Capítulo 3 - NuevoMundo.doc

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Las ganas de echarse a llorar se adueñan de Leo. Un sudor frío le recorre la espalda. Sus manos, pegajosas y resbaladizas, parecen tener una húmeda capa adherida sobre la piel. Está aterrorizado.

Anda de un lado a otro del salón, y a cada paso aumenta el nerviosismo. Las manos no paran quietas, yendo una y otra vez al cuero cabelludo, que no puede evitar rascarse aún haciéndose daño. Con tanto suspiro parece una máquina estropeada.

"Ya está, ahora vendrán a por mí por ser un defectuoso. Sabía que esto iba a pasar. Lo sabía, lo sabía, lo sabía"

Sus pensamientos no hacen más que atormentarle, como el malestar que produce la picadura de un mosquito en el momento que te dicen que no debes tocarla. Traga saliva y la siente viscosa bajar por su garganta, despacio. Vuelve a sentarse en el sofá, entre su madre y su hermana, para intentar calmarse y pensar con lucidez.

Observa a su familia, sumida en esa especie de sueño profundo, y por un instante piensa en desconectarlos. Se contiene, sabiendo que eso no le traería más que problemas.

 Fija la mirada en su madre, que sonríe tranquila, y nota que en sus ojos se dibujan unas diminutas arrugas. Nunca había notado su presencia.  Que otras ideas fluyan por su mente hace que empiece a relajarse, aliviando la tensión que le oprimía, y pueda pensar con claridad.

Mira al suelo de mármol blanco, encogido sobre sí mismo y  con las manos, todavía húmedas, pegadas una contra la otra. Un gesto que puede entenderse como un ruego silencioso. Suspira, sabiendo que sólo queda una solución posible: ConejoBlanco.


Nunca ha intentado comunicarse con su amigo de día y le atenazan las dudas sobre sí esta inesperada idea puede funcionar realmente. Algo dentro de él no confía en que ocurra el milagro, pero intenta mantenerse esperanzado.

Sentado en el suelo, con el cuerpo en posición de flor de loto, inspira y espira, intentando relajarse tal y como ha visto hacer a su madre las miles de veces que le ha acompañado a su clase de yoga semanal para no quedarse solo vagando por La Red. Su madre tiene la absurda sensación de que en cualquier momento Leo puede descarrilarse, por lo que suele repetirle que no hable con desconocidos ni pruebe drogas artificiales. Al pensar en ello no puede evitar sonreír, imaginándose lo que diría de ConejoBlanco.

Ahora se siente más calmado.  Con los ojos cerrados y manteniendo una respiración relajada, busca en los rincones de su cerebro algo que le lleve a su lugar secreto, ese que sólo comparte con su amigo misterioso. Es un intruso yendo de puerta en puerta, buscando una reunión a la que no ha sido invitado.

"Podría conectarme de nuevo a La Red, hacer como que esto no ha pasado."

Esta idea le atrae insistentemente, pero cuanto más cerca se siente de ConejoBlanco menos influencia tiene la lógica frase en su cabeza. 

"Quizás soy la primera persona en desconectarme de La Red."

Se llena de orgullo al pensar tal idea, buscando ahora con más ganas a ConejoBlanco. Poco a poco las cosas empiezan a cambiar a su alrededor. Lo nota en el aire, que siente menos espeso, y en cómo la temperatura ha descendido drásticamente. Abre los ojos, despacio, sabiendo de antemano que ha encontrado finalmente su guarida secreta.

La sala ha cambiado desde la primera vez que habló con su amigo y ahora es más confortable. Las paredes han sido pintadas de un azul claro y el antiguo escritorio ya no está, sustituido por uno nuevo y limpio donde una silla también renovada descansa entre sus fauces de madera. Lo único que se mantiene igual son los cuadros, que ya no le resultan tan tenebrosos, y el anticuado ordenador, la única manera de estar en contacto con su amigo.

Erial. Historia de la ciudad que no soñabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora