Dios nos ha de perdonar

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Despertar en tierra, en aquella fría y húmeda tierra, que ensucia las alas grises contraídas en su espalda, es una de las cosas que más odia al pasar los vórtices. Un mareo fue inevitable cuando, supuestamente, el mundo se veía orientado, pero no era más que una bola de tierra y agua pecaminosa.

Prefiere no recordar esa etapa repugnante de su antigua existencia, el ciclón de baches por los que pasó en aquella época le retorcía el estómago. Podría vomitar sangre con aquel recuerdo venenoso golpeándolo. Apretó la mandíbula en rabia ante su espontánea forma de recordar.

El redondo y resplandeciente sol comenzaba a asomarse por el agua salada del extenso mar. Sus alas se abrieron majestuosamente, el aleteo se hizo largo y osado. Un suspiro pesado saliendo de su boca cubrió los ruidosos impactos de las olas contra aquella húmeda tierra. Sus párpados se sentían pesados, ganando la batalla y dejándolo en la oscuridad, esa que lo abrazó un tiempo atrás, y siempre lo consoló sin quejumbra ni oposición. La tranquila plenitud se acercaba a su delgado y pálido cuerpo, erizando su piel lechosa, pero que terminó por poner sus sentidos alerta: ojos, oídos, nariz, lengua, dedos; todos completamente alerta.

Una blanca figura fue detectada por su campo de visión, la viraba de arriba a abajo. El tintineo de las monedas de cobre amarradas a su cintura resonó cuando dio un paso hacia atrás, los dedos del pie se hundían a causa del peso. Los pasos avanzados 7 la profunda mirada turbia de la silueta provocaban un hormigueo en la palma de su mano.

El aire comenzaba a hacerse pesado y la silueta tomó forma, una forma semejante a la suya, pero más baja, captándola muy tarde. Esa mirada profunda y perturbadora le ponía los pelos de punta. Sabía que nunca antes había visto unos ojos tan hermosos y atemorizantes, pero el déjà vu fue inevitablemente electrizante.

"Largo de aquí, ángel inmundo. No tengo ganas de matar hoy", lo escuchó decir con lo que para él parecía una armoniosa e imponente voz. Sus alas se escondieron tras su ancha espalda, cohibidas por el demandante tono.

Aquel demonio se paraba sólido, con confianza y benevolencia invertida. Su ceño fruncido y sus brazos cruzados sobre su pecho lo agobiaban de una manera muy peculiar; lo hacía sentir la tierra y el agua de ese lugar ceñidos a su alto cuerpo, como robándole el aliento y haciéndole hervir la sangre en las mejillas a causa del bochorno. Lo hacía querer retroceder.

A pesar de la diferencia de alturas, el impuro ganaba la batalla de miradas, haciéndolo sentir completamente desnudo ante los dos profundos y brillantes puntos castaños (a la vez extrañamente oscuros) que aquel peculiar demonio poseía.

La blanca ropa del demonio se apretaba a su pequeño cuerpo, era prácticamente un distinguido traje blanco. A diferencia de su vestimenta, que consistía en unos pantalones holgados marrones y una pequeña playera oscura, el elegante traje parecía muy incómodo.

Las tinieblas eran el hogar del ángel, y el paraíso el del demonio. Eran en definitiva opuestos.

Un largo camino esperaba aún a la casa de aquella víctima, la cual ambos tenían por objetivo, sin embargo dejo de ser prioridad en cuanto cruzaron miradas.

El ángel se tragó el nudo de la intimidación provocada por el contrario y las grises y majestuosas alas batieron un aire frío a la cara del demonio, que ni se inmuto ante la ráfaga. Las hermosas alas comenzaron a azotar el viento húmedo al cuerpo adverso, creando pequeñas rachas huracanadas entorno a su silueta.

—¿Eres rápido, demonio? Sabes las reglas, hemos llegado al mismo tiempo.

Un movimiento de manos y el demonio despejó el viento que se cernía a su alrededor, dirigió sus penetrantes iris a las alas ensanchadas del ángel. Su altura no le pareció extraña, lo sentía muy alto y, aun así, no lo sentía para nada raro; en cambio, él se sentía diferente. Podía sentir claramente la sangre correr por sus venas, lo que era aún más raro en él. Las grandes olas detrás de él no hacían más que aturdirlo.

—Sólo pruébame, ángel asqueroso. No saldrás vivo de esto.

El ángel comenzó a levitar en el aire con ayuda del aleteo. El viento rozaba ágilmente la piel inmaculada. Mientras que las garras del pecador se hacían presentes y sus ojos perdían la hermosa iris para tornarse por completo blancos, resaltando las pequeñas venas. Una filosa y brillante navaja salió de la muñeca del ser puro.

La conexión de las miradas se sentía pesada, molesta. Una tristeza extraña envolvió el contexto tenso y de pronto los choques de poderes dejaban destellos horribles en el ambiente.

La gota de sangre que derramó la mejilla del ángel cayó en la húmeda tierra de aquella solitaria playa, manchando de igual forma el ya no tan limpio y perfecto traje del demonio. La playera del más alto estaba desgarrada. Y el cuello del bajo tenía severas marcas moradas. Se jugaban el nada por el todo. El perdedor se tendría que enfrentar a la furia de su pastor y dejarían de ser lo que ya eran y les costó ser.

Todo terminaría erróneo de alguna manera, esa pelea era un error, mirarse fue un error, encontrarse fue otro error, y reconocerse fue el último y peor error.

La sagrada navaja atravesó por fin el delicado cuerpo del impuro y todo movimiento se tensó. La mirada del demonio no era de sorpresa ni de dolor, era de una tranquilidad y serenidad inmensa, y una felicidad poco perceptible en sus ojos. Con su último aliento se tomó de los fuertes brazos del inmaculado y acerco su cuerpo para volver a sentir aquel calor corporal al que alguna vez fue adicto. Rodeó el cuello del ángel con sus cortos brazos y apretó con toda la fuerza que le quedaba. Saladas y calientes gotas comenzaron a salir de las pequeñas orbes del ángel, correspondiendo al acercamiento corporal.

—Dios, tu clérigo nos ha de perdonar. Y Lucifer, mi pastor nos ha de condenar. Me hizo feliz volver a verte, Jungkook —susurró cálidamente en el oído del ángel, para marcharse y buscar, de nueva cuenta, un camino que lo haga regresar junto a el ser divino.

El destino los dejaría encontrarse de nuevo, se marchaba una vez más con esa esperanza.

Fue cuando el ángel recordó la única cosa que le dio sentido a su antigua existencia, por la cual nunca se arrepintió, ni se arrepentirá:

Park Jimin.

Inspirado en (IM)PURO de Anna e Carol. Les reservo todos los derechos de este universo e historia a las autoras, yo sólo hice una pequeña adaptación. 

Dios nos ha de perdonar (KookMin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora