Sueño... mi sueño... Y tu estabas allí...

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-Rubiuh, jode', que te quiteh', tío- chilló Mangel, con la voz ronca propio de alguien que recién se despierta.

-Venga, Mangel. Si hace un día precioso. Levanta ese culo, ¡vamos!- contestó el muchacho rubio, haciendo peso muerto contra su cuerpo, para aplastarlo aun más si cabía contra el colchón. Si, había entrado corriendo en la habitación y si, se había tirado contra su amigo con un clavado por el cual seguramente luego tendría que pagar un alto precio.

-¡Pero que pesado eres, macho! ¡Deja dormir!- Miguel volvió a enroscarse en las frazadas, con la esperanza casi nula de que eso hiciera desistir al sujeto que le aplastaba.

-No, de eso nada, ¿eh?- Rubén se incorporó sólo lo suficiente como para tironear de la manta nuevamente. -Son las 3 de la tarde, Mangel. ¡No puedes simplemente estar tirado ahí todo el día!

-Si, si puedo y mirame- el moreno entonces, intentó adoptar una posición fetal, aun con el peso del otro sobre su propio cuerpo, apretándolo asfixiante.

Pero Rubén no iba a desistir, no era de aquellos que se rendían fácilmente; además, sabía que su mejor amigo estaba pasando por un momento difícil, de esos que son comunes cuando ya estás más cerca de los 30 que de los 15, donde simplemente tienes ganas de tirar todo a la mierda y desaparecer del mundo por un rato, para no hacer nada y darte un merecido descanso.

No por ello diremos que Mangel no se merecía aquello, puesto que si lo merecía, pero el caso era que ya llevaba una semana encerrado en su casa sin querer salir, grabar o hacer otra cosa además de comer lo necesario, twittear esporádicamente o dormir como un jodido oso que hiberna.

Dejó entonces de aplastar al chico, se levantó de sopetón y arrancó el cubrecama con fuerza del cuerpo de Mangel.

-Rubiuuuuh...- gimoteó Miguel, apretando los ojos para que la luz que entraba por la ventana no le lastimara la vista.

-¡Que te levantes! ¡Al menos date un baño que apestas!- Rubén se tironeó del cabello hacia arriba, como era de costumbre mientras miraba a su amigo, exasperado.

-¡Está bien, coño!- Mangel, se incorporó malhumorado, dejando las piernas caer fuera de la cama para tocar el piso, en quién sabe cuánto tiempo. -Pero luego te piras, que no tengo ganas de salir, ¿eh?

-Ya, ya- y listo, así de fácil había dado un gran primer paso. Por supuesto que no iba a irse tan fácil, pero ese era un detalle que no iba a aclarar con un tal mal predispuesto Mangel.

Entonces lo miró, lo miró por primera vez ese día con verdadera atención. Mangel estaba vestido solamente con unos boxers de color azul oscuro, tenía algo de ojeras, el pelo hecho una mierda, sucio y revuelto y además un color blancuzco en la piel, probablemente de no ver la luz del sol durante días.

-¡Tío, luces horrible!- exclamó sin poder guardárselo, tan típico de él y su espontaneidad.

-Hmm...- gruñó Miguel, bajito y se arrastró como un zombie hasta el armario para buscar ropa. Tomó un par limpio de bóxers, un toallón y una remera. Entonces como si nada, con las prendas en la mano, en vez de dirigirse al baño, cayó nuevamente en la cama aplastando el rostro contra el colchón.

-¡¿Pero qué cojones?! Ah, no, de eso nada- chilló Rubén, acercándose para zamarrearlo de los hombros. -¡¡Que te levantes y te bañes!!

Se sentó a horcajadas del muchacho, sobre su culo y continuó con la tarea persuasiva para hacerlo cambiar de opinión sobre la comodidad de la cama.

-¡Rubiuh, que pareh' de una ve'!- se quejó Mangel, aun con el rostro contra las sábanas.

-¡Que no! ¡Que te levantes ya, puto vago!- Rubén siguió zamarreando con fuerza y picando cada tanto los costados del otro.

Sueños (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora