Los muertos también viajan

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Era un domingo de mucho calor. Yo me levanté temprano porque ya no soportaba estar acostado un minuto más. Generalmente, para mi los domingos son para dedicarselos a mi familia, así que no salgo a ruletear, pero esa mañana en particular discutí con mi esposa, ya que a últimas fechas no va bien mi matrimonio, y entramos en una de esas discusiones que seguido suceden. Muy molesto y sin desayunar me salí, tomé el taxi y arranqué.

Al cabo de un par de vueltas, me detuve, agobiado por el hambre, en un puestecito de tamales. Pedí una torta y comencé a comer, cuando de pronto una anciana con un aspecto muy amable y cordial se me acercó y me dijo:

__perdone, joven..... ¿podría usted llevarme a la iglesia de San Hipólito?

Me miró con mucha familiaridad. No sé explicar lo que sentí pero no pude negarme. Tal vez si no hubiese sentido "eso" tan raro, le hubiera dicho que estaba comiendo y que se buscará otro taxi.

__Si seño....súbase-dije yo, dando una gran mordida a mi torta de tamal.

Avanzamos por entre las avenidas que, por ser domingo y temprano, estaban casi vacías. La señora no decía nada; sólo se limitaba a sonreírme a través del espejo retrovisor.
__Y qué -pregunté yo __¿Va a misa?
__Así es -me dijo__ Tengo una manda que cumplir.

No cruzamos una sola palabra más sola palabra más durante el viajar, que fue breve, hasta que llegamos a la mencionada iglesia, frente a la Alameda Central. Entonces ella me pregunté:

__¿Cuánto le debo, joven?
__Veinticinco pesos, nada más, seño.
__No sea maldito, ¿Me espera a que salga, para llevarme a mi casa?
__Bueno......ándele, pues.

No sé aún porque acepté esperarla a fuera de la iglesia todo el tiempo que duró la misa. En otras circunstancias me habría ido, pero no pude negarme, a pesar de que, en esa zona, esta prohibido estacionarse. Asombrosamente, ninguna grúa o patrulla me molestó durante ese tiempo. Encendí la radio y esperé.

Al cabo de unos cuarenta minutos, salío la mujer. Se santiguó una vez más frente a la puerta de la iglesia y abordó mi taxi de nuevo.

__Ahora si, joven, lléveme a Iztapalapa.

Encendí el auto y de nuevo avancé por entre las calles de la ciudad.
Tampoco hablamos mucho durante el trayecto; sólo algunas cosas triviales.

Llegamos rápidamente al rumbo que me indicó la señora y nos detuvimos frente a una modesta casa, color azul.
__Aquí es. Espéreme tontito, voy a entrar por el dinero.

La mujer bajó del taxi y abrió la puerta de esa casa. Se metió y yo ma quedé ahí afuera, esperandola pacientemente.

Pasaron quince minutos y no salió. Seguí esperando. Cuando ya iba a ser casi media hora de esperarla, decidí bajarme del taxi y tocar la puerta, pues el taxímetro había marcado una enorme cantidad que no podia dejar de cobrar, por muy agradable que fuera la mujer. Presioné el timbre y enseguida escuche unos pasos que se acercaban a la puerta.

Un hombre de unos cuarenta años salió a mi encuentro.
__¿Dígame?
__Este......es que estoy esperando a la señora que traje.
__¿Perdón?
__Si una señora me pidió que la llevará a la iglesia de San Judas y que la trajera aquí después. Ya tiene un buen rato que entró por el dinero y no sale.

El hombre sonrió tristemente y entró de nuevo a la casa.

__Espéreme aquí, por favor.

Yo aun no comprendía que pasaba, solo quería cobrar mi viaje e irme. El hombre salio de nuevo con una fotografía en las manos.
Al instante me la mostró.
__¿Es está mujer que trajo?

Reconocí a la amable señora en la fotografía.

__Si, es ella.
__Pues es mi madre. Ella murió hace tres años y medio.

Un escalofrío recorrió mi espalda en ese instante, pero trate de pensar fugazmente que no era posible lo que este hombre me decía.
El hombre me contó la historia de su madre, una mujer que estaba muy enferma y que era muy devota del Santo judas Tanto y que cada domingo iba a visitarlo.

Contó también que, él cuando era niño estuvo a punto de morir por un accidente que habia tenido y que estuvo varias días en el hospital, pero que su madre puso su fe en San Judas y que este le salvó la vida y desde entonces, su madre siempre iba a misa a rezar y dar gracias hasta el día de su muerte.

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