CAPÍTULO I

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Me siento en la orilla de la cama de mi cuarto viendo fijamente el piso de baldosas blancas. Me paro y bajo las escaleras yendo hacia la cocina. Mi padre no está porque de seguro está trabajando muy duro, ya que en unos días son las elecciones y él se postuló para la alcaldía de nuestra ciudad. Pero eso ahora no me importa, por ahora.

Llego a la cocina y lo primero que veo es una manzana en el frutero, la saco y noto que está algo podrida pero aun así me la empiezo a comer. Camino hacia el sofá de la sala y me siento comiendo la manzana pero al poco rato la dejo a un lado. Es un domingo como cualquier otro; sin nada que hacer y sola.

Ya sé: Puedo ir a ver a mi padre al trabajo.

Subo las escaleras de nuevo para llegar a mi cuarto y cambiarme de ropa.

Mi casa se encuentra en una colonia céntrica de la ciudad, así que el Palacio de gobierno (donde trabaja mi padre) está cerca. En la escuela nos han dicho que este lunes no habrá clases por las elecciones así que tengo bastante tiempo libre para pasarla con mis amigos, en realidad básicamente sólo tengo tres: Diana, Belén e Iván. Todos son mayores que yo por unos meses pero vamos en el mismo curso en la escuela. Como ayer fue mi cumpleaños número quince, Belén me trajo serenata junto con Iván pero Diana no se presentó porque su abuelo está enfermo.

Me miro al espejo ya con otras prendas puestas: unos jeans azules muy apretados, una blusa de color verde muy mona pero se transparenta mi sostén, y unos zapatos negros para salir. Me pongo una camisa blanca debajo de la blusa verde para que no se vea mi sostén y después salgo de casa.

Al salir, una corriente de aire me despeina (aunque no me peiné pero me alborota más el cabello) y tengo que entrar de nuevo a casa por una liga pero no encuentro. Mi madre murió cuando yo era pequeña y todas las cosas que ella usaba están en un pequeño cajón en un buró del cuarto de mi padre, así que abro ese cajón y saco una pequeña liga roja y me hago una coleta. Se esponjan mis chinos pero vale la pena ya que esa liga por muy pequeña que sea, me recuerda a mi madre.

Estoy parada enfrente del enorme Palacio de gobierno que consta de 21 arcos pintados de un verde claro y dos pisos pero no recuerdo exactamente en qué oficina trabaja mi padre. Quién sabe pero no lo descubriré si no entro. Ya adentro, veo un mar de gente muy morena abarrotándose en las distintas cabinas de atención por las oficinas cercas del pasillo por donde camino. Veo diferentes pasillos que dan salida a otros cuartos o recámaras en donde igual hay muchísima gente. Tal vez esa gente viene de otra parte del país y quiere refugiarse en esta ciudad aunque no entiendo por qué si se supone que ya terminó la Tercer Guerra Mundial.

Después de andar como mensa por los dos pisos del Palacio, me dan ganas de hacer pipí así que ahora debo buscar un baño. Entre tantos lugares que están escritos en los letreros de las paredes de estos pasillos como "Ayuda Psicológica", "Tratamiento de personas exiliadas" o "Personas altamente desorientadas mentalmente"; no hay ninguno que diga "Sanitarios". ¿Cómo puede ser eso posible?

Si no hago pipí ahora mismo, explotaré.

Ahora estoy al final de un pasillo, junto a una puerta que tiene un dibujo de una mujer. Milagrosamente he encontrado un sanitario y pude desahogarme. De repente, sale un hombre moreno y regordete de la puerta de al lado, la cual tiene dibujado un hombre. Es mi padre.

-Dios mío, te he estado buscando.

-Hola querida, no tengo tiempo para hablar contigo. Apenas si me ha dado tiempo de ir al baño... -dice mi padre.

-No, espera...

-No puedo atenderte, discúlpame en serio. Luego en casa me dices todo lo que tengas que decirme -y se va.

-Sólo quería verte -digo al aire mientras mi padre se aleja caminando demasiado rápido.

Después de esa pequeña charla que tuve con mi padre ahora estoy sentada en una banca metálica del parque que está en frente del Palacio. Hace frío así que tengo los brazos cruzados; no sé qué hacer ahora. Me suelto la liga y mi cabello chino de color pelirrojo se esponja, veo la liga que está en mi mano derecha lentamente mientras recuerdo a mi madre. De hecho, no sé qué debo recordar de ella si murió cuando yo era una bebé.

Me paro de la banca y ahora voy de regreso a mi casa que está a unas cuadras de aquí.

Mientras camino miro mis zapatos y cuido de no pisar las líneas que se forman entre las baldosas de la acera. De repente un muchacho de piel oscura viene caminando en dirección contraria a mí. Al principio no le hago caso, pero todo cambia cuando veo su enorme navaja contra mi estómago.

-Dame lo que traes que sea valioso -dice con una voz dura y muy llamativa.

-¿Qué podría traer? -digo mientras lo veo a sus ojos color café claro. Muy claros.

-No me importa, sólo dame tus zapatos y aretes -dice acercando más su navaja.

-¡Pero no traigo aretes puestos! -grito esperando a que alguien me oiga.

-Quítate los zapatos ahora.

Abro la llave de la regadera mientras recuerdo esos ojos cafés. Nunca había visto unos ojos tan bonitos. Ni siquiera los de Iván que son verdes se comparan a los de él.

Mientras me baño sigo pensando en él, no me importa que me haya asaltado.

Espero encontrármelo algún día.

Dios mío, ahora tiene mis zapatos en su posesión ¿Qué hará con ellos?

Cuando llega mi padre, ya es bastante oscuro allá afuera y por lo tanto las velas están prendidas en toda la casa. En mi ciudad no hay luz así que tenemos que alumbrarnos con veladoras y es muy peligroso estar afuera cuando oscurece. Tampoco podemos usar un tipo de automóvil, autobús o bicicleta aunque sí las hay.

-Ahora sí, ¿Qué me querías decir? -me dice mi padre mientras se mete un chícharo en la boca.

-Nada, sólo quería verte...

-Hija, quisiera decirte algo -lo volteo a ver y su cara parece una pelota roja-, debes estar consciente de que estás en peligro. Muchos rivales míos que se postularon igual para las elecciones intentan atacarme ya que soy el más preferido en esta ciudad, y quiero que me prometas una cosa...

-¿Sí? -pregunto.

-Quiero que siempre lleves contigo una navaja, y si te atacan, no dudes en hacerles daño. ¿Entendiste? -me dice mientras me agarra la mano.

-Sí, papá.

Después de terminar de cenar, subo a mi cuarto rápido y me acuesto en el piso pensando en una sola cosa: ¿Ese muchacho de ojos hermosos fue enviado por un rival de mi padre?

Me duermo.




La Hermandad (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora