Jason parecía muy inquieto e intranquilo. Sabía que no le había convencido del todo que su amigo Spencer se quedara a cenar esa noche con nosotros.
—Jason, cielo, ¿te ocurre algo? —pregunté con tono agudo mientras cortaba el tomate para la ensalada.
Jason no contestó, estaba distraído, bastante despistado, y era extraño; ya que él siempre había sido un hombre muy atento y cuidadoso.
—Jason —le llamé la atención.
Él reaccionó como si hubiera vuelto de un viaje años luz, como si hubiera acabado de aterrizar en este mundo por primera vez: movió la cabeza de un lado a otro y, más tarde, la alzó para verme.
—¿Yo? Sí, estoy bien, no pasa nada —dijo casi tartamudeando —, ya te lo dije antes.
—Lo sé, pero —me tomé una pausa para volverle a mirar — últimamente estás muy raro, por no añadir que hoy has llegado más temprano que de costumbre, cuando siempre sueles llegar tarde —anuncié bastante seria —. Además de haber traído un invitado sin, al menos, haberme avisado antes.
—Ya, bueno, es que... —empezó a justificarse sin saber muy bien qué decir, —No te había avisado porque solo había venido a traerme y no me apetecía que se quedara a comer.
—¿Y eso por qué? —le obligué a contestarme.
—Pues porque quería pasar tiempo contigo, amor —respondió acercándose a mí por detrás, agarrándome de la cintura y aferrándose a mí, más que nunca.
Aunque sabía que me estaba mintiendo y que seguía ocultando algo, decidí dejarlo estar por aquel momento.
En realidad fue sentir su calor, lo que hizo que me olvidara de todo. Lo cierto, es que tenía razón. Ya casi no nos veíamos y cuando él llegaba a casa la mayoría de veces, yo ya estaba dormida. Ni siquiera los míseros domingos conseguíamos establecer conversación ni contacto alguno. Le echaba de menos. Le necesitaba. Porque, al fin y al cabo, le quería muchísimo.Al dirigirnos hacia el comedor y Jason poner la mesa, cogimos asiento y yo empecé a servir al invitado. Había preparado estofado con arroz, ensalada de queso de cabra con piña y tortellini a la carbonara.
—Tiene una pinta deliciosa, cariño —me alagó Jason rodeándome con su brazo.
—Esperemos que sepa igual —sonreí y miré a Blake.
Él levantó la vista y clavó su mirada en mí. Al sentarme, empezamos a comer en silencio.
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Ciegos al riesgo
БоевикVanessa Boston, una chica de veintiún años, trabajaba para sus padres, Mike y Alice Boston en la CIA. Al morir su madre en una misión de alto riesgo, Vanessa decidió retirarse de la agencia y empezar su vida de cero en la NBC de Miami como primera p...