Capítulo 4

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A los siete años yo estaba en segundo grado. Mi escuela era precaria y no me iba muy bien en matemáticas. Pero siempre estaban mis compañeros para alegrarme el día, ya sea con pequeños actos como invitarme a jugar, o ayudarme en la tarea. Como siempre, estaba el que se reía de todo lo que hacía, también la que hacía toda la tarea, el que lloraba por todo, el que estaba en su mundo jugando con los autitos, la que le convidaba de sus caramelos a todos, y estaba también el que se burlaba de lo primero que veía provocativo.
Lo recuerdo, cuando aquel niño en lugar de alegrarme el día, sólo lo oscurecía más. Él tampoco tenía dinero, pero aún así se burlaba de mí. Había días en los que no comía, y a veces en la escuela nos daban pan. Yo lo comía tan rápido pensando que iba a poder comer otro pan, porque uno solo no llenaba mi estómago que estaba días sin comer. No, no podía repetirse, entonces este niño venía y me pasaba el pan que todavía no había comido por la cara. Yo era la que peor estaba de todos mis compañeros. Ellos al menos comían un plato de estofado al día, pero yo ni eso. Algunos de mis compañeros llevaban galletas de arroz o malvaviscos, y me convidaban a mí. Pero pasaba este niño por al lado mío, envidioso de que me dieran a mí y a él no, y me quitaba lo que me habían dado. Claro que no se pueden comparar las maldades de un niño con los sucios y crueles actos de los agentes, pero me hace recordar que a algunas personas les gusta hacerle el mal a otras.
Vuelvo a la realidad, y me encuentro caminando por las calles de pavimento de las cercanías de Dublín (no creo que sean las cercanías) junto a los demás. A un costado de la calle, hay una plataforma grande con caños y asientos. Delante de un asiento ocupado por una mujer hay una mesa con comandos y una palanca. El Agente Nitteme sube con nosotros a la plataforma, toma un asiento y le dice algo a la mujer, que sólo asiente con la cabeza, seria. La plataforma comienza a moverse lentamente. Yo sigo de pie en un rincón de allí. Creo que ahora se mueve más rápido. La mujer toca unos botones en el comando, o una palanca, no lo sé. Estoy viendo a un niño siendo golpeado por su padre. A través de una ventana. No puedo dejar de mirarlo, pero me hace mal. Algunos dicen que las personas somos masoquistas.
Sí, la plataforma se mueve tan rápido que los árboles y las casas parecen una mancha borrosa. De repente me veo impulsada hacia atrás, creo que la plataforma frenó. Siento un dolor muy punzante en la espalda, me clavé un caño de un asiento. Thaiss murmura algo y me ayuda a volver de pie, mientras los otros tres se ríen. Ahmad dice, luego de reírse:
—La causa de tu caída es la gravedad, Sattia. Cuando te encuentras parada en un suelo que se mueve demasiado rápido...
Deja de hablar. El agente nos dice que ya podemos bajar. Tardo un poco en reaccionar, sigo pensando en el niño maltratado. ¿Y si todos los días es así? Si así fuera, yo no lo llamaría como ''rutina''.
Estamos rodeados de casas pequeñas pero bien cuidadas (con el césped verde bien cortado, las piedras de losa limpias) y hechas de una costosa madera negra o blanca (el estilo de la madera varía según las casas).
—Conocerán gente divertida y agradable, aunque también pueden conocer las odiosas y pesadas —dice el Agente Nitteme. Atravesamos la calle con un par de autos que se detienen y sus dueños nos miran fijamente con la boca abierta, mientras el agente y Laffable cruzan la entrada de un edificio no tan alto, construido por piedra azul y mucho vidrio polarizado. A la izquierda de la puerta hay un árbol con hojas rojas muy bonito.
Al entrar al edificio que es tan iluminado por dentro como por fuera podemos ver al menos a diez personas caminando a toda prisa por el vestíbulo. De repente me acuerdo de algo, por lo tanto doy un respingo mientras pregunto:
—¿Y nuestro equipaje?
—Llegará en unos minutos —dice la Mosca, quitándose los anteojos. Así no parece una mosca, además de que tiene los ojos de un extraño color verdoso.
El Agente Nitteme saluda con la mano y una sonrisa a una mujer morena, que le dice alegremente: ''¡Hola!''.
Entramos a un ascensor enorme con paredes de metal y piso de madera y el Agente Nitteme presiona el botón 3. Siento cómo comenzamos a subir, entonces fijo la vista en los espejos de las paredes de metal. Estoy despeinada como siempre, y mi suéter está manchado con chocolate y chorreado con Spriteup. Es una clara muestra de que comí como nunca lo había hecho.
—¿Cómo se llama esta ciudad secreta? —pregunta Ahmad, mirando el techo del ascensor.
—Arotágono —dice Laffable, mirando la puerta de metal.
—¿Todo tiene que ver con el Pentágono? —pregunto, frunciendo el ceño.
Laffable suelta un leve gruñido.
—Si ves la ciudad desde arriba, podrás contemplar que la valla electrificada que la rodea forma un pentágono irregular —dice el Agente Nitteme—. Es ''Arotágono'' porque nuestra asociación es como un aro: si alguien hace algo mal, perjudica al otro. Somos un equipo. Deberán acostumbrarse a eso.
La puerta del ascensor se abre sin proferir ruido alguno. Hay un amplio pasillo delante nuestro. Su suelo es blanco, creo que es cuarzo, y las paredes están pintadas de color terracota. Hay diversas puertas de madera cerradas a los costados del largo pasillo, y en la desembocadura de éste, puedo ver una sala grande con sillones de cuero rojos.
—Llegó el momento de mostrarles su habitación —dice el Agente Nitteme, sonriendo ligeramente. Se da vuelta y nos guía por el pasillo, abre una puerta que dice ''Integrantes'' y se hace a un lado, dejándonos pasar. La habitación que tengo delante es al menos cinco veces más grande que la que tenía en mi casa, y está pintada de un color crema hermoso. A mi izquierda hay dos camas separadas por cuatro pasos, puestas en paralelo a la pared de la puerta, con sábanas celestes, acolchados azules y almohadones negros. Al lado de cada cama hay una mesita con un cajón y un velador de botella de vidrio. Alejándose un poco de las camas, hay una enorme pantalla en negro en el medio de la pared de en frente de la puerta. A la izquierda de la pantalla hay dos pequeños sillones negros que aparentan ser muy cómodos, y a la derecha, tres sillones del mismo tamaño verdes. Bueno, es muy obvio que las tres camas con sábanas blancas, acolchados verdes y almohadones fucsia nos pertenecen a Thaiss, Gutten y a mí. Como en la de los chicos, a los costados tenemos una mesita con un velador de botella y un cajón. Avur camina hacia su cama de la izquierda, contra la pared. Se tira de un salto y los resortes no hacen ni el más mínimo ruido.
—Podría quedarme toda la vida aquí —dice Avur, cerrando los ojos. Luego de repente los abre y mira el techo.—¿Me necesitan sí o sí para las misiones? Porque si no, podría... quiero decir, podría quedarme...
—Eso no es posible. Todos los integrantes deben concurrir a las misiones —lo interrumpe el Agente Nitteme, apresuradamente, luego de echarle una ojeada a un tipo de celular raro. Ahora veo que también hay una puerta a la izquierda y otra a la derecha de la pantalla negra. Son como la pared, así que es difícil encontrarla. Camina hacia la puerta del lado de Avur y Ahmad, la abre y dice—: Detrás de cada puerta hay un ropero para cada uno de ustedes y un baño. Cómodos, chicos, cómodos. Perdón, debo irme. Los llamaré para cenar. Estén atentos.
Se retira de la habitación, en la que ahora quedamos cinco personas atónitas.
—No pensé que ser integrante de la Unión Internacional del Pentágono incluía todas estas sorpresas —dice Thaiss, sonriendo. Corre hacia la cama del medio y se deja caer al igual que Avur—. Esta cama me queda.
Mi cama siempre estaba pegada a la pared, y al menos, si voy a morir, que me den el lujo de que siga siendo así. Gutten se queda del lado izquierdo de Thaiss, así que me quedo del lado derecho, contra la pared.
—¿Y ahora qué? —pregunta Ahmad, sentado en su cama.
Se produce un silencio incómodo, el cual rompe Avur:
—No sé, Ahmad, ¿seguro que no quieres jugar a los videojuegos? ¡Mira esa pantalla, es enorme! Imagina a Messi en primer plano metiendo un gol, y...
—No, Avur. Voy a darme un baño y luego leeré las instrucciones.
—¿Las instrucciones? —repite Gutten frunciendo el ceño—¿Qué instrucciones?
—Bueno, las reglas o como quieran llamarlo. ¿Pensaron que no había reglas en el Arotágono, o al menos, en este edificio? —dice alzando las cejas. Abre el cajón de su mesita y saca un pequeño libreto de dos hojas blancas escritas. —Todos tienen uno en su mesa.
Deja el libreto encima de la cama y camina tranquilamente hasta la puerta del ropero y el baño, y se mete en la pequeña habitación hasta que no lo veo más.
—Avur —digo, caminando hacia los sillones verdes—. ¿Los videojuegos serán los mismos conmigo?
Avur sonríe, se levanta de un salto y corre hasta el sillón negro, al que lo salta de atrás para sentarse después. Prende la PlayStation 9 (es eso lo que dice un aparato negro con botones), abre un cajón de la cómoda blanca donde está apoyada la pantalla grande, saca un disco verde y lo mete por el otro lado de la PlayStation 9. Busca algo más pero no sé qué hasta que dice:
—¿Y los controles?
Entonces, de repente, se escucha un grito desde la habitación a la que se metió Ahmad.
—¡Es táctil, Avur!
—¡¿Táctil?! ¡No puede ser! —dice Avur muy sorprendido—¿Y por qué se ve mal?
—Es 3D, por Dios —grita Ahmad de nuevo.
—¡¿3D?! ¡Esto es una broma! ¿Cierto? ¿Dónde están los anteojos?
Busca con las manos temblorosas de emoción en todos los cajones, tirando cosas que yo junto para volverlas a guardar. Saca un par de anteojos del último cajón y me entrega uno. Él se pone los suyos.
—¿Y cómo vamos a jugar...? Ya sé, ya sé. Los botones aparecerán en la pantalla.
Y si, tal como dijo, aparecen cuatro botones de mi lado de la pantalla y cuatro del lado de Avur. El botón de la flecha que dirige hacia arriba es morado, y sirve para patear. El de la flecha hacia la izquierda sirve para correr, el de la derecha para pausar el juego y el que va hacia abajo para cometer falta (dice: sólo en caso de emergencia).
—¡GOL! —exclama Avur con alegría, luego de pasada media hora de juego. Hice trampa un par de veces, porque no sé jugar y Avur me lo permitió ya que soy principiante.
Los jugadores parecen de verdad, el césped real, y los aullidos de desesperación de la tribuna retumban en nuestros oídos.
—¿Por qué mi jugador no corre? —se queja Avur, frunciendo el ceño. Uno de sus once jugadores, de camisetas violetas, camina cambiando la pelota de pie derecho a izquierdo. —¡Corre, idiota, te van a alcanzar! ¡Ay!
Su jugador se cae y la pelota se va por un lateral. Avur maldice y se saca los anteojos, dejándolos bruscamente en el sillón negro. Se sienta en el otro pasándose las manos por el cabello. En ese momento, se abre la puerta de los vestuarios y sale Ahmad con la misma cara de siempre. Pero ahora está vestido con un jean negro y una camiseta gris, y aún tiene el cabello y las pestañas mojados.
—Tardaste años luz bañándote —dice Gutten, tirada en la cama.
—Pero valió la pena, ¿cierto? —dice Ahmad recostándose en su cama y abriendo el folleto de instrucciones.
Miro a Gutten y nos reímos. Por alguna razón me siento sucia, así que decido ir a darme un baño. Entro por la puerta y hay un pasillo no tan largo. A la derecha, hay tres puertas separadas con nombres. A la izquierda hay otra puerta que dice ''baño''.
Cuando salgo de darme la placentera ducha, abro la puerta del vestuario que dice mi nombre, y me quedo estupefacta. En la angosta habitación, hay cuatro percheros grandes con ropa colgada. Detrás de cada uno de ellos hay una cajonera abierta con zapatos de todo tipo. No puedo creerlo. Son tan... horribles. Pero me alegra ver que hay zapatillas en otra cajonera.
Bueno, me pongo un pantalón negro que se ajusta a mis piernas y una camiseta larga azul oscuro. Ni siquiera me molesto en cepillarme el cabello.
En la habitación, Ahmad aparenta estar muy concentrado leyendo las reglas. Alza la mirada del folleto, me observa un par de segundos y vuelve a ver el papel. Gutten y Avur cuchichean sentados en la alfombra del suelo sobre cuántas personas pueden habitar en el Arotágono. Thaiss acomoda sus cosas, porque al parecer ha llegado nuestro equipaje. No sé por qué nos hicieron traer un bolso lleno de nuestra ropa, ya que tenemos un ropero para cada uno de nosotros.
Abro el cajón de mi mesita para guardar las fotos de mi madre y Denuv, pero está ocupado con el mismo papel que tiene Ahmad, con un cepillo de dientes morado, una pequeña toalla amarilla y un cepillo de pelo. Dejo las fotos encima de la mesita, junto al velador encendido. Las únicas luces que iluminan la habitación son los veladores de Ahmad, Thaiss y mío. Proyectan una luz amarillenta que te hace pensar, extrañamente, en un hogar. También puede olerse una esencia de coco y vainilla.
Voy a sentarme con Thaiss cuando de repente se escucha una melodía suave y el enorme televisor ilumina el resto de la habitación, tapando la luz de los veladores. Como si nada, el Agente Nitteme aparece en la pantalla, con unos carteles que dicen algo incomprensible a su lado —no en la sala en la que se encuentra, sino que en la pantalla—. Ahora está vestido con una chaqueta gris muy formal, y el cabello lo tiene peinado con gel. Tiene un pequeño auricular negro pegado al oído.
Su potente voz resuena en toda la habitación:
—Como les había dicho, su equipaje ya está disponible para ustedes. Dentro de media hora se llevará a cabo la gran cena en el piso cuatro, con todos los demás agentes y dirigentes que los ayudarán, y el jefe —cuando dice esto último se retuerce un poco y traga saliva.—también estará allí. Por favor, sean presentables y educados. Nos vemos en treinta minutos.
La pantalla vuelve a quedarse en negro. Avur se levanta de un salto del suelo y se mete en el ropero. Thais también, pero lo hace más lento y no tan desesperada. Gutten la sigue.
—Creo que así estoy presentable, ¿tú que dices? —me pregunta Ahmad, dejando a un lado el folleto y sentándose en la cama.
—Eh... sí, sí. Esa ropa es... adecuada —contesto, tartamudeando.
—Gracias —dice él, sonriendo y viéndome de pies a cabeza tratando de disimularlo—. Tú si estás bien.
Sonrío, también creo que me ruborizo un poco. Avur abre la puerta de una patada. La atraviesa, da una pequeña vuelta sobre su eje y se abre las solapas del estupendo traje azul platinado que lleva puesto. Tiene el cabello peinado en un jopo hacia arriba. Me mira pícaro, sonriendo.
—¿Es tan formal? Deberé cambiarme, entonces —dice Ahmad, observando su ropa.
—Deberías ponerte uno de éstos —dice Avur, señalando su traje. Le queda perfectamente bien, y combina con sus ojos.
—No, yo creo que con una chaqueta negra encima bastará —digo. Ahmad gira su mirada hacia mí y asiente con la cabeza.
—Lo dice una mujer. Tiene que estar bien —concluye, entrando en los vestuarios.
De repente, salen Gutten y Thaiss al mismo tiempo del vestuario. Gutten lleva una camisa holgada color beige, y un pantalón azul oscuro combinados con unos zapatos con algo de taco. Thaiss, en cambio, viste una camisa blanca, unos pantalones que se pegan a su cuerpo, como el mío, y zapatillas negras.
—Me encanta como te has vestido —me dice Gutten—. De verdad que sabes de moda.
Por un momento me quedo seria. Yo, ¿estando al tanto de la moda? Primero, nunca me ha interesado. Como dije antes, me da igual si me pongo la misma ropa durante dos o tres días. Segundo, no tengo idea de qué es lo que está de moda actualmente, pero imagino que es todo lo que tengo en mi ropero. Por un momento pienso en cambiarme y ponerme algo mío, de lo que me compré yo misma o mi madre. Pero no voy a exagerar por un comentario. Sin embargo, no me doy el lujo de tomarlo como un halago.
Ahmad sale nuevamente del vestuario, con una chaqueta gris abierta encima de la camiseta. Imita lo que hizo Avur cuando nos presentó su traje. Termina de hacer la cara graciosa y se ríe.
—Estamos un poco pasados de hora —dice, consultando su reloj—. Vámonos.
Salimos por la puerta y nos enfrentamos por segunda vez al pasillo y a las pocas personas que circulan en él y fijan su mirada en nosotros. Entramos al ascensor, en el que hay dos chicos (uno rapado y el otro de cabello negro) y una chica (con un sombrero de lana verde y el cabello suelto) riéndose mientras nos miran.
—¡Hola! —saluda Thaiss con emoción. Ahmad presiona el botón 4 y comenzamos a ascender.
—Qué generosa eres —dice el chico rapado, frunciendo el ceño—. Que mal que eres tan fea como una rana descompuesta.
Doy un respingo al escuchar eso. No puedo creer que Thaiss se quede callada. Espero a que diga algo pero no, lo único diferente en ella es que su sonrisa desaparece y los ojos se le llenan de lágrimas. Thaiss no es fea, y es muy amable. Sólo quieren causar daño.
El chico rapado choca los cinco con la chica de gorro verde que se ríe como un cerdo y con el otro chico de cabello negro, que sonríe de mala gana.
—¿Qué le has dicho? —digo de repente.
Los tres giran su mirada hacia mí y se ríen aun más.
—Disculpen, ¿oyen algo? —dice la chica con una sorprendente voz aguda, ignorando mi comentario y mirando el techo—. Es como un zumbido de mosquito, de esos que viven en el basurero... —Me mira—. ¡Justo hablábamos de ti! ¿Qué tal? ¿Hace cuánto que no comes? Te ves desnutrida.
Los tres vuelven a reírse. Suelto un grave gruñido.
—Cierra la boca —dice Ahmad de repente.
—¿Cómo se atreven...? —pregunta Gutten, indignada.
—Oh, miren lo que tenemos aquí —dice el chico rapado—. Los dos huérfanos. Díganme, ¿qué se siente no tener padres? Debe de ser estupendo, ¿cierto?
Gutten está siendo sostenida por Thaiss, que ya dejó de llorar.
—No tienen idea de con quién...
—Intenta hacerme algo y las pagarás muy caro —dice la chica de gorro, muy cerca del rostro de Gutten.
El ascensor por fin abre la puerta. Sin embargo, el chico de pelo negro pulsa el botón 1. Parece interminable. Quiero intervenir, pero tengo que confesar que me da miedo que vuelvan a herirme.
—¿Dónde está el otro? —dice el chico rapado frunciendo el ceño—. ¿No eran cinco los bobos que salvarán al mundo?
—Nando, está delante tuyo —le dice la chica—. Te entiendo, cuesta ver algo negro cuando ya hay oscuridad. —Tienes razón Tarah, es muy difícil —dice Nando.
—¡Córtenla! —grita Ahmad. El ascensor se abre en el piso 1 y Avur, que hasta ahora no hizo ni dijo nada, pulsa el 4 rápidamente. Parece petrificado de la vergüenza, del miedo.
—Ven aquí —le dice Nando a Ahmad, entrecerrando los ojos. Ahmad sólo mira a Nando con la boca torcida, pero éste empuja a Ahmad.
—¡Acaba con el feto! —grita el chico de pelo negro con una voz muy áspera. Se escucha un golpe seco y creo que Ahmad recibió un gran golpe en la cara.
—¡No! —grito, clavándole las uñas a Nando en la espalda.
—Tarah, ¡ocúpate!
La chica se abalanza sobre mí, golpeándome el estómago con la rodilla.
—¡Sattia, Ahmad! —grita Thaiss horrorizada—. ¡Déjenlos!
Tarah me empuja hacia la puerta del ascensor aunque yo no hago nada, sólo espero a que me suelte. La puerta del ascensor se abre y caigo al suelo, con Tarah encima. El Agente Nitteme, para nuestro alivio, está parado delante mío, atónito. Me quita a Tarah de encima, haciendo un gran esfuerzo, y dice:
—Y éstas son las personas odiosas y pesadas.

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