Ni una sola gota de su sangre era humana,
pero fue creada como la más bella entre las mujeres.
El niño
El aire que le recorría la nuca fue suficiente. Sentía ahogarse en la habitación debajo de las mantas. Sus peores miedos le venían al pensamiento. El terror se apoderó definitivamente de su cuerpo cuando notó la respiración del niño. De un salto, apartó los ropajes de la cama y se encontró allí, de pie en el centro de la habitación mientras la miraba fijamente. Apoyado en la pared de piedra, tenía sus ojos clavados en cada espasmo del cuerpo de Liliana, que tiritaba ante la presencia pasiva de aquel niño albino. ¿De dónde había salido?
Era su primera noche en aquella habitación. Y la última. No pudo evitar salir despavorida buscando la salida de la casa. Tan sólo necesitaba una puerta. Al salir notó que sus pies chapoteaban en charcos aislados.
Se encontró en medio de una gélida noche. El sonido del viento se hizo más fuerte. Gemidos de muerte atormentaban su cabeza. Daba pasos atolondrados en la oscuridad apoyada a la pared fría, como el hielo. Las criaturas del exterior habían despertado, arrastrando sus pasos por el suelo, buscándola.
-Lili…vuelve…-gemían.
Las voces se confundían con el agitar de las ramas de los árboles, pero las oía claramente en su cabeza. Los conocía. Había copulado con ellos, y se sentía sucia.
Sus sueños la habían obligado a ser deseada por los monstruos. Sus sueños de libertad, sus ardientes impulsos de abandonar un amor inerte, todo aquello, la había convertido en súcubo. La tierra donde reinaba, era su propia mente, un laberinto que sólo había recorrido una vez, y del que no sabía escapar.
Tras avanzar unos metros, mareada por el hedor de las criaturas, oyó el sonido del agua de la fuente, que añadía su inquietante e incesante goteo cada pocos segundos.
Se pasó la mano por su abundante cabellera, notando un tacto húmedo y algo espeso. Al mirarse la mano, lanzó un grito resquebrajado al viento y cayó de rodillas en el asfalto. Llorando, corrió desesperada hacia la fuente para limpiar la sangre.
-No es sangre, es tu pelo. -susurraba una sombra que reía infantil y se movía tras el muro empedrado. Cuando acercaba su mano para comprobarlo escuchó las risas sádicas de los seres, que ya asomaban por la esquina.
Aterrada, huyó en dirección a la verja que separaba el complejo de “La Zona”. Había un candado en la puerta y un cártel que las lágrimas no le permitían leer. Su frenética carrera la hizo tropezar, cayendo en un arbusto de donde emergía una mano verdosa y lasciva que la agarraba.
-Vuelve con nosotros, Lili, lo pasaremos bien…-pedía una voz rota que se apagaba.
El tacto de la mano le recordó sus encuentros sexuales con los seres. Las orgías en las que participaba le asaltaban la mente, incluso revivía el orgasmo inigualable que sentía absorbiendo las fuerzas estériles de los saturnos, experimentando una sensación de repulsiva euforia.
El asco que la sobrevenía la hizo vomitar. La mano, empapada, se ocultó entre las ramas.
-Sí, sí, me encanta… ¿te acuerdas Lili?-se jactaba la voz.
Los pasos rápidos del niño la rodearon. Estaba allí, pero sus ojos habían desaparecido. Tenía las órbitas vacías, causando un efecto hipnótico en la chica, que quería entrever que escondían sus surcos secos. Su piel era blanca, como la cal, tenía un aspecto putrefacto, y una vida inventada que su imaginación había creado. El niño daba vueltas alrededor, unido a la chica por un cordón umbilical. Gritó amargamente con las manos sobre su vientre empapado de sangre.