Después de tres semanas creo que al fin me ha dado tiempo de asimilar que la vida sigue después de todo lo que hoy tendré que dejar atrás de una vez.
Creo que después de todo me puede venir hasta bien un cambio, dentro de lo que cabe. Barcelona definitivamente, es otro mundo.
Nadine, mi hermano, Jordi y yo estamos en una ferretería ya que a mí se me ocurrió la genial idea de pintar una pared de mi habitación a rayas rosas y blancas, tipo bolsas de regalo de Victoria Secret, y ante la despreocupación máxima de mis padres (una forma bonita de decir que pasan de mi y de lo que haga con el cuarto) que no han puesto oposición ninguna, es más, me han dado el dinero para que me vaya ya y les deje en paz, nos hemos reunido los cuatro fantásticos para hacer mi pared realidad. Si lo llego a saber, hago lo mismo para ir a Ikea.
-¿Rosa palo o rosa pastel? -pregunta Nadine.
-¿No es lo mismo? -responde mi hermano.
-Obvio que no. -me mira- Sigo sin entender por qué están estos aquí.
-Por que los necesitamos -respondo obvia mientras le cojo el bote de pintura rosa palo de las manos, dirigiéndome a otro pasillo mientras suspiro ante el comportamiento de los dos retrasos que tenemos por hermanos.
-Pablo, ¿Por qué no haces algo con tu vida y me coges esto? -digo entregándole el bote de pintura- que yo tengo un par de cositas que hacer -digo sonriendo.
Esto es tan grande que creo que me he perdido entre tantos pasillos. ¿Tan difícil es encontrar una pistola de silicona en una ferretería? Al menos no debería serlo.
-¿Buscas algo?
-Sí -respondo girándome para ver quién era. Un chico joven, vestido con un mono azul y un poco sucio, típico mecánico, aun que supongo que trabaja aquí. Tardo unos segundos en reconocer al tipo del día que vine a visitar a Nadine.
-Bueno -Ríe ante mi comentario algo obvio- ¿En qué puedo ayudarte -énfasis- otra vez? -dice cruzando sus brazos, apoyándose en una pared.