Sinopsis.

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La joven corría con el bebé en sus brazos. Apenas acababa de nacer cuando el cuerno sonó tres veces. Las piernas le fallaban. El viento traía consigo pequeños copos de nieve que anunciaban una tormenta mayor en pocos minutos.
La chica de pelo castaño y ojos azules seguía corriendo cuando el bebé en sus brazos comenzó a llorar.

Miró su pequeño rostro, arrugado por el llanto, y éste se incrementó cuando la joven cayó al suelo. Aún estaba dolorida por el reciente parto. Las manchas de sangre decoraban el camino que iba dejando atrás.

"Sh, sh. Pequeña. Te mantendré a salvo" susurró asustada. Y es que en realidad no tenía ningún plan.
Toda la valentía que había sentido en tiempos anteriores la había perdido en menos de un minuto y había abandonado el campamento en otro.

Su plan en un principio había sido escapar, pero a esas alturas no se veía capaz de conseguirlo. Cualquiera podría haber seguido el rastro de sangre, más aún un caminante blanco.

Aún sentada en el suelo, intentando calmar a la pequeña miró hacia todas partes, reconociendo a lo lejos un alto árbol, más alto que todos los demás, que indicaba el final de aquel pequeño y poco poblado bosque. Después de aquel árbol no había más que un inmenso trozo de terreno cubierto por la espesa nieve, y que terminaba con el Muro. Aún recordaba aquella puerta de madera que muchas veces había vigilado acompañada. Quizá, y sólo quizá si dejara a la niña allí y encendiese un fuego, la gente del muro se apiadaría del recién nacido.

Rápidamente puso en marcha el plan. Observó los dispersos árboles que había a su alrededor y se arrastró hasta el más cercano; una vez al lado de éste pudo levantarse y seguir corriendo, agarrando las ramas más secas que encontró por el camino.

Ya en la puerta de madera excavó un agujero en la nieve, lo suficientemente grande y sólido para resguardar al bebé del frío.

"Crecerás sana y fuerte, lo sé" dijo la salvaje, antes de besar a su hija y dejarla en el hoyo que había cavado.

Se alejó con las ramas bajo el brazo, sintiendo un vacío en su pecho. Preparó todo lo necesario para encender el fuego, y cuando ya lo encendió miró hacia arriba, esperando ver algo al final de aquel enorme muro de hielo.

Esperó minutos y minutos, buscando alguna señal que la dijera que podía irse; pero vino de un modo inesperado. Escuchó el resoplido de un caballo que conocía muy bien; venía desde el interior del bosque del que ella había salido. Se olvidó del dolor, del cansancio, y su angustia se agudizó por tener que dejar a su hija en manos del destino de aquella forma. Si la llevaba con ella, morirían las dos. Era lo único que podía hacer allí en aquel entonces.
Fue cuando le vio asomarse entre los altos troncos. Una figura blanca, transparente incluso en algunos puntos, y con rastros de un azul que podía compararse con las tonalidades del invierno si no fuera una figura tan desagradable. El caballo en el que iba montado se desplazaba a un paso tranquilo, como los lobos cuando acechan a su presa.

La joven estaba quieta en su sitio, pensando en la muerte que iba a recibir. El fuego calentaba sus manos, pero lo vio inútil si dentro de poco iba a dejar de sentir.

"Nos atacan" escuchó lejos, muy lejos, pero gracias al eco había podido escucharlo.

El monstruo miró hacia la voz, frenando al caballo, para después volver su vista a la chica, que aún se hallaba inmóvil. Fue entonces cuando inclinó la cabeza, haciendo una sutil reverencia, y después decidió marcharse.

Aquella criatura le había perdonado la vida, o tal vez sólo se la había alargado un poco más.

Cuando el crujido de la puerta de madera sonó, la chica corrió hacia unos congelados arbustos que estaban detrás de una montaña de madera, cerca de allí, dando gracias porque había parado de sangrar. La puerta se abrió completamente, descubriendo un grupo de seis cuervos que salían bastante decididos con espadas en sus manos. En aquel momento pensó que tal vez no había hecho bien ocultando así a su hija, no iban a encontrarla.

Llora, pequeña. Pensó.

"Hay sangre al lado del fuego" dijo el más joven de todos.

"Quizá sea una trampa" comentó otro.

"¿Por qué encenderían una hoguera si no? Deben estar ocultándose en algún lado" apoyó el más anciano, haciendo que todos se pusieran a la defensiva.

Entonces la niña hizo un ruido.

"¿Qué ha sido eso?" Preguntó, de nuevo el más joven.

La niña volvió a quejarse, esta vez con más urgencia.

"Parece un animal" opinó otro cuervo.

Pero fue cuando empezó a llorar, y el rostro de todos cambió. El anciano guardó la espada, y el joven le siguió. La furia en el interior de la chica creció, no podía creerse que estuviera dejando a su hija a merced de unos cuervos, pero en un último momento de cordura le pareció lo único útil que podía hacer para salvarla.

"¿Qué es eso?" Preguntó uno de ellos.

"Un bebé" respondió el anciano.

"¿Un bebé?" Preguntó de nuevo.

"Llamad al maestre, ¡ya!" Exclamó, y entonces la joven salvaje supo que ya no tenía nada más que hacer.

"Adiós, Aniell" susurró, esperando que su despedida llegara por el viento. Había perdido a su pueblo y su hija el mismo día. Así que se fue.
Se fue, no a casa, pero a algún lugar lejano de allí.

Lady Invierno | Juego de TronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora