PRAY FOR PARIS, FRANCE

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La  natural tranquilidad bulliciosa llenaba el suave paisaje parisino antes de que el ruido infernal agobiara el aire que respirábamos. 

Los golpes comienzan, los gritos de terror ahogan las voces frías que con certeza y previo cálculo nos rodean y nos encerran. 

Todo parece volverse confuso, no sabemos a donde ir o hacia donde mirar. 

Sus voces nos silencian. 

 El miedo me aprisiona el corazón unos instantes. 

No comprendo, ¿qué están gritando? 

La lengua es tosca y confusa para mí pero aun así, mis piernas comienzan a temblar. 

De rodillas, alguien grita. 

Esto es más que un simple altercado. 

Todos allí obedecemos, temerosos de las represarías.

No sólo mis rodillas rozan el frío pavimento, también lo hacen mis manos que buscan apoyo.  

Un gemido se escucha por encima de la consternación. 

Una niña, apenas se la ve, oculta entre los brazos de su madre. 

La mujer llora, susurrando silencio a la pequeña con suaves murmullos que me hicieron pensar en aquellos que en mi casa esperaban. 

¿Qué era lo último que le había dicho a mi madre? ¿Y a mi padre? 

No podía recordar, no necesitaba recordar. 

El miedo era más que todo, era más que nada. 

Un hombre encapuchado se acerca. 

El brillo especial de su arma, aunque oscura, relucía en las sombras como si un foco guiara mis ojos hacia ella. 

Veo sangre en sus ropas.

La muerte ya ha corrompido este lugar. 

Comprendí entonces que el ave negra que una vez leí que malos tiempos auguraba no era otra que ésta que a mi lado se cernía, grande y sombría como la noche que prometía.

Un ruido sonoro silencio a la mujer. 

Alguien se alzó cerca, rebelde, queriendo decir palabras que jamás llegaron a pronunciarse. 

Aquí no era importante el quién, sino el qué. 

Éramos un mensaje y una advertencia. 

Nadie se atrevía a lagrimear mientras comprendíamos que ya habían echado el primer puñado de tierra sobre nosotros. 

¿De dónde venía esto? ¿Por qué nosotros, por qué ahora? 

Un joven estaba cerca de mí y vi de reojo como sus brazos sufrían el temblor de un ataque de rabia y de cólera. 

Aquí viene el siguiente, pensé. 

Una de las sombras negras cogió a una mujer del pelo, la llevó al centro y le puso el arma en la frente mientras la obligaba a mirarle a la cara. 

El sonido seco de su cuerpo al caer no fue más que el eco de un corazón deteniéndose. 

Una risa envenenada rugió de una de las sombras. 

Otra le respondió. 

Dos hombres más cayeron. 

¿Así acabaríamos? 

Dónde los refuerzos, dónde la salvación. 

Unos ruidos en la planta inferior alertaron que algo andaba mal. 

Jamás había oído una metralleta, pero eso me pareció oír en aquellos instantes. 

Cuerpos. 

Sangre. 

Muerte. 

Al llegar mi turno, alcé el rostro. 

Ya no había miedo. 

Una espesa barba oscura ocultaba el rostro de mi verdugo. 

No necesitamos palabras. 

Él presionó el gatillo. 

Yo caí consciente por momentos. 

No podía moverme. 

Todo se nubló. 

Y el mundo se silenció para siempre. 




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Ésta noche estoy consternada. Creo que mucha gente lo está, y no sin razón. Muchas vidas inocentes se han perdido en estas horas sangrientas. Mi condolencias a los familiares; a los heridos, mis oraciones. 

Ésta ha sido mi forma de colaborar con este movimiento de apoyo a las victimas y además, una forma de protesta, porque recordemos que las palabras tienen mucha fuerza, y pueden más que las armas y la violencia. 

Un beso a todos y mucho amor y mucho ánimo.




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