Brittany entró en su piso y fue directamente a la nevera. Quizá no hubiera nada para comer, pero sabía que había dejado media docena de refrescos. Sacó una de las latas bien frías, la destapó y bebió. Entonces, se quitó los zapatos de una patada y fue a la sala. Se alegró de estar en casa. Miró alrededor y también se alegró de haber conseguido que el constructor tirara el tabique que separaba el comedor y la sala. Esa zona, junto a una cocina muy pequeña, el dormitorio y un cuarto de baño, llevaba siendo su hogar desde hacía cinco años.
Había dejado el maletín en el minúsculo vestíbulo y, cuando fue a recogerlo, vio que la luz del contestador automático estaba parpadeando. Pensó con resignación que sería su madre. Seguro que estaba ansiosa por saber que su hija había llegado a casa sana y salva. Aunque se manejaba muy bien en Internet y seguro que había comprobado los vuelos que habían aterrizado en Heathrow, necesitaba oír la voz de su hija para quedarse tranquila.
Brittany apretó el botón dispuesta a oír la voz de su madre. Sus amigos sabían que había estado fuera y las llamadas de trabajo estaban desviadas a la galería. Por eso estaba desprevenida cuando una voz muy femenina, conocida y perturbadora, dijo su nombre.
—Brittany...Brittany, ¿dónde estás? Si estás ahí, contesta. Ineh poli simandiko. Es importante.
Brittany se dejó caer en la butaca que tenía al lado del teléfono. Pese a que había decidido firmemente no permitir que Santana López volviera entrar en su vida, no podía negar que esa voz profunda y con un acento muy característica tenía la capacidad de hacer que le flaquearan las rodillas.
Sin embargo, si había llegado a ser multimillonaria antes de haber cumplido los veinticinco años, no había sido por su voz. Había sido por su herencia y porque no tenía compasión en los negocios, una falta de compasión que se había extendido a su vida privada. Brittany resopló e intentó serenarse. Entonces, oyó otro mensaje.
—Soy tu esposa. Sé que estás ahí. No me obligues a ir a buscarte. ¿No podemos tratarnos como adultas civilizadas?
Esa arrogancia le venía muy bien. Daba por supuesto que Brittany estaría siempre a su disposición. Además, ¿cómo se atrevía a llamarse «su esposa» cuando llevaba cinco años sin haberse preocupado por saber si estaba viva o muerta?
Sintió tanta ira que se clavó las uñas en las palmas de las manos, pero eso no impidió que los dolorosos recuerdos hicieran añicos la objetividad que tanto le había costado conseguir. ¿Cómo se atrevía a llamarla en ese momento como si tuviera el más mínimo derecho a hacerlo? Brittany, por su parte, la había eliminado de su vida. Bueno, casi...
Suspiró. Se acordó de cuando conoció al padre de Santana en la galería de Londres donde trabajaba Brittany. Carlos López fue muy encantador y cortés. Le explicó que quería una escultura para llevársela a Grecia. A ser posible, un bronce para que no desentonara de las demás obras que había coleccionado durante años.
Brtittany llevaba poco tiempo trabajando en esa galería, pero había mostrado habilidad para reconocer el talento cuando lo veía y aquella escultura de la diosa Diana de un artista casi desconocido le pareció la elección más adecuada.
Carlos López se quedó encantado, tanto por la escultura como por Brittany, y estaban comentando las excelencias de la porcelana oriental cuando apareció Santana López...
Brittany sacudió la cabeza. No tenía ganas de pensar en eso. Acababa de llegar de un viaje muy fructífero por Australia y Tailandia y sólo quería meterse en la cama. Iba a levantarse, dispuesta a no sentirse intimidada, cuando empezó a sonar un tercer mensaje.
—Brittany... ¿Estás ahí, cariño? Creo que me dijiste que llegarías a las ocho y ya son las ocho y media. Estoy empezando a preocuparme. Llámame en cuanto llegues. Estaré esperando.
Brittany intentó olvidarse de los otros mensajes y descolgó el teléfono.
—Hola, mamá. Siento que te hayas preocupado. El avión hizo una escala imprevista en Dubai.
—Menos mal —su madre pareció aliviada—. Supuse que habría pasado algo así. Aparte de eso, ¿has tenido un buen viaje? Tendrás que contármelo todo en la comida.
¿Comida? Brittany contuvo un gruñido. No tenía fuerzas para ir a comer con su madre.
—No podrá ser hoy —le dijo con tono de disculpa. Sabía que a su madre no le haría gracia el rechazo—. Estoy destrozada. Tengo que dormir por lo menos ocho horas antes de poder hacer algo.
—¿Ocho horas? Brittany, yo casi nunca duermo más cuatro horas cada noche. ¿No has dormido en el avión?
—Muy poco —a Brittany la habría gustado ser menos sincera—. Podemos comer juntas mañana... Así tendré tiempo de reponerme. Se hizo un silencio.
—Brittany, has estado fuera casi tres semanas. Había pensado que te gustaría ver a tu madre. Sobre todo, cuando sabes que me paso casi todo el día metida en esta casa.
Brittany estuvo a punto de preguntarle que quién tenía la culpa de eso, pero se mordió la lengua para no empezar una discusión.
—¿Por qué no le propones a Rachel que vaya a comer contigo? Estoy segura de que irá encantada.
—Yo también estoy segura —contestó su madre con poco entusiasmo—. Además, si viene tu hermana a comer, Peter y Jessica estarán correteando por toda la casa.
—Mamá, son tus nietos.
—Sí, y no tienen ninguna disciplina.
—Mamá...
—Está bien, si no puedes tomarte la molestia de visitar a tu madre, me apañaré con mi propia compañía. Es una pena, quería contarte quién vino a visitarme la semana pasada.
¿Había sido Santana? Brittany tomo aire para serenarse.
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Fruto Del Amor
FanfictionSu matrimonio había terminado, pero... ¿qué pasaba con el bebé? El matrimonio entre Brittany y la sexy Santana López había llegado a su fin hacía ya cinco años. Destrozada y traicionada, Brittany la había abandonado y había empezado una nueva vida. ...