—¡Pare el ascensor, por favor! —pidió Rebecca saludando con la mano al portero y corriendo por el palier de entrada del lujoso edificio de departamentos donde vivía en el piso 13.
¿Número 13? ¿Mala suerte?
No era una mujer supersticiosa, pero sí muy precavida, y a sus treinta y cuatro años de vida ordenada, estaba harta de serlo.
Cuando se acercó al ascensor, se dio cuenta de quién sostenía la puerta: era su cuarentón y apuesto vecino, cuyo poder de mojar su entrepierna con solo verlo, era alarmante.
—Buenas noches, señor Gianni —saludó con una sonrisa— gracias por esperarme.
—Señorita Vasconcelos, ¿cómo está? —contestó con una sonrisa— No tiene nada que agradecer, con el otro ascensor en mantenimiento, no podía permitir que esperara de vuelta éste, menos aún mojada como se encuentra y a ésta hora de la madrugada.
Los ojos del señor Gianni vagaron desde su cara hasta su torso.
Rebecca bajó la vista y se dio cuenta que su camisa blanca de seda estaba empapada por la lluvia y las aureolas de sus pezones excitados por el agua y el fresco de la noche, podían verse claramente debajo del corpiño de encaje del mismo color.
—El 13, por favor, —dijo ruborizándose ligeramente y apartando la tela de sus exuberantes senos— y llámeme Rebecca, hace años que somos vecinos, creo que corresponde.
—Mi nombre es Ángelo —contestó, oprimiendo los botones— y sé perfectamente cuál es su piso. De hecho, sé muchas cosas sobre ti... Re-be-cca —pronunció su nombre como en un susurro.
Ella lo miró sorprendida, pero se recompuso enseguida.
¿Estaba flirteando con ella?
—No me sorprende, uno percibe mucho sobre los vecinos, con solo observar sus hábitos —contestó pícaramente— yo también aprendí muchas cosas sobre ti a lo largo de estos años… Án-ge-lo —lo dijo con el mismo tono de voz sensual que él había utilizado, poniendo énfasis en el "ge" de su nombre, que se pronunciaba "ye".
A través del vidrio transparente del ascensor panorámico, vieron las luces de un relámpago y dos segundos después escucharon un trueno muy fuerte. Las luces parpadearon y Rebecca se alarmó, dando un pequeño salto hacia la puerta, alejándose del vidrio.
En ese momento, se apagaron las luces y el elevador paró estrepitosamente, arrojándola en brazos de su apuesto vecino, quién la atrajo hacia su cuerpo; tomando posesivamente su cintura con las manos como si estuvieran hechas a medida para encajar con sus curvas, y su muslo se deslizó entre los de ella. Aquellos puntos de contacto la centraron, la mantuvieron anclada, el miedo se esfumó.
El ritmo de los latidos de su corazón iba acompasado con el que retumbaba en la boca de su estómago, en la garganta, en las muñecas, en la entrepierna. Se escuchó otro trueno y él la presionó aún más contra su creciente erección, podía sentirlo.
Se quedaron muy quietos, y sin poder evitarlo, la mano de ella se deslizó por el hombro hasta llegar a su nuca, haciéndole una invitación silenciosa. Su pelo oscuro le hizo cosquillas en los nudillos, y el calor de su mano pareció quemarle a través de la suave seda de su camisa. Su estómago se inundó de calor mientras se restregaba contra su entrepierna.
Ángelo alzó una mano hasta su pelo, y la instó a que echara la cabeza hacia atrás. Cuando deslizó los labios por su cuello desnudo, Rebecca soltó un jadeo. La acercó más hacia su cuerpo, y ella se rindió totalmente a sus deseos.
Llevaba años añorando sentirlo así, y sabía que él también. Lo había visto en sus ojos cuando la miraba con lujuria, lo había sentido en sus manos las veces que la había tocado en ocasiones sociales.
