CAPÍTULO 7

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Baian abrió los ojos y se encontró con el cielo, frío y nublado. Sentía todos los músculos del cuerpo agarrotados, doloridos. Con un gran esfuerzo, trató de incorporarse en medio de la fría nieve. ¿Qué había sucedido? Lo último que recordaba era a Tholl abalanzándose sobre él, pero algo había hecho que el golpe se desviara y, en lugar de destrozarle el tronco, le había dado en el brazo izquierdo. Apretando los dientes, se llevó la mano derecha al hombro herido, después se lo miró. Gracias al frío, la llaga no sangraba, pero el dolor se había hecho intenso. Mordiéndose los labios, Baian buscó a Tholl con la mirada.

Pudo distinguir al guerrero tendido en el suelo, boca arriba, cuan largo era. Junto a él, había un figura en pie. Era una mujer. Su piel era morena, el pelo rojizo. Sobre la cabeza llevaba una diadema adornada con plumas blancas. Sobre la túnica violeta se ceñía una armadura . Lentamente, retiró el afilado cetro del costado de Tholl.

La sacerdotisa lo miró seria. A duras penas, Baian se puso en pie y avanzó hacia ella. El general miró los ojos de Tholl, que reflejaban una expresión de furia. Resultaba evidente que había sido sorprendido por la espalda.

-No debiste entrometerte, Sheeva. Era mi combate, para bien o para mal.

-Estúpido. Si no lo hubiera hecho estarías muerto.

-Sí, muerto. Pero un muerto con honor.

-Un muerto con honor no sirve de nada a Poseidón. En lugar de lamentarte, deberías agradecerme que te haya salvado. Procura no volver a fallar. Y ahora, acompáñame. Tenemos algo que hacer.

*                                           *                                           *

Las sombras gemelas continuaron su avance hacia el bosque. El cielo comenzaba a nublarse, anunciando tormenta, y el boscaje resultaba umbrío. Se detuvieron, atentos a cualquier sonido que les indicase el camino. Una música adormecedora resonó en la espesura.

Se pusieron en guardia, sin dejar de mirar hacia el lugar del que provenía la música. Por fin, dos figuras se personaron ante ellos.

Siren detuvo su melodía, y Kanon sonrió.

-Resulta sorprendente que los dos deis la cara – afirmó Kanon.

Los gemelos se miraron, tratando de tranquilizarse el uno al otro.

-Venga, no os miréis de ese modo – prosiguió -. Lo que digo es cierto, ¿verdad? Uno siempre permanece en la sombra, el otro se cobija en la sombra de su hermano... he oído hablar de vosotros, guerreros de Zeta. Nunca pensé, sin embargo, que os vería así, a ambos, frente a mí.

Zyd permaneció sereno.

-¿Y tú, Kanon? ¿Sigues escondiendo tus actos criminales tras la sombra de la justicia y el servicio a Poseidón? ¿Es así como logras que las marinas se unan a tu causa?

Siren dirigió al Dragón de los Mares una mirada de desconfianza.

-Eso no es de tu incumbencia. Por lo que veo, Hilda ha declinado mi oferta. Peor para ella. Su negativa será el fin de Asgard.

Zyd comenzó a encender su cosmos, sin dejar de mirar a Kanon. Por un momento, pareció que Siren iba a intervenir, pero Bud se interpuso.

-No creí que volvieras por aquí... después de lo que hiciste la última vez – dijo mientras lo miraba fríamente.

Siren mantuvo la mirada del guerrero de Alcor, mientras venía a su mente la batalla con Sigfried, en la que él también había estado a punto de morir. Recordó cómo el guerrero se había roto los tímpanos, cómo se había abalanzado sobre él y había sacrificado su vida cuando se había dado cuenta de su error y había decidido hacer todo lo que estuviera en su manos para salvar Asgard, a cualquier precio. Él había acudido a Asgard seguro de seguir las órdenes de su dios, pero todo había resultado ser un fraude de Kanon. Tras descubrirlo, él mismo había ayudado a los santos de Athena a destruir los pilares del Templo submarino.

¿Era aquello en algo distinto a la batalla que se mantenía ahora?

Sorrent bajó los ojos para que el guerrero de Zeta no viera en ellos sus dudas. En aquel momento, Zyd descargó su Garra del Tigre Vikingo sobre Kanon.

*                                           *                                           *

Los ataques helados de Hagen no parecían afectar en lo más mínimo al general de Kraken. Por tres veces, Hagen intentó utilizar su técnica. Sólo en una ocasión alcanzó a Isaac, pero éste no parecía muy afectado.

-¿Eso es todo lo que sabes hacer? La princesa Hilda debió haber elegido mejor a sus guerreros. No es con un soplo helado con lo que conseguirás derrotarme. Tarde o temprano, tus cosmos se agotará, y no habrás logrado dañarme en lo más mínimo.

-Silencio... aún no conoces todo mi poder, es sólo cuestión de tiempo hacerte morder el polvo...

-¿De veras lo crees? En fin – murmuró tranquilo, mientras encendía su cosmos -, supongo que esto te bajará los humos: ¡Aurora Boreal!

El ataque de Isaac dio de lleno a Hagen, que apenas encontró fuerzas para ponerse en pie. Podría haber estado más atento, pero algo lo había distraído: en el momento en que Kraken lo había atacado le había parecido sentir que el cosmos de Flare se alejaba del palacio.

*                                           *                                           *

Mime y Penril llegaron a todo correr al palacio; nadie custodiaba las puertas, y esto les extrañó. Sin embargo, nada más cruzar el umbral de la entrada se toparon con Alberick.

-¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó Epsilon, mirándolo con desconfianza.

Alberick hizo una mueca burlona.

-Tan sólo me estoy reponiendo, he estado a punto de morir en combate... las marinas se acercan cada vez más al palacio, es inútil intentar despistarlos por el camino... esperaré aquí hasta que lleguen. Después de todo, en el palacio estamos cuatro guerreros, será suficiente...

Mime alzó la cabeza alarmado. Los otros lo miraron y, de pronto, comprendieron.

-¡Tholl! – murmuró Mime, mientras bajaba la mirada con solemnidad.

Penril suspiró, rabioso, y apretó los puños. Ni él ni el guerrero de Eta pudieron percibir el gesto de satisfacción que, por un momento, se dibujó en el rostro de Alberick.

-Eso quiere decir que Baian se dirigirá hacia aquí – repuso Megrez -. También vienen hacia aquí Crisaor y Escila. Os aconsejo que los aguardéis en la entrada, Sigfried y yo permaneceremos con Hilda.

Tanto Mime como Penril lo miraron con desconfianza y luego se miraron entre ellos. Sin cruzar una palabra se dieron la vuelta y volvieron a las puertas del palacio.

-Leo en su cosmos... – murmuró Mime cuando se hubieron alejado -. Algo está tramando. Sin embargo, me conoce y es capaz de poner barreras a mi poder. No sé qué estará planeando.

-Nada bueno – respondió Penril -. Si de algo puedo alardear es de olfato, y esto me huele a traición. Nada bueno...

Kanon de Géminis: Asgard vs PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora