9: Arena, agua y límites.

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Luhan dijo que no.

Siempre decía que no cada vez que era invitado por los Oh a compartir con ellos las vacaciones. En todas esas ocasiones había pretextado que tenía alguna otra cosa pendiente, que había quedado con su padre en hacer esto o aquello. Sehun sabía que eran mentiras y que él en realidad se sentía como una molestia, como si sus padres cuidaran de él por obligación, por tenerle pena. Jamás supo cómo hacerle entender que no era así, que su familia cuidaba de él porque lo quería como a un hijo más.

Esta vez también se llenó la boca de excusas; sin embargo, la insistencia de Sehun no conocía límites. Tenía un talento innato, y ese era ganarle a la gente por cansancio, pues cuando se le metía una idea en la cabeza era como un perro con un hueso, nadie se la quitaba. Luhan se había rendido con un suspiro de asedio y asentido, y solo entonces Sehun había dejado de tironear de su brazo y repetir su nombre hasta que volverlo un sonido molesto e imposible de ignorar.

Una semana después estaban los cuatro dentro del auto, emprendiendo el viaje a Busan, el cual no duraría más de tres horas. Los dos adolescentes se acomodaron en el asiento trasero, con un bolso en medio que no había cabido dentro del baúl. Sehun estaba repantigado en su lugar, soltando un suspiro de pesar ante la imagen de su casa quedando atrás a través de la ventanilla, a su lado Luhan se inclinaba sobre el asiento al frente, metido en una conversación con los padres de su mejor amigo sobre la comida de Busan. Aquello hizo que Sehun recordara de pronto algo más que odiaba de esa ciudad: el olor. Busan era conocido por sus mercados de pescados, y en ciertas zonas el hedor era insoportable. A veces podía sentirlo pegado a su ropa después de horas.

Bostezó y se removió, estirando las piernas a través del asiento y apoyándolas sobre los muslos de Luhan. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la ventanilla, la radio en una emisora que pasaba canciones pasadas de moda y la charla de sus padres con Luhan siendo sonidos reconfortantes. Se quedó dormido antes de que hubiesen pasado siquiera cuarenta minutos de viaje. La noche anterior no había dormido bien, así que se sentía cansado y dentro del coche se estaba fresco por el aire acondicionado.

Cuando volvió a abrir los ojos, ya estaban en la ciudad de Busan, a veinte minutos de Haeundae. Se estiró en su lugar, gruñendo cuando su cuello se resintió por la posición incómoda en la que se había mantenido. Echó un vistazo a su lado para encontrar a su mejor amigo mirando por la ventanilla con expresión distraída, sus manos sobre las pantorrillas de Sehun, que todavía descansaban sobre sus piernas.

Sehun medio dormitó otro rato, hasta que una brisa llena de ese olor que tanto odiaba le sopló el rostro. Abrió los ojos y arrugó la nariz, horrorizado. Luhan había bajado la ventanilla y se inclinaba sobre ella con los antebrazos apoyados en el marco, mirando hacia donde Hyejun señalaba. El menor miró también hacia la costa que se veía a lo lejos, a las aguas luciendo como un borrón azulado y combinándose con el azul del cielo.

Toska «hunhan»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora