Capítulo 1

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Narra Winter.

Me había despertado con un tedioso dolor en la cabeza, era insoportable. Tomé una pastilla junto con el último trago de mi taza de café y salí de casa camino a la secundaria. Habían cambiado muchas cosas desde el año anterior, solo quedaban 6 meses para terminar mi último año. Miré mi muñeca en la cual se encontraba el pequeño reloj, me indicaba con sus manecillas que estaba llegando tarde. Apuré el paso hasta mi casillero. Lo abrí con la combinación y saqué los libros que necesitaba para la clase, la cuál compartía con Trace. Literatura. Cuando supimos que a ambos nos gustaba, no pudimos evitar hablarnos más seguido. Trace era mi mejor amigo, un chico medianamente alto, siempre vestía de colores oscuros, cabello oscuro y ojos color café. No era el típico chico rubio y ojos azules de novela, y es por eso que me gustaba. Me gustaba que fuera especial. Le encantaba escribir, específicamente poemas. Se convirtió en quién más puedo confiar.

Me adentré por el pasillo lleno de barullo y traspasé la multitud, llegando hasta nuestra clase de Literatura. La profesora me regañó unos segundos para luego dejarme pasar. Avancé hasta la tercera línea y me senté en el pequeño escritorio de madera, a la derecha de Trace. Él sonrió por unos segundos al verme, para después prestar atención a la clase. En medio de explicación, el director llamó a nuestra profesora, lo cual nos dejó un poco de tiempo para hablar.

—Buenos días, señorita.— Me saluda, doblando la comisura de sus labios en una media sonrisa.

—Buenos días.— Le contesto alegre.
—¿Cómo estás?— Esta vez, la pregunta se tornó seria. Ya que Trace, no tenía la mejor de las vidas. Los dos no vivíamos en el mejor de los ambientes digamos.

—Tranquila, no me des una mirada tan seria— Ríe un poco mirándome curiosamente. —Cuándo terminemos la secundaria, voy a buscarme mi propio lugar. Espero que hagas lo mismo, sabes que no mereces vivir ese infierno al llegar a casa.— Me miró comprensivo y sereno.

Toda mi vida, sufrí de un muy grave abuso doméstico. Desde que mi madre murió, no tuve más remedio que vivir con mi padre, desde la edad de 9 años. Mi padre nunca fue un hombre estable, siempre estaba alcoholizado o molesto y muy pocas veces ambas cosas combinadas. Yo nunca me mostré débil ante él, a pesar de que me golpeara y me dijera que me despreciaba como su hija, nunca le mostré debilidad. Lloraba silenciosamente en mi habitación, esperando que algún día todo cambie, que me alejaran de esta vida... Hasta que conocí a Trace. El siempre me hizo sentir segura con lo que hacía, aún sin saber lo que pasaba dentro de esas cuatro paredes a las que se le podría decir "casa". Un día después de una fuerte discusión con mi padre, llegué al colegio con un moretón del lado derecho del rostro, que a pesar de que intentara cubrirlo, era muy notable. Trace me presionó hasta que decidí contarle lo que sucedía. Me pidió que realizara una denuncia a la policía, pero le aclaré que no tenía ningún otro familiar que pudiera cuidar de mi o pagar mis estudios, ya que los necesitaba para poder salir de ese lugar. Se volvió más comprensivo desde entonces.

Por otro lado, la vida de Trace es un poco más complicada. La madre de Trace había muerto de cáncer hace unos años atrás, dejando al padre de este destrozado. Tanta fue su pena, que se volvió alcohólico, comenzó a despreciar a sus hijos, al punto de gritarles y golpear a Trace cuando este era más joven. Ahora, el era quien cuidaba de sus dos hermanos menores, Teo y Sasha.

–Todo está bien el día de hoy. Nada podría arruinarlo.— Me devuelve la sonrisa y desvío mi mirada hasta la puerta, por donde pasa nuevamente la profesora.

Narra Trace.

No pude evitar mirar con curiosidad a Winter durante toda la clase. ¿Cómo es que a pesar de todo el sufrimiento que ella conlleva, puede hacerme feliz cada día desde que la conocí? Recuerdo que yo fui un poco frío ese día, pero admito que me hizo reír. Esa sensación fue algo muy cálido que nunca olvidaré. ¿Tal vez ella sea un Ángel? ¿Una chica enviada para salvarme?

Finalizado el día de clases, luego de guardar mis libros y cuadernos en el casillero, solté un suspiro y me encaminé hasta la entrada de la escuela, esperando a que Winter por fin saliera del edificio. Guardé mis frías manos dentro de los bolsillos de mis jeans y me dediqué a esperarla. Finalmente, su pequeña figura se asomó por la puerta, moviendo la cabeza de un lado a otro, buscando algo. Su mirada se clavó en mí y sonrió.

—¿Por qué tardaste tanto?— Le pregunte con un poco de humor.

—Tenía que guardar los libros, son demasiado pesados para mí.— Me sonríe. —¿Nos encontramos en el café cerca de tu casa?— Me pregunta mientras se aleja.

—Como siempre.— Le saludé con una mano y comencé a ir por mi lado, hasta que escuché el sonido de un auto perdiendo el control, cómo si no pudiera frenar.

Giré mi cabeza hacia atrás, para ver cómo un auto se dirigía a Winter a toda velocidad, seguramente el conductor estaba completamente borracho. Comencé a correr, intentando detenerlo, intentando protegerla.

—¡WINTER, CUIDADO!—Grité a todo pulmón. Ella miró en dirección al automóvil que se dirigía hacia ella. Mis piernas se movían por sí solas, pero ya era tarde. Escuché el fuerte impacto del pequeño cuerpo de Winter contra el suelo. Lágrimas amenazaban con salir de mis ojos, pero pude ver que seguía consiente. La tomé entre mis brazos, mientras despejaba algunos cabellos manchados de el líquido espeso y rojo que fluía por una herida detrás de su cráneo.

—Winter, por favor, no me dejes.— Le supliqué clavando mi mirada en sus ojos miel. Estaba muy asustado. La amaba. No podía irse, no podía hacer de mi vida una miseria de nuevo, sin sus sonrisas.

Con una suave sonrisa, pero aún así con los ojos vidriosos, me tomó fuertemente de la mano y contestó en voz baja.

—Volveré, Trace.—

—¿Lo prometes?— Le pregunté, al mismo tiempo que una sola lágrima se deslizaba por mi mejilla, siguiendo por mi barbilla hasta el pavimento. Ella la limpió con su pequeño pulgar y me dio otra de sus pequeñas sonrisas.

—Por mi alma.— Comenzó a cerrar los ojos, y comencé a exasperarme. Unos hombres, al parecer eran paramédicos intentaban arrebatármela de mi. No quería, no podían.

—¡Sálvenle la vida, por favor!— Eso fue lo último que pude pronunciar, para después ver como se la llevaban en una ambulancia.

Tu ángel guardián.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora