Jane ha sobrevivido muchos supuestos apocalipsis: el de 1999, el del 2000 y el del 2012. Pero nadie sabe que acaparará el futuro. Eso lo aprendió de un libro. Si alguna religión dijera que el mundo se acabará mañana, es algo que no se puede negar ni aceptar, pues, el único que sabe lo que nos pasará a todos es ese ser universal que nos controla -sólo si es que existe-. Eso es lo mágico de la vida: que es inevitable e impredecible.
Cuando comenzó la primavera, se sintió de inmediato el cambio en el aire, en los árboles, en las flores. Jane también cambió. Se sintió más feliz y más adulta. Era el día en donde su vida iba a cambiar. Fue un presentimiento. Todos los errores que cometió, todas las excusas, los enojos, las peleas, los gritos, los llantos, las heridas... Todo quedará olvidado. La primavera le dio nueva oportunidad para que enmiende sus errores. Jane no iba a fallar esta vez.
Y sin saber por qué tan rápido, la oscuridad tiñó el cielo. Una respiración entrecortada surgió de los pulmones de Jane y sus manos fueron heladas por la frescura del viento frío que la rozaba. Ella sintió que se iba a desmayar. Aunque no veía a su alrededor detalladamente pudo observar una figura nítida que se le acercaba: su cabello era como el de ella, rojizo intenso, largo y liso, y toda su cara estaba tan pálida como si toda la sangre fuese drenada de su cuerpo. Pero lo que más impactó a Jane fueron sus arrugas surcadas y sus ojos caídos. En su mano llevaba un cuchillo grande afilado donde pudo ver su reflejo: no estaba asustada.
Jane tomó el cuchillo y supo que llegó la hora. Sabía que nadie podía salvarla de su destino.