No podías ser seria. No conocías un límite. Decías todo, no te guardabas nada. Hablabas con los ojos. Nuestras conversaciones siempre eran cortas de palabras, pero largas de sentimientos. Podías decir todo con una mirada. Sentías todo con un sólo toque. Imitabas las cosas más bellas y puras con tu sonrisa. Iluminabas todo a tu alrededor. Una luz negra. Porque, a pesar de todo, eras infeliz. Estabas sola. Yo te acompañé como un fantasma siguiendo tu aroma. Y tú, la más bella muerte que existía.