CAPÍTULO XIV

17 0 0
                                    

Para llegar hasta la Hermandad, tenemos que cruzar toda la avenida principal y cruzar aquel puente enorme.

Cuando llegamos justo afuera del estadio, Alberto nos espera. Todos nos bajamos.

Al acercarme a él noto que maldice unas palabras pero en un tono muy bajo.

-¡Muy bien! –exclama Alberto.

-No tanto, Luis necesita atención ya –anuncia David muy preocupado.

-Óscar, acompáñalos a la enfermería, ya que tú conoces la Hermandad como la palma de tu mano –ordena Alberto.

Cuando ellos se van, Alberto se acerca a mí y empieza a preguntarme cosas. Es obvio que yo no estoy de humor como para responderle.

-Dime, ¿por qué tan molesta?

-Mataron a unos GC –digo, muy seca-. ¡Y justo cuando él estaba a punto de responderme, Óscar lo mató!

-Espera, ¿qué?

-Sí, ese GC me dijo que estoy evolucionada... y justo cuand...

-Cálmate, ¿qué más te dijo?

-Nada más eso porque Óscar lo mató.

-Pues tienes que agradecérselo porque de seguro ese GC quería llevarte con Susana...

-A ver, ese es el punto ¿no? De alguna manera tengo que llegar a toparme a Susana cara a cara.

-No precisamente. Tú trabajo es saber a dónde se llevaron a esa gente, mas no por qué...

-Oh por fin, decídase. ¡Hace unos días usted me dijo que era mi trabajo saber por qué se los llevaron!

-Estoy muy seguro que no dije eso.

-Sabe, no quiero discutir, así que me voy a retirar –digo, mientras camino hacia la cabaña para entrar al recinto pero él dice:

-Tú no vas a ningún lado...

Me volteo furiosa.

-Mire, a usted no le queda ese papel de "padre". Usted no es mi padre y no me puede obligar a hacer cosas que no quiero hacer.

-¿Ah enserio? –pregunta él, en un tono como de que quiere unos cuantos golpes en la nariz.

Me alejo hacia la cabaña para poder entrar a la Hermandad. Abro la puerta que está en el suelo y bajo las escaleras.

Mientras bajo, pienso en lo que voy a hacer, no tengo hambre así que creo que buscaré a César.

Me dirijo hacia los dormitorios, y en el camino decenas de personas ven el traje que llevo. Algunas entran en pánico porque tal vez creen que estamos ya en el epicentro de una guerra pero no es tanto así.

Cuando llego al dormitorio donde yo duermo, no veo más que decenas de colchones viejos y percudidos.

Ya que en los tres dormitorios no encontró a César, entonces decido ir al despacho de Alberto.

Entro sin tocar, como siempre y lo veo a él junto con Óscar tomando un líquido en una botella muy peculiar.

-¡Ah, hola señorita Figueroa! –grita de alegría Alberto en cuanto me ve. Él nunca ha hecho eso.

Se acerca a mí y me abraza con sus brazos enormes y sudorosos. Hago una mueca.

-Suélteme, por favor –digo, mientras me alejo unos centímetros de él.

-¿Qué hay de malo?

-No, nada. Óscar, dónde está tu hermano –pregunto, muy seria.

-Ahora te dignas a hablarme, ¿no? –me dice Óscar en un tono de venganza.

-Mira, sólo quiero saber dónde está tu hermano. ¡Dímelo ya!

-No te lo diré hasta que te disculpes de...

-¿Disculparme?

-Sí, te salvé la vida hace unas horas cuando ese GC te iba a atacar...

-¡Él no estaba haciendo nada!, ¡él estaba a punto de decirme algo importante! –grito con desesperación.

-¿Decirte algo importa? ¡Vamos, sus intenciones eran llevarte a donde se han llevado mis padres! –grita lo más alto que puede, casi llorando.

-¡Ese es mi trabajo! ¡Tal vez con lo que él me iba a decir, hubiéramos descifrado aún más en dónde están tus padres! –grito, y cuando recupero el aliento, añado-: Por lo que veo, no estás en tus cinco sentidos como para entender lo que digo.

Salgo del despacho de Alberto mientras oigo los gemidos de vómito junto con lloriqueos de Óscar. Qué asco.

Salgo y camino al baño que está a un lado del despacho. Al entrar, veo que algunas regaderas están ocupadas. Mi intención es bañarme pero no tengo ropa limpia para ponerme... creo que hoy no me bañaré de nuevo.

Salgo del baño y entro al comedor. Los rayos del sol vespertinos entran por las orillas del techo, iluminando el comedor.

De repente, a unas cinco mesas de distancia, veo que hay una persona sentada en una mesa. Es una persona de tez morena, es hombre y está con la vista fija en la mesa. Creo que oye mis pasos porque voltea a verme y veo sus ojos hermosos.

Es aquel muchacho que me asaltó.

Cuando paso junto a él, intento no mirarlo. Es casi imposible no voltear a ver sus ojos porque sé que me está mirando.

-Oye –me dice con su voz dura y llamativa. Su voz hace eco. Resulta bastante agradable oír su voz.

Me volteo y veo sus ojos de color café claro. Simplemente hermosos.

-¿Mande?–pregunto en un tono muy dulce y educado, lo contrario a lo que soy normalmente.

-Siéntate –me dice mientras sonríe un poco.

Me acerco hacia la mesa donde se encuentra él y me siento delante de él al otro extremo de la mesa. Nos vemos frente a frente.

Me doy cuenta que me están temblando las manos.

-¿Qué querías decirme? –pregunto en tono tembloroso.

-Nada, sólo es que... me sentía un poco solo. ¿Cómo te llamas?

Lo pienso un poco...

Recuerdo aquel día que me asaltó, sé que me asaltó porque sabe que soy hija de Carlos Figueroa. ¿Si le digo un nombre diferente, no me reconocerá? Se oye muy estúpido porque obviamente me podría reconocer por mi físico.

-Melisa Domínguez Ortiz –digo, muy segura de mí. Ahora que recuerdo, ese nombre ya lo había dicho antes, cuando los GC atacaron donde vivían mis primos. De hecho no sé cómo carajo se llama la zona donde vivían mis primos.

-Curioso nombre, juro que te pareces a la hija de Carlos Figueroa...

-Ni idea de quién es ese Carlos. ¿Y tú cómo te llamas? –pregunto, riéndome muy dentro de mí.

-Pedro –me dice mientras sonríe un poco. Se le forman unos hoyuelos en las mejillas. 


La Hermandad (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora