Érase una vez...

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El suave piar de los pájaros esa mañana hizo que Lys despertara.
Abrió amargamente los ojos y echó un rápido vistazo a la cama junto ella, de nuevo, vacía.
Hace tres meses, la joven había conseguido cumplir el sueño de todas las damas de la región, casarse con Sir Erick, el cual, había conocido en uno de los ostensosos bailes de palacio y, como si de un cuento de hadas se tratase, el amor había florecido en el corazón de ambos jóvenes.
Ambos querían la boda con tanta ansia que, los cuatro meses de espera les parecieron una eternidad, sin embargo, ahora, por algún motivo que la dulce dama no alcanzaba a entender, todas aquellas ilusiones y sueños de futuro se habían desvanecido de un soplido.
Lys dio una patada a la tupida manta quitándosela de encima, dejándola caer al suelo y, ajustándose el largo camisón, bajó de la cama para acercarse a la puerta de la alcoba, abrirla y llamar a Henna.
Henna era la doncella de Lys, aunque, la pelirroja no le gustaba llamarla así, la solía presentar como su acompañante. Y eso era. Henna y Lys llevaban juntas desde que el padre de la joven, en su viaje a Asia se trajera con él a la una niña tailandesa y, aunque Sir Román, padre de Lys, quisiera deshacerse de ella, la chica le rogó para que permitiera quedarse a la niña de ojos rasgados.
En esos días, ambas tenían apenas ocho años.
Hoy, diez años después, los pasos de Henna sonaban con prisa por las escaleras, en cuanto la asiática entró en la habitación, cerró la puerta y abrió el armario.

-Lady ¿Hoy rosa o azul? -Preguntó.-

Sin embargo, la mente de Lys no estaba pendiente de las palabras de su compañera.

-¿Rosa o azul? -Volvió a repetir en un suspiro.-

Ante esas palabras, la chica de rojos cabellos alzó la mirada hacia los castaños ojos de Henna, los cuales, la escudriñaban con marcada preocupación.

-Verde. -Acabó por suspirar acercándose a la ventana mientras Henna rebuscaba en el armario.
Sacó un pomposo vestido verde oliva, digno de una dama de su clase y al oir cerrarse las puertas del armario, comenzó a desabrochar el blanco camisón que cubría su cuerpo, sin embargo, un portazo la hizo dar un respingo. La dama se colocó de nuevo la tela para no mostrar más piel de la necesaria.
La morena se retiró unos pasos después de dejar el vestido oliva sobre la cama casi pegando la espalda al armario mientras unos pasos se acercaban lentamente a la puerta.

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