Única parte

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Advertencias: Soft yaoi. ArgChi. Cursilerías. Léxico sureño. Algo de OoC.

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Muchos decían conocerlo, pero la verdad no era así.

Ha vivido demasiado, conoció a mucha gente. Ha peleado en guerras en las cuales ha salido victorioso. Nunca dejó que viesen una faceta débil de él, nunca.

Todas las naciones y sus superiores lo conocían como un chico taciturno, serio, gruñón, valiente, un hombre ejemplar de mechita corta.

A menudo se había visto envuelto en situaciones extrañas, como las reuniones de la OEA o los constantes acosos del fleto de Argentina, pero nunca se doblegó.

Trabajaba muy duro para mantener a su gente, a su tierra. La presidenta más de una vez lo había regañado por estar trabajando hasta tarde firmando papeles, leyendo propuestas de ley o ideando algún plan para mejorar la economía y modo de vida de los ciudadanos.

Y era por eso mismo que se encontraba de pie en su casa en el pequeño pueblo rural de Futrono.

―"Manuel, esto es demasiado. Te estás desgastando mucho en esto. Será mejor que te tomes tres semanas de vacaciones. Y no es una sugerencia, es una orden". ―Había dicho la presidenta en cuanto lo vio sentado en su despacho leyendo su papeleo.

Suspiró, no podía contradecir a la mujer, que de alguna manera actuaba como su figura materna, pero que igualmente se mandaba cagadas, como todos los presidentes.

Volvió su vista al umbral de la cabaña y decidió entrar. Ya qué, se dijo, aprovecharía de descansar de todas sus responsabilidades como país.

El interior del hogar se encontraba tal cual a como estaba desde su última visita. Los cuadros y fotos seguían donde mismo, mostrando rostros alegres de él y varias personas importantes que conoció en su vida. El comedor, con la mesa de madera tallada, sostenía pequeños objetos de decoración y uno que otro papel de la señora que cuidaba su hogar cuando no estaba. El gran ventanal que daba vista hacia el lago Ranco, reflejaba los rayos de sol que entraban hacia la instancia.

El joven de cabello castaño negó con la cabeza y se dirigió directo a su habitación. Dejó sobre la cama la pequeña maleta que traía consigo y abrió el armario. No traía demasiado equipaje ya que en el lugar guardaba su ropa especial.

Y ese era el gran secreto que nadie, nadie, sabía.

Al interior del ropero colgaban largos vestidos de verano, otros sencillos de tela gruesa para el invierno, chales, abrigos, ponchos, y al fondo zapatos sencillos de dama, botines, sandalias, todos con un tacón bajo.

Alargó la mano hacia uno de los vestidos y lo sacó. Este era sin duda su favorito y cada vez que iba al campo se lo ponía. El estampado de flores y el color pastel resaltaban su trigueña piel y sus ojos castaños.

Se abrazó a la prenda y giró sobre su propio eje, viendo cómo los vuelos del faldón se levantaban y seguían la dirección del impulso.

Con una sonrisa amplia en el rostro, de despojó de sus prendas. La polera, el pantalón, la pañoleta y sus zapatillas deportivas fueron lanzados sin cuidado alguno hacia una esquina. Se puso delicadamente su vestido y fue hasta el espejo de cuerpo entero. Volvió a sonreír, incluso dejó escapar una tierna risa de felicidad. Adoraba su vestido, demasiado. Con esa prenda puesta se sentía bien consigo mismo, se sentía bonito. Olvidaba que era un país lleno de cicatrices imborrables, cicatrices que afeaban su tersa piel que con tanto esmero cuidó en su infancia.

El Vestido De Manuel | ArgChiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora