- ¿Dónde estás? - pregunté asustada
- Estoy donde la luz no puede verme, donde ningúna célula puede quedar con vida - respondió friamente.
- Llevame a ese lugar, te lo ruego... - mis manos temblaban al igual que las palabras al salir de mi boca.
- No puedo. - dijo sin nada más. Ningún tipo de emoción se remarcaba en su cara.
- No quiero estar más aquí. - le dije desesperadamente.
- Sería un pecado traerte a mi mundo...
- No lo entiendes. - respondí desganada.
- ¡No, tú no lo entiendes! ¿Acaso no te das cuenta que aún no ha llegado tu hora?
Y la miré. Su mirada vacía recorrió mi interior. Se asomó una gota por mi ojo izquierdo, cayó levemente acariciando mi mejilla. Y venía otra, y otra... y otra.