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Desde que tengo memoria he sido... Como decirlo... diferente.

Y con diferente no me refiero a algo relativo como ser un desquiciado con ropa extravagante o un homosexual (cosas que también soy, por cierto), sino a algo realmente diferente.

A la mierda, me refiero a que tengo un superpoder.

Sí, así de extraño y fantasioso como suena, poseo el curioso poder de detener el tiempo.

Tengo la vaga memoria de ser un pequeño que usaba jardineros para ayudar a su madre a trasplantar las caléndulas de las macetas a la tierra y bebía limonada con azúcar.

Un día estábamos haciendo justo eso, mi madre y yo, hasta que ella decidió besarme la frente y correr hacia la casa, no le pregunté por qué ya que era algo normal de ella que saliese corriendo (siempre estaba triste, y eso no me hacía bien, pero de todas formas me abrazaba y me compraba juguetes, y yo era solo un niño ¿qué mas podría querer?).

Así como si nada, me paré del pasto en el que estaba arrodillado y me saqué el sombrero de paja de mi enrulada cabellera.

Extendí mis brazos como un avión y los mecí suavemente, sintiendo el aire entre mis dedos, palpando cada gota de materia maleable a mí alrededor, y fue así como si nada la primera vez, sin previo aviso, solo lo hice.

Lo detuve.

Detuve la brisa que movía mi largo cabello, asique tuve que apartarlo yo mismo de mi rostro porque me molestaba y descubrí que la hierba yacía quieta como la muerte misma.

Y detuve también el casi imposible de percibir bamboleo del Sol en el cielo, asique sentí frío y corrí adentro por un abrigo.

Corrí escaleras arriba (me estaba congelando porque el Astro Rey) y luego dentro del cuarto de mi madre.

Y ahí estaba ella, detenida, como todo lo demás a nuestro alrededor.

En su mano, una pistola. En sus labios, una sonrisa. En sus ojos, una lágrima. Su mano libre, sobre su corazón, aferrándose con fuerza al collar que le regalé para su cumpleaños donde se leía claramente un "Harry te ama".

Y levitando en línea recta a la pistola, casi rozando la punta de su sien, una bala de plata.

Me acerqué a ella en aquel entonces y la sacudí, le grité, lloré con hipo y mejillas coloradas como todo niño lo haría.

Me quedé arrodillado sobre mí mismo, escondiendo mi rostro entre mis rodillas con temor.

Si éramos tan felices ¿Qué la había impulsado a esto?

Lloré por tres días seguidos.

Al cuarto día me postré en frente suyo, y pude ver sus ojos todavía brillar, le acaricié el cabello con ternura... Anne era preciosa, y nunca podré terminar de perdonarme el no haber sido lo suficientemente buen hijo como para haberla hecho feliz.

Sospechaba que el que había detenido todo había sido yo, pero no podía asegurarlo, por eso tampoco intentaba que las cosas volvieran a la normalidad.

Sin embargo estaba bien, yo no quería que nada se moviese, porque sabía que en el momento exacto en que el mundo volviese a girar ya no tendría una mamá a la que llamar amiga.

Ya no habría nadie que me besase la frente, que me acariciase los rizos, que me diese las buenas noches.

Ya no habría nadie que me frotara la espalda cuando tuviera miedo, o que me llamase "amor".

Ya simplemente no habría nadie.

Estaba consciente de que probablemente era la única persona que aun tenía la habilidad de moverse y que era mi responsabilidad tratar de volver a mover el universo.

C o n g e l a d o s [larry os]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora