Cuando Cleo entró en la fiesta de empresa a la que su amiga Dorinda había insistido para que fuera, percibió que esa noche iba a ser muy aburrida. Dorinda la había convencido para que la acompañara a la fiesta de navidad de su empresa, donde ella trabajaba. No hacía mucho que había entrado en la empresa y no quería ir sola, así que Cleo no pudo negarse a acompañarla, pues Dorinda siempre le hacía un montón de favores. Cleo no tenía nada elegante que ponerse como su amiga, así que se vistió con lo mejor que encontró en su diminuto armario, un vestido negro ajustado hasta las rodillas que no había estrenado siquiera, ya que no había encontrado una ocasión. Lo acompañó con unos tacones no muy altos de color negro brillante y un bolso a juego.
Cuando conoció a Dorinda en la facultad, hacía ya cinco años, se habían hecho amigas casi al instante de entrar en la carrera y ahora vivían en el centro de la cuidad y eran compañeras de piso, el cual no era muy grande pero sí acogedor y con el suficiente espacio para las dos, decorado con un toque moderno pero tradicional, nada del otro mundo.
Dorinda había tirado por la rama más económica y ahora trabajaba en una gran empresa de finanzas, Cleo había preferido la rama más cultural y tenía un empleo en el museo de arte de la ciudad, le encantaba pasearse por las salas investigando sobre los cuadros o esculturas que más le llamaban la atención.
Hacía un mes que Dorinda había entrado en esa empresa y le iba genial, no paraba de hablar sobre un compañero que estaba "para mojar pan" como decía Dorinda, estaba muy entusiasmada, pero el chico no le hacía ni caso. Esa noche se habían arreglado como dos pinceles, su amiga era rubia y de ojos marrones, alta y muy guapa, con cualquier cosa siempre estaba genial, a diferencia de Cleo. Ella se consideraba más una chica del montón, media melena morena, ojos verde oscuro que parecían marrones y un poco bajita para su gusto, pero en general estaba contenta con ella misma.
Por eso cuando abrieron la puerta del lugar que se había acondicionado para la fiesta, Cleo se sintió un poco fuera de lugar. No es que su ropa destacara, pero toda aquella gente parecía estar a otro nivel. Sus trajes, sus vestidos, las joyas..., Cleo se quedó parada en la puerta.
- Cleo.- La llamó su amiga.- ¿Qué haces?
- Yo... no...- Balbuceó ella.
- No seas tonta, estas genial, ya te lo he dicho.- La cogió por el brazo para instarla a entrar.
- Dorinda, yo no encajo aquí, me da vergüenza.
- ¿Pero qué dices? Estas muy guapa y que no te impresione, son solo apariencias, esta gente es una snob.
Cleo bufó en respuesta, no es que se sintiera intimidada por esa gente... bueno, vale, quizá un poco, pero es que... ¡parecían sacados de una maldita revista de moda! Sabía que la empresa tenía dinero y también que era muy difícil de acceder si no tenías contactos o una posición bastante alta, pero esto... ¡era demasiado!
- Mejor me voy, estarás mejor sin mí.
- No digas tonterías y cálmate. Voy a saludar a mi jefe. Ven.- La arrastró por la sala hasta llegar a un grupo de cinco personas, en el grupo claramente presidía un hombre de unos cincuenta años con pelo canoso y un poco regordete a quien todos le prestaban especial atención.
- Oh, señorita Green. Es un placer que haya venido.- Dijo el hombre mirando a Dorinda.
- El placer es mío. Feliz navidad a todos.- Dijo con amabilidad.- Esta es mi amiga, la señorita Fins, Cleo, él es mi jefe, el señor Malcom Prexton.
- Un placer señorita Fins, sepa que tiene una amiga muy lista y competente.- La elogió.
- Gracias, estoy muy orgullosa de ella.- Sonrió tímida Cleo.