hice el distraído.

           - Bruno, está pronta la cena; digo, si querés bajar.... hice lasaña. Te espero abajo, chiqui.

          ¡Traición! ¡Traición! Y además utilizaba el viejo truco de la lasaña, sabiendo que yo no podía resistirme. Esto era lo más bajo, lo más humillante, lo más... lo más...

           - ¿ Le pusiste bastante salsa blanca?-grité

           - ¡Sí, le puse mucha, como a vos te gusta!- se escuchó desde abajo.

               "Está bien, no es debilidad, no es debilidad, lo mío es simplemente hambre", pensé y bajé corriendo.


Misterio en el Cabo PolonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora