Me había quedado parada ahí, sin hacer ningún movimiento. No sabía qué hacer: si caminar hacia donde estaba, porque no había otro camino que tomar, o esperar un rato para ver si se iba. Cuando volví de mis pensamientos, me di cuenta tarde de algo.
Me había visto, puso una sonrisa y empezó a caminar hacia donde estaba.
–Hola –me dijo, manteniendo aun su sonrisa.
–Hola –le dije yo, algo nerviosa.
–Disculpa, pero la otra vez no pude… bueno, no tuve la oportunidad de hablar contigo, ya sabes, el día que –se quedó callado, y miró al suelo, luego volvió su vista a mí– el día en que por accidente me choqué contigo. Aunque creo que todo eso fue más que un accidente –me dio una media sonrisa– ¿no crees?
Yo solo asentí con la cabeza y sonreí, sin saber que decir.
–Tienes una bella sonrisa y unos muy lindos ojos.
No pude evitar sonrojarme. Bajé la cabeza.
–Gracias.
–Que maleducado soy, discúlpame pero, ¿quieres ir por un helado o tomar un café?
–Claro, un helado suena bien. Si no es molestia.
–Para nada, yo invito –dijo y empezamos a caminar hacia una heladería que se hallaba cerca.
Después de comprar el helado, fuimos a un pequeño parque que se encontraba ahí cerca. Encontramos una banca blanca vacía, y decidimos sentarnos mientras comíamos nuestros helados: él había escogido de limón y yo de fresa.
–Por cierto, mi nombre es Cristofer –dijo, y le dio una lamida a su helado.
–Tienes un bonito nombre –voltee a ver mi helado y me lo llevé a la boca.
–Gracias –me dio una miradita– y bueno, ¿piensas decirme tu nombre, bella chica de ojos azules, a quien le gusta el helado de fresa?
Me fue inevitable no reírme ante lo último que dijo.
–Disculpa, me llamo Britani.
–Tan bello como tú –y me guiñó el ojo.
Después de terminarnos el helado, comenzamos a dar una vuelta por el parque, hasta que comenzó a oscurecer.
–Será mejor llevarte a tu casa, tus padres podrían preocuparse.
Aquello fue como un cubo de agua helado. Había sido inesperado.
– ¿Sucede algo?
Intenté controlar las lágrimas, y dije:
–No creo que mis padres se preocupen por mí.
– ¿Pero por qué no se preocuparían?
–Ellos… murieron –y esta vez la voz se me quebró.
La mirada de Cristofer se suavizó, y me envolvió en un abrazo. Unas pequeñas lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
–Lo lamento, y te entiendo –me limpié las lágrimas y me separé para mirarlo, confundida–. Mi madre también murió, y mi padre nos abandonó a mi hermana y a mí.
–Oh vaya, lo lamento.
Se encogió de hombros, restándole importancia.
–Son cosas que pasan –me regaló una sonrisa– te acompañaré a casa.
Después de largo rato, llegamos a mi casa. Ambos nos detuvimos frente a mi puerta. Le agradecí por el helado y el pequeño paseo, a lo que él le restó importancia. Estaba por entrar a mi hogar, cuando una pregunta me detuvo:
– ¿Nos volveremos a ver?
Sentí un calor agradable en el pecho.
–Claro, podrías incluso visitarme junto a tu hermana, para conocernos.
Me dio un beso repentino en la mejilla.
–Pues hasta pronto.
Y se marchó.
No me podía creer que hubiese pasado tiempo con él, y mucho menos me creía que me hubiese besado la mejilla. Me encontraba feliz y, aunque me hubiese gustado contárselo a Valeria, era demasiado tarde y tendría que contárselo mañana.
Después de una ducha y ponerme el pijama que mi madre me había regalado antes de su muerte, me recosté en la cama. Y mientras pensaba en todo lo que había pasado en el día, me quedé profundamente dormida.