Capítulo 5

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- ¡Espera! - grité antes de comenzar la sesión de tortura. 

-¿Qué? - preguntó 8cho humedeciéndose los labios con la lengua. 

- No creo que esté preparada para esto - le lancé una mirada de cachorrito asustado mientras le intentaba convencer de que todo esto era realmente estúpido e innecesario. - Si... si quieres, me llevo tu regalo y ya en mi casa lo uso y lo que sea. 

8cho rió mientras sus ojos me lanzaban una mirada llena de picardía y malicia. 

- Bueno - dio otro trago a su copa - juguemos a un juego, ¿vale?

Asentí en silencio. 

- ¿Qué te parece si jugamos al jefe y la secretaria? - bromeó y yo abrí los ojos como platos, ¡¿me estaba tomando el pelo?! - y yo como jefe, le ordeno a mi fiel secretaria seguir mis órdenes, y mi orden es... - alzó la pieza rosa para que pudiera observar a la perfección todo lo que iba a hacer - hazme un favor y piensa en mí mientras disfrutas - me guiñó un ojo. 

- ¡Esp...! - me interrumpí a mí misma cuando una descarga eléctrica golpeó directamente en mi espina dorsal, algo iba mal, muy mal.

Sentí como algo comenzaba a vibrar en mi entrepierna, eran como pequeñas descargas de placer en mi feminidad. Aquella sensación me recorría deliciosamente.

Solté un ligero gemido y escuché una especie de carcajada, era él, disfrutando del espectáculo.

Fruncí el ceño y puse mi peor cara de odio, intenté olvidar todo lo que estaba sintiendo y centrarme en la estúpida cara de degenerado de mi jefe, algo que no me provocaba ni el más minimo rastro de placer.

Me erguí e hice como si no sintiera nada de nada, no iba a darle el placer de ver como me derretía frente a sus ojos.

Puse la mente en blanco y solo me centré en pensar en cosas triviales: mi familia, mis amigos, lo que iba a preparar de cena esta noche...

Vi su mirada inquietante, obviamente no era la respuesta que él esperaba por mi parte, jamás le iba a dar tan fácilmente el gusto de hacer conmigo lo que él quisiera.

- Que mala eres, Laura - me dijo con picardía y yo sonreí - pero, yo soy aun peor. - Alzó el aparato y giró su ruleta.

Gemí de nuevo, una nueva descarga me atacaba. Maravilloso. Me mordí el labio inferior, aquella sensación era mucho mejor que la anterior. Mi cuerpo empezaba a calentarse, y mis piernas se esforzaban por no arquearse. Temblé por dentro, era obvio que mi rival no iba a ser pan comido.

Apreté mis puños y volví a centrarme en mi plan inicial: hacer como que no sentía nada.

Volví a dedicarle mi mejor cara de póquer, con esa mueca de odio, él solo me miró y sonrió.

Empecé a sentir como mis fuerzas fallaban, el vibrador había vuelto a hacer de las suyas y ahora vibraba todavía más rápido y fuerte que antes. Mucho más intensa era la sensación, el placer que me recorría, mi cabeza empezaba a dar vueltas y vueltas, y solo sentía la intensa mirada de mi jefe, observándome, deleitándose con mi expresión.

No, no quería ser su puto juguete, pero aquello que me estaba provocando era muchísimo más difícil de superar que cualquier otra prueba.

Cuando ví que la ruleta había alcanzado la cuarta marcha, tuve que apoyarme en el escritorio de él. Solté un par de gemidos más, me sentía derrotada, incapaz de defender mi dignidad, cazada y presa. Solo me quedaba aceptar mi derrota y deleitarle con mis expresiones, porque joder, aunque me hubiese vencido, aquel castigo era lo más maravilloso que a alguien se le hubiese podido propinar.

Enarqué mis piernas, grité y gemí. Me sentía tan bien...

Miré el techo del despacho, no quería ver su cara, su cara de satisfacción por haber cumplido su propósito.

Sentía el vibrador haciendo de las suyas en mi vagina. Se movía muy rápido, quizá hubiese alcanzado ya la última velocidad, no me importaba. Cerré los ojos, quizá mis piernas estuviesen abiertas, quizá no. Con una mano tiré los papeles que había en una parte del escritorio y me senté encima, necesitaba apoyarme en algo.

Escuché el sonido de los folios cayendo al suelo junto con el de mis gemidos y jadeos.

Mi cuerpo ardía como si se tratase de puro fuego. Llevé una de mis manos a mis pechos: mis pezones estaban durísimos, tanto que casi podría rayar diamante con ellos, mi espalda se enarcaba, mis ojos se cerraban, y no podía dejar de gemir ni un solo segundo: bendita sensación maravillosa que deseaba que no se acabase jamás.

No tenía ni idea de cuanto tiempo había pasado, pero tampoco me importaba. Sentía que el momento llegaba, que alcanzaba el clímax de una vez por todas, y en el fondo, lo deseaba con todas mis fuerzas. 

Escuché pasos acercarse a mí, pero no me atreví a mirar al frente, ¿por miedo? ¿por odio? Centré mi mirada en el techo, quién hubiese pensado que una cosita tan pequeña me hiciese llegar al cielo.

Sentí una presencia a mi lado, y escuché una carcajada, cuanto le odiaba en aquél momento, pero estaba demasiado ocupada tocando las estrellas como para lanzarme a retorcer su cuello.

Grité, tiré de la tela de mi falda y entonces sucedió.

El vibrador paró.

Y me sentí faltal.

- Limpia el charco que has dejado - me dijo con su sensual voz en el oído - y puedes irte a casa.





El Jefe [8cho] [HOT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora