Ahora estoy en los dormitorios. Son tres salones enormes repletos de camas viejas. Los salones están separados por unas escaleras que llevan directamente hacia la base del estadio.
Entonces, estamos debajo de un estadio. Vivimos debajo de un estadio.
En medio de la madrugada, me despierto y me doy cuenta que tengo que respirar aire fresco. No es muy agradable respirar bajo tierra.
Salgo al pasillo y subo las escaleras, lentamente. Escalón por escalón. Cuando terminan las escaleras, hay una puerta. Entonces la abro y salgo.
Estoy ahora en un campo de baseball. Me siento en el pasto y empiezo a recordar todos esos momentos que viví con mi padre. Si el viviera y viera lo que está pasando, estoy segura que él tomaría cartas en el asunto. Tengo que saber por qué Susana está haciendo esto, no sólo por mí, también por mis primos. Ellos quieren saber dónde están sus padres, mis tíos. ¿A dónde se los llevaron? ¿Por qué se los llevaron?
Si vivos se los llevaron, vivos los queremos.
De repente, oigo pisadas en la escalera y volteo hacia abajo. Sale un muchacho de cabello castaño claro, y ojos verdes: Iván.
Entonces me paro y lo abrazo.
-Pensé que no te volvería a ver –me dice, apretándome con fuerza.
Lo suelto y pregunto lo que también me preocupa. Bueno, no me preocupaba hasta que lo vi, entonces me acordé de esto:
-¿Dónde están Belén y Diana? –pregunto, poniendo mis manos en los bolsillos.
-Se las llevaron –me dice con voz cortada.
Me quedo sin palabras, en serio. No puedo creerlo. Belén mi mejor amiga también se la llevaron. Tengo que hacer algo al respecto.
Me siento en el pasto de nuevo y volteo a ver hacia la luna. Es una luna llena muy hermosa. Las estrellas hacen que esta noche sea mágica.
Eso sonó muy romántico...
Él se sienta junto a mí y me ve también hacia la luna.
-¿Cómo llegaste aquí? –pregunto.
-Fue algo muy fácil, un día después que llegaron esas camionetas repletas de GC, llegó una camioneta (igual blanca) pero de esta gente que se hacen llamar la "Hermandad" y nos trajeron aquí.
-Pero, ¿no les hicieron nada a tu familia esos GC?
-No, nos dejaron en nuestras casas. O sea, sí entraron a mi casa pero no nos hicieron nada.
-Eso está muy raro.
Se llevaron a gente de tez morena, pero a los de tez blanca no. Eso se llama racismo, pero estoy muy segura que hay algo más que eso...
A la mañana siguiente, cuando me despierto, me doy cuenta que no hay gente en el dormitorio. Todos ya se han despertado y están haciendo sus labores. Tal vez barriendo, cocinando, ayudando a cultivar en los huertos detrás del estadio...
Camino hacia el comedor, pero hay muy poca gente. Así que me siento en una mesa en medio del salón enorme. Son mesas de plástico y metal, muy resistentes y modernas.
No me he bañado en dos días, bueno, creo que son tres días. No me he cambiado la ropa desde que salí de la casa de mis tíos ese día que atacaron los GC.
Necesito un cambio. Entonces recuerdo a Belén, ella siempre me peinaba o me prestaba su ropa. La extraño mucho.
De repente llega Luis. Lo encuentro muy guapo.
-Hola –me dice mientras se sienta enfrente de mí.
-Hola.
-¿Por qué tan seria?
-Por nada.
-Mmm, ¿qué vas a hacer hoy? –me pregunta, con entusiasmo.
-No lo sé, tal vez me iré de aquí hoy mismo –le digo, para espantarlo.
-¡No! No te creo, no puedes irte...
-Tranquilo, no lo haré –digo, mientras sonrío. De repente, me dan las ganas de ir a ver a Alberto a su despacho así que me paro sin aviso y dejo a Luis diciéndome algo sin terminar.
Creo que fui un poco grosera.
Cuando llego a la puerta del despacho de Alberto, la abro automáticamente y lo encuentro en su escritorio, leyendo el mismo libro que ayer.
-Me gustaría que tocaras antes de entrar a mi despacho –me dice, dejando el libro a un lado.
-Sí, lo intentaré. Bueno, vine para saber qué voy a hacer hoy. No puedo estar sin hacer nada, en serio. Lo que me diga, lo haré. No importa si se trata de morirme –le digo, desesperada.
-Tranquila, todavía no es hora de morir. Mira, hoy ven después de almorzar porque te enseñaré a tu escuadrón –me dice, emocionado con una sonrisa estúpida en su boca.
-¿Escuadrón? –pregunto, mientras me aplaco mi cabello un poco.
-Sí, el que te acompañará en tus... "operaciones" ¿podríamos llamarlo así?
-Sí –digo y después salgo de su despacho.
Cuando salgo, entro al baño de mujeres el cual está iluminado por velas. Da un poco de miedo. Hay un espejo, enfrente de los lavamanos y me veo en él. Tengo ojeras, el cabello muy enredado, tengo aspecto sucio... necesito ya un cambio.
Ahora me dirijo a mi dormitorio donde hay decenas de camas y roperos de la gente que vive aquí. Al menos ellos sí tienen algunas pertenencias, yo no.
Me acerco a un ropero, abro el primer cajón y veo que hay ropa interior. Saco un sostén y un calzón (los dos muy bonitos, por cierto). Cuando abro el segundo cajón, saco una blusa negra y en el tercero saco unos jeans azules.
Me desvisto rápido y me pongo la ropa nueva. Saco la liga de mi madre que aún conservo antes de que mi casa se incendiara, del pantalón que me acabo de quitar y me amarro el cabello con una coleta.
Ahora estoy muy motivada.
Ando vagando por los diferentes pasillos de este recinto antes de que sea la hora de almorzar.
De almuerzo dan papas hervidas, ensalada y unas pocas uvas. Me acabo el almuerzo demasiado rápido y entro al despacho de Alberto.
-Te dije que tocaras antes de entrar –me dice, molesto.
Aquí encuentro a Iván, David, Luis y Óscar enfrente del escritorio, parados.
-Hola, muchachos –digo, temblorosa.
-Este es tu escuadrón –me dice Alberto.
-Son chicos de quince años, por Dios. Yo pensé que me ibas a elegir personas con experiencia, ¡ellos no tienen experiencia! –exclamo.
-No se necesita experiencia para lo que te encargaré hacer. Aparte, ellos saben defenderse, y te defenderán a ti...
El no continúa porque yo lo interrumpo, como siempre:
-No intentes excusarte, no quieres desperdiciar la vida de uno de tus hombres experimentados por la mía ¿no es verdad? ¡Así que eliges a ellos como mi escuadrón por una vil y asquerosa estrategia! –grito lo más fuerte que puedo y después salgo furiosa del despacho de Alberto.
Me estoy dando cuenta que cada vez que salgo del despacho de Alberto, salgo enojada.
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La Hermandad (1)
AksiEn un México distópico después de la Tercera Guerra Mundial, queda completamente destruido y con fallas en su política que hacen destruir lo establecido: Las divisiones políticas entre provincias, la ideología y creencias aparte de la forma de gober...