Capítulo 12

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Abre los ojos despacio y se los frota. No ha dormido nada. El sentimiento de culpa le está matando. ¿Por qué le gritó a Marcos de esa manera? No se lo merecía.

Se sienta en la cama y mira el reloj. Las siete y cuarto. Suspira, se levanta y camina hacia el baño. Se moja la cara y luego se mira al espejo. Ahí está ella. Una chica de dieciocho años recién cumplidos, con ojeras, el pelo enmarañado y un cacao mental que no puede con él. Como toda su edad adulta vaya por ese camino, va buena.

Vuelve a la habitación y, ahora más despejada y con ayuda de la tímida luz del alba que entra por una rendija, ve la ropa de Laura tirada por todas partes. "A saber a qué horas llegó esta ayer" dice para sí.

Se vuelve a sentar en la cama y coge el móvil con la esperanza de tener un WhatsApp suyo. Pero no es el caso. Piensa en escribirle ella, pero rápidamente descarta la idea. No. Ese problema lo tiene que solucionar en persona. Ella no es una cobarde.

Dormir está claro que ya no va a dormir más. Mil momentos le pasan por la cabeza en ese instante, cientos de escenas de hace apenas unas horas le torturan, pero una de ellas destaca entre todas los demás. Ya sabe lo que tiene que hacer.

***

Irene lleva media hora dando vueltas por la habitación y mirando el móvil cada cierto tiempo. No se puede creer como es Pablo. ¿Qué pasa? Que si ella no le manda un mensaje de buenas noches, ¿él tampoco lo va a hacer? Ya está harta de ser siempre ella la que tiene que tirar del carro. No le sirve de excusa que no sepa los sentimientos que tiene hacia él. ¿Pero qué está diciendo? Sacude la cabeza con fuerza para sacar ese pensamiento de su mente. No sabe lo que siente en ese momento. Bueno, pensándolo mejor sí. Está enfadada, muy enfadada. Sin pensarlo dos veces pega una patada contra la mesa de su escritorio.

– ¡Son las ocho menos cuarto de la mañana! ¿Se puede saber qué estás haciendo? –grita Maribel entrando de golpe en la habitación de su hija.

–No pasa nada, mamá. Solo que no podía dormir.

– ¿Y por eso tienes que despertar al resto de la humanidad? Si no puedes dormir, sal a correr como hacías antes. ¡Pero en silencio! –dice la mujer cerrando la puerta.

Irene se queda un segundo pensativa. Su madre tiene razón. Hace un tiempo salía a correr todas las mañanas y cuando estaba estresada por los exámenes se ponía sus mallas negras y su camiseta rosa y salía a dar vueltas por el pueblo. No es mala idea volver a la rutina de antes. Así podrá descargar toda la adrenalina que lleva dentro y agotarse hasta el punto de olvidar su enfado con Pablo.

Abre el armario, saca las mallas y la camiseta y se las pone. Busca en el zapatero, pero no encuentra sus deportivas. ¿Dónde las habrá metido? Finalmente da con ellas debajo de la cama, como no. Se calza y va corriendo al baño. Se lava la cara y rápidamente se hace una coleta. Lista. Ya puede irse a correr.

***

Enciende la linterna de su móvil y se acerca sigilosa al pequeño armario que hay al fondo del cuarto. Con mucho cuidado saca lo primero que pilla y con el mismo cuidado que antes, sale de la habitación y entra en el baño.

Se pone los pantalones negros de chándal y una sudadera rosa. Coge las zapatillas de debajo del lavabo y se calza. No tiene ganas de peinarse pero tampoco quiere ir a la calle con esos pelos de loca. Se hace un moño como cuando tiene que estudiar y listo.

Vuelve a entrar en la habitación y, a ciegas, busca su móvil. Empieza a gatear por la cama con la mala suerte de que éste cae al suelo.

– ¿Sara? –dice una voz adormilada.

–Shhh, Laura duérmete que es muy pronto.

– ¿Qué ha sido ese ruido? –pregunta con la misma voz.

Dos amores de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora