Gustavo se llevó la palma de la mano, lentamente hacia el invisible rostro que tenía ante sus ojos, sintiéndola intacta. Sus manos le temblaban, haciendo que su cuerpo tiritara de frío, y un escalofrío recorriera su cuerpo.
Todavía no podía creer lo ocurrido, era imposible. Algo así no podía existir, se decía una y otra vez. Mientras apenas asimilaba lo sucedido, decidió meterse a la bañera y abrir aquél grifo. El acuoso líquido no tardó en aparecer, haciendo que Gustavo lo sintiera recorrer cada centímetro de su piel. Era extraño... pensaba que el agua cristalina lo traspasaría, igual que lo había hecho aquella puerta.
Si en verdad se había convertido en alguien invisible, entonces ya no tenía vida propia; o más bien, ya no podía vivir como cualquier otra. La verdad no sabía si deprimirse o alegrarse por ello. Aunque se preguntaba que pasaría con sus padres. ¿Qué harían al respecto? Sólo esperaba que su madre no pensara que había un fantasma en la ducha, si es que pasaba cerca.
Con la puerta entreabierta, apresuró el paso hacia su habitación, no sin antes echar un vistazo alrededor. «No es nada bonito que tu madre piense que eres un fantasma» —pensó Gustavo, indiferente.
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No podía dejar de dar pasos una y otra vez, caminar en círculos no era normal, pero ahora ¿Qué le importaba? Era un fantasma que ni su madre podía ver. ¿Cómo podía actuar normal después de eso? Era ridículo todo.
Después de un largo tiempo viendo el techo en medio de la nada. Una idea bastante absurda se le ocurrió por la cabeza. «¿Qué tal si me robo todos los dulces que quiera. Sé que nadie se dará cuenta. Ademas estoy muerto y...» —pensó Gustavo sin saber que más decir, o que más inventarse.
—Intentarlo no sería mala idea... después de todo no pierdo nada. —Una sonrisa se formó en sus delgados labios.
Gustavo sentía la mirada de alguien viéndole desde muy cerca, por acto de reflejo se volteó hacia aquella esquina de la habitación. Entonces vio sorprendido al mismo tipo, al que le había inyectado ese extraño líquido.
—¿De dónde saliste? —preguntó asustado. Mientras se alejaba con brusquedad.
—Querrás decir entraste —escupió con voz grave. Gustavo frunció el ceño, él no estaba bromeando con todo esto. Quería una explicación de esta estupidez. Y la única manera de averiguarlo ahora era preguntarle a ese idiota, el cual quién sabe que le había inyectado—. Por la pared, por dónde más —respondió, después de haber notado la ira en sus ojos.
Gustavo se le quedó mirando con cara de fenómeno. ¿Acaso esto era una broma de mal gusto? Si fuera o no eso, quería despertar de una vez de aquél sueño tan irreal.
—¿Robar dulces? ¿Acaso no es ridículo? —preguntó de forma cínica, sacando dentro de su saco, unas gafas de sol negras—. ¿No le sabes dar buen uso a aquello verdad? —terminó de decir, apenas ajustándoselas.
Sus ojos no tardaron en abrirse de par en par. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Quién era ese sujeto? Miles de pensamientos y dudas le carcomian la mente.
—¿Có-como supiste lo que pensaba? —preguntó dudando haberlo hecho. No quería llevarse una sorpresa, y menos una desagradable.
—Entre menos sepas mejor. Tu mismo puedes formular tu conclusión. —Aquella voz sonaba demasiado tranquila. Como si todo fuera tan normal—. Te vienes conmigo, antes de que el efecto se apague.
Sin previo aviso lo agarró del brazo, halándole hasta atravesar la pared del cuarto.
Gustavo se sorprendió de haber hecho aquello. Todavía no asimilaba lo que estaba ocurriendo, y creía que no lo aceptaría hasta mucho tiempo.
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Gélida soledad
FantasyGustavo es un adolescente solitario de catorce años, quién tiene una vida aparentemente normal. Excepto por una manera un tanto extraña y peculiar de ver la vida. Él no sabía que eso algún día le cambiaría la vida, hasta el punto de ser obligado po...