Insignia

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No supe si Jackson estaba llorando o era la lluvia que caía sobre nosotros corriendo por su rostro. Tampoco quise detenerme a verlo o darle la espalda a Matt, simplemente seguía andando en línea recta hacia el centro de la arena con el alivio de saber que un nuevo profesional había muerto, tal vez no era la más letal pero uno menos era uno menos.

De la cornucopia escapaba una línea de humo tan alta que temí que alguien la hubiera seguido y matado a Liam, pero además de los cañonazos de horas antes no había escuchado nada así que me relajé y seguí andando.

Los dedos de Matt rozaban la manga de mi chaqueta y bajaban tanteando mis dedos. Su tacto era frío, duro pero suave. Matt era bronce en su estado más puro. En momentos sentí como sus dedos se enredaban con los míos o como yo mismo era quien apretaba su dedo medio en mi mano, pero nunca llegamos a hacerlo realmente, tomarnos de la mano, y caminar así hasta la cornucopia. Fue un juego que seguí sin darme cuenta, era relajante sentir su mano contra la mía mientras la lluvia nos bañaba.

-Hice papas asadas –Nos dijo Liam en cuanto entramos debajo de la carpa, refugiándonos de la lluvia.

El niño del diez había montado una de las carpas que habían rescatado el primer día y por la cual había muerto algún otro tributo.

-También hay un par de codornices que pasaron corriendo por aquí –Nos dijo con una sonrisa simple, intentando ganarse su cena.

Jackson se sentó frente a Liam y sin pedir permiso empezó a devorar una de las codornices. Tenían la cabeza machacada y olían bien a pesar de que habían sido cocinadas a la intemperie y sin sazonadores como lo hacían en mi distrito.

Nunca había cazado un solo animal, nunca había matado más que a los bichos que se pegaban a nuestra lámpara en el porche. Pero había ayudado a pasar la caza que otros habían hecho brincándome la valla con ayuda de mi roble. Era un árbol excelente, de muchos años, fuerte y tenía mi nombre escrito así que era mío, mi pequeño enorme roble.

-Era de mi distrito –Fue todo lo que dijo Jackson limpiándose la grase de los dedos con un trozo de papel –Pero no era excepcional, siempre supe que moriría de esa forma tan patética.

Liam me ofreció un poco de puré de papa y lo acepté, tenía hambre pero no suficiente para quitarle codorniz a Matt. Intuí que Liam ya había comido así que no me tomé la molestia de ofrecerle nada para comer, además de que estaba mordisqueando trozos de queso con pan del distrito diez. Él también había recibido un paracaídas.

Las personas de ese distrito seguramente se habían cooperado para enviarle pan o tal vez era para la chica pero ante la falta de otro tributo se lo dieron a él. De igual manera Liam estaba sonriente, había sobrevivido otro día y eso era suficiente para estar feliz, solo que yo no estaba feliz. Yo estaba preocupado, aterrorizado, nervioso, enfermo. No quería matar a nadie, no quería tener que matar a nadie pero lo haría, tal vez a Jackson, tal vez a Matt, tal vez a la misma Heather. Matt me miró como si supiera lo que estaba pensando.

El himno del capitolio me evitó una mala conversación con él o un duelo de miradas donde terminaría bajando la mía porque simplemente no podía competir contra sus ojos llenos de maldad y ternura.

Arriba brilló el rostro de Jennifer, el de Malia y para mi sorpresa el de Heather. Apreté mis puños para no lanzarme al cuello de Jackson y matarlo por haberla matado pero no quería echar a perder mi última noche con ellos. En la mañana me iría y me llevaría a Liam conmigo pero no esa noche. El chico del cinco también apareció, los dos del ocho y la chica del diez. Solamente quedábamos siete tributos y Leshia estaba entre nosotros. El chico de los ojos enormes al que había intentado matar también estuvo en el cielo, era el pequeño del ocho, me pregunté qué habría hecho para lograr un siete en las evaluaciones. Seguramente jamás lo sabría.

Trigesimos Séptimos Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora