Capítulo 6: Su nombre

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No volvió. Día tras día le esperaba, le buscaba. Noches en vela, la suave luz de la luna confiriéndome visibilidad y cuando el reloj profetizaba minutos para la tres de la madrugada, dimitía. Por cinco días se cultivó la ausencia, días llanos.

La nieve no cesaba, no se escuchaba más que silencio, el frío ya era costumbre. La gran pared de cristal de la sala mostraba del otro lado los copos de nieve caer al suelo; debido a la altura superior en la que estaba ubicada la casa se podía apreciar también las blancas y heladas montañas a kilómetros de distancia, los árboles y los jardines que antes los empapaba y cubría el verdor. Parecía una vista aburrida. En la tarde del día seis, acabábamos de llegar de la pista de patinaje al sur de la ciudad. Llegamos entumidos por el frío y nos sentamos frente a la chimenea a comer malvaviscos.

Como es propio en toda ansia, se atesora que el tiempo trascurra pronto, pero este más lento se hace. El sueño comenzaba a ganarme, el día me había dejado exhausta. Lo que me mantuvo despierta fue el ruido que hacían Thomas y Sarah jugando con las almohadas, y luego de que se durmieran, intenté subiendo todo el volumen de mi reproductor con la intención de que tal ruido me mantuviera despierta. Qué irónico, cuantas noches deseé que mis ojos reclamaran el sueño y ahora que me apetecía estar despierta mis ojos cedían. Me levanté de la cama constantemente para mojarme el rostro en el baño.

Las doce de la noche y todo estaba apagado e invadido por el silencio; la nieve no daba marcha atrás, intensas luces bañaban la ciudad, a tal alcance que llegaban a la sala y la llenaban de luminosidad. Faltaba poco para que me diera por derrotada y acudiera a dormir. Antes de ellos, me di la última oportunidad para ir a la cocina y tomar un vaso de agua, mojarme el rostro por última vez, y al final regresar a la cama.

Hacia un poco de frío así que preferí tomar un vaso de leche caliente, lo bebí rápido y luego mojé mi rostro en la llave de la cocina y por ultimo lavé el vaso, sacudí mis manos para deshacerme del agua restante. Parecía mareada por el sueño, se me dificultaba ver. Seguí a la sala para dar un vistazo y convencerme de que no vendría.

Sentí su presencia, su aura surgió de repente. Entonces entendí que se trataba de él, y allí estaba, con una tenue sonrisa, pero la severidad en sus ojos; su cuerpo estaba inmóvil en las escaleras con las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro.

De pronto ya no me azotaba el sueño, tal vez fue porque me olvidé de todo. Mis labios se quedaron mudos, intenté decir algo, pero me olvidé hasta de hablar. No estaba acostumbraba a ello.

- Lamento haberme tardado tanto - susurró.

Lo calqué con la mirada. No sabía qué contestar, pasaron unos segundos antes de que pudiese redimir a las palabras.

- Está bien - pronuncié al fin.

Luego yacía el silencio, excepto por la melodía que alcanzaba a sonar desde los audífonos de mi reproductor. Fue incómodo solo verlo sin que hubieran palabras de por medio, y así permanecí por unos segundos hasta atreverme hablar tras entender que no diría nada más.

- Gracias... - empecé con recelo - pude haber muerto en ese juego de no haber sido por ti -

- No comprendo a qué se refiere - apagando su tenue sonrisa y poniendo expresión dudosa.

- Fuiste tú quien paró el barco. Lo sé - con tono suave.

Permaneció en silencio por algunos segundos, segundos largos.

- Entiendo si considera algo atrevido de mi parte, haber estado allí... cuando le disgusta que le sigan y perturben los fantasmas... - pronunciaba con tono delicado, pero de que terminara le interrumpí.

Enigma los Van VladoisquiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora